Netflix: Ecos es un thriller sobre gemelas que se enreda en su propia trampa
Protagonizada por Michelle Monaghan, la serie redunda en vueltas de tuerca y dilaciones que no hacen más que empantanar el relato
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Ecos (Echoes, Estados Unidos/Australia, 2022). Creadora: Vanessa Gazy. Elenco: Michelle Monaghan, Matt Bomer, Karen Robinson, Daniel Sunjata, Michael O’Neill, Jonathan Tucker, Ali Stroker, Gable Swanlund, Rosanny Zayas. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
El thriller en formato miniserie se ha convertido en el bocado perfecto del catálogo de Netflix. Historias inspiradas en algún best seller de aeropuerto, concentradas en un intrincado misterio, que en seis o siete episodios capturan el interés del espectador hasta la resolución (o desilusión) final. En esa línea se encuadra Ecos, como hace unos meses lo hiciera ¿Sabes quién es?, y antes de ella Anatomía de un escándalo.
El común denominador de estas ficciones consiste retener la atención de la audiencia a lo largo de los vericuetos que realiza la trama, alimentada a veces por temáticas de agenda –como Anatomía de un escándalo, producida por David E. Kelley siguiendo la línea de sus anteriores Big Little Lies y The Undoing-, u otras veces por simples tópicos del género, como cambios de identidades, secretos del pasado, crímenes ocultos. Y una de las piezas claves del “gancho” son LAS protagonistas, que funcionan como sostén interpretativo de narrativas que a veces se toman demasiadas licencias con el verosímil, con nombres que van desde Nicole Kidman, Toni Collette hasta el tándem Sienna Miller-Michelle Dockery.
En el caso de Ecos, no hay novela como punto de partida pero el guion de la creadora Vanessa Gazy (Eden) evoca la estructura literaria, incluso abusando demasiado de la lógica de la exposición de los hechos ocultos a través de flashbacks y relatos en primera persona. El ambiente elegido es clave para esta nueva era del thriller: un sur modelado en sus arquetipos esenciales, que incluyen los escenarios naturales –bosques, cascadas; cada uno, sitio de diversos sucesos-, al igual que el pueblo infernal, con un sheriff perspicaz, los secretos a voces de los pobladores, las reputaciones afectadas por escándalos y prejuicios. En el centro, Michelle Monaghan, actriz cuya carrera nunca estuvo a la altura de su talento, que construye aquí dos gemelas opuestas con solvencia, incluso contra un barroquismo narrativo que afecta el misterio y empantana una puesta no demasiado virtuosa.
La historia parece ser simple al comienzo. Las gemelas Leni y Gina McCleary (Monaghan) intercambian sus vidas en cada cumpleaños, aventurándose en cada nuevo calendario a una vida distinta, en una ciudad distinta, con un marido distinto. Leni vive en su ciudad natal Mount Echo, en el estado de Virginia; está casada con Jack (Matt Bomer), su novio de la adolescencia, y tienen una hija, Mathilda (Gable Swanlund). Crían caballos en un rancho y viven cerca de su padre (Michael O’Neill) y su hermana Claudia (Ali Stroker), confinada a una silla de ruedas. Por su lado, Gina es una exitosa escritora en Los Ángeles, vive en una mansión moderna junto a su marido Charlie (Daniel Sunjata), y carga con el sanbenito de ser la oveja negra de la familia. Las hermanas comparten un diario virtual en el que intercambian videos, audios y mensajes a modo de confesionario, pero también como medida de control de esas vidas compartidas. El conflicto se desencadena con la misteriosa desaparición de Leni, tras un incidente que involucra una suelta de caballos y un rastro perdido en el bosque.
A partir de allí, la baraja de la historia cambia en cada episodio con una nueva revelación, asegurándole al espectador que cada una de sus hipótesis puede ser desestimada. Más allá del eterno juego de la vuelta de tuerca, el problema principal con este truco es la sumatoria de nuevos secretos, crímenes ocultos, misterios olvidados que expanden la trama sin una vocación concreta más allá de la dilación constante de la resolución. Por ello, cuando llega Gina desde Los Ángeles, sometida a un sobreactuado escrutinio de su familia y de las fuerzas policiales, las pistas comienzan a acumularse: la sugerencia de que las identidades no son las que creemos, destellos de un incidente en una bañera, imágenes de un edificio en llamas, amenazas de cuatreros por el robo de un potrillo, flashes del acuerdo sellado en el último cumpleaños. Aquella premisa que resultaba atractiva e intrigante se va enterrando en esas desviaciones, girando en falso y convirtiendo a varios personajes en peones tontos de un movimiento ajeno.
Monaghan sostiene con oficio y cierta distancia irónica la convivencia de ese juego de dobles y opuestos que encarnan las gemelas, sin embargo a medida que se acerca el final la presencia en plano de las dos mitades se torna burda, fea visualmente y mecánicamente melodramática. Aquel punto de partida interesante, con ciertas intrigas que parecían prometedoras, desemboca en largas explicaciones redundantes, en dilaciones innecesarias y en una seguidilla de ridículos enfrentamientos físicos que resultan la peor de las ideas finales.
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