Netflix: El inocente es un rompecabezas policial armado con habilidad y demasiado cálculo
El catalán Oriol Paulo juega a ser el gran titiritero en una miniserie de impecable factura y con una serie de vueltas de tuerca lo suficientemente rendidoras
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El inocente (España/2021). Showrunner y director: Oriol Paulo. Guion: Oriol Paulo y Jordi Vallejo, a partir de una novela de Harlan Coben. Fotografía: Bernat Bosch. Música: Fernando Velázquez. Edición: Guillermo de la Cal, Pau Itarte y Judith Miralles. Elenco: Mario Casas, Aura Garrido, Alexandra Jiménez, José Coronado, Juana Acosta, Ana Wagener, Anna Alarcón, Martina Gusmán. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Avanzado el segundo episodio, cuando la trama de El inocente apenas empieza a adquirir el aspecto de un inmenso rompecabezas, vemos a un médico forense jactarse en la morgue de su destreza para la reconstrucción de cadáveres. “Es mi Capilla Sixtina”, dice y acompaña esa expresión autocelebratoria con un exabrupto lo suficientemente grande como para realzar el valor que tiene semejante trabajo.
Algo parecido podría decir Oriol Paulo, el astuto guionista y director nacido en Barcelona que se anima por primera vez a una narración extendida en clave de miniserie después de una carrera bastante exitosa en el cine, siempre de la mano de historias de temática policial y thrillers psicológicos cargados de intriga, suspenso y toda clase de vueltas de tuerca, aunque no siempre con los mejores resultados.
El ahora showrunner catalán parece estar todo el tiempo vanagloriándose de su destreza para ensamblar desde lo alto las múltiples piezas de la novela de Harlan Coblen. Cada una de ellas representa una historia humana que de a poco, luego de aparecer de manera separada y aislada frente al resto, empieza a interactuar con todas las demás. La galería de personajes es enorme y en todos los casos hay muestras de cuentas pendientes con el pasado, recuerdos vergonzantes, complejos de culpa, secretos y ambiciones. Para colmo, a la mayoría le toca cargar con las consecuencias de una serie de tragedias (a menudo expuestas de manera forzada) que les dejarán huellas de por vida.
Paulo es el demiurgo que mueve los hilos de todos los personajes a través del alambicado tablero de El inocente. Ellos entran y salen de las escenas a través de un juego de acción y reacción que depende de lo que ordene y determine desde las alturas el gran titiritero. Una cosa nos lleva a la otra a partir de una cuidadosa planificación temporal y espacial. Los momentos de tensión y de calma son siempre fruto del cálculo y de un meticuloso sentido de la oportunidad.
En beneficio de sus artífices hay que decir que la intriga de El inocente se apoya en una presentación visual de impecable factura y una serie de vueltas de tuerca lo suficientemente rendidoras como para mantener encendida la atención. Paulo tiene mucho oficio para ir engarzando las piezas sueltas de la trama y encontrarles de a poco un lugar en una historia que empieza con un homicidio involuntario y luego empieza a dispersarse a través de múltiples digresiones y relatos paralelos.
El responsable de abrir esta caja de Pandora es el personaje interpretado por Mario Casas, un actor de rostro impávido y pasmosa pasividad que sintetiza lo que ocurre con todo el resto del elenco. Cada uno está a la espera de la orden que llega desde arriba para empezar a moverse. O, mejor dicho, a dejar que el dueño de esta novela ilustrada decida hacia dónde debe dirigirse, qué tiene que decir y en qué momento le deja su lugar al otro, hasta que todos ellos confluyan en un desenlace resuelto, hay que decirlo, con bastante habilidad.
La mayoría de los intérpretes aporta la misma actitud impersonal que exhibe Paulo desde la puesta en escena. Solo escapan al desapego general el siempre confiable José Coronado, que le aporta genuino misterio a un inescrutable investigador de una agencia secreta oficial, y nuestra Martina Gusmán, cuyo personaje merecía más tiempo y espacio en la historia. Lo que brilla por su ausencia es la disposición a experimentar de verdad lo que le pasa a cada personaje. Será porque todo se resuelve desde afuera, como en un gran laboratorio.
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