Netflix: con un desgarrador relato, Hannah Gadsby demuele las reglas del stand up
"Había tomado la decisión de que iba a ser feliz trabajando en la verdulería de mi hermano, y éso era algo con lo que iba a poder vivir. Honestamente, nunca pensé que a este programa le iba a ir tan bien. Sabía que iba a ser muy bueno para mí, pero no esperé esta recepción". La que habla es Hannah Gadsby, comediante oriunda de Tasmania, Australia, quien gracias al especial de stand up que realizó para Netflix , Nanette, alcanzó una popularidad en el momento menos pensado.
Gadsby, quien tuvo dos segmentos importantes en el programa de ABC Adam Hills Tonight -"On This Day" y "Hannah Has A Go" -, y un rol secundario en las últimas tres temporadas de la sitcom de su colega Josh Thomas, Please Like Me, estaba lista para despedirse de la comedia, ámbito en el que se sentía encorsetada por el mecanismo del punchline. En ese contexto, Nanette incendió la lógica del stand up, con Gadsby - quien también tiene una licenciatura en Historia del arte - esbozando, en poco más de una hora, un crudo relato que engloba desde la identidad sexual, pasando por la disyuntiva de separar al artista de la obra, hasta su historia de vida, atravesada por episodios de bullying y abuso sexual que son relatados con un poder de oratoria apabullante.
*Cuando reírse de uno mismo deriva en humillación
Gadsby nos da la bienvenida a Nanette rodeada de pantallas azules. La elección no es casual. Su anfitriona se siente cómoda en esa tonalidad, que le provee una incuestionable tranquilidad. Podríamos incluso afirmar que ese color la define tanto como "el sonido de una taza de té que se apoya en un plato". Por más de una década, Gadsby hizo sus rutinas de stand up propulsada por un mismo leit motiv: la autocrítica a su identidad sexual. Como consecuencia, sus bromas oscilaban entre las burlas a sí misma y las infaltables menciones a los clichés de lo que implicaba ser una mujer gay en Tasmania, estado en donde la homosexualidad era considerada un delito hasta 1997. En la vieja Hannah había poca reflexión sobre la coyuntura, más bien imperaba una necesidad de complacer a una comunidad que, como ella misma asevera, le exigía representación. En la nueva Hannah, sin embargo, nace otra consciencia. Los chistes sobre su cuerpo y sobre el lesbianismo dejaron de divertirla. No hay nada de hilarante en ir preso por ser gay. Por agradar a los demás, Gadsby se estaba traicionando en el camino.
Todo cambia en Nanette. Todo cambia con una sola frase. "Tirarse abajo a uno mismo... cuando se trata de alguien que de por sí existe en los márgenes, no es humildad: es humillación". El silencio que hace la comediante - paradójicamente, la herramienta más elocuente de su manejo de la audiencia - nos invita a la reflexión. Gadsby fue criticada por parte de la comunidad LGBTQ por no ser "lo suficientemente gay" arriba del escenario, por no salir del clóset "como transexual" - si bien ella no se define como tal - e indirectamente por no cumplir con supuestos mandatos queer. Ella lo explica muy bien cuando ve la bandera del orgullo gay. "No me gusta. Demasiados colores", bromea, hasta que esa broma pasa a ser una declaración de principios. Si Gadsby no se considera la "típica lesbiana" es porque, ante todo, lleva una historia a cuestas que la condujo a eludir las nomenclaturas. Estamos ante una mujer que disfruta leer tomando el té con sus dos perros, entre girasoles y el color azul. ¿Hay que cuestionarle su sexualidad por eso? Hannah, a sus 40 años, está muy cansada para ponerse a bailar en el Mardi Gras. ¿Por qué prefiere otro ritmo? La respuesta la encontramos en lo complejo de haber crecido en Tasmania siendo gay - o te quedás y negás tu identidad, o te vas indefectiblemente -, en la devolución de su madre cuando salió del clóset ("¿Por qué me tuviste que decir eso?") y en la imposibilidad de contarle a su abuela. Por eso mismo, Nanette deja de ser un especial gracioso cuando advertimos que no estamos ante una comediante per se - lo mismo puede aplicarse a lo que hace Tig Notaro - sino ante una mujer con una historia para compartir.
*De los girasoles de Vincent van Gogh a la sensibilidad como fortaleza
Gadsby es sensible. "De repente me siento conectada con el mundo, y no sabía cuán desconectada estaba, cuán aislada. El programa también habla de eso, de cómo me fui conectando con más personas y sus historias, que a su vez se conectaban con las mías", explicó al portal Vulture. La comediante une lo imperativo que es conservar la sensibilidad con el hartazgo que genera el mansplaining, ese neologismo que alude a la actitud del hombre que cree que debe enseñarle todo a una mujer supeditada a sus conocimientos ("las mujeres dan un feedback, los hombres dan opiniones"). Para atar ambos puntos, Gadsby, como siempre, nos cuenta una historia, esa que puede ser también mía, tuya, de cualquier mujer que se sintió disminuida por el sexo opuesto. A la salida de un espectáculo, un hombre le dice que no debería medicarse (uno de los tópicos abordados por ella en dicho show que resonó en el interlocutor), y le pone como ejemplo de artista a seguir a Vincent van Gogh. Astuta, Hannah saca de la galera sus conocimientos de historia del arte y le explica - porque sí, la mujer también le puede explicar algo al hombre, ¿no? - que Van Gogh en realidad se medicaba. "Retrató a varios psiquiatras, a quienes lo trataban a él, a quienes le daban medicamentos que le hacían ver el color amarillo más potente". Es por eso, dice Gadsby, que hoy tenemos los girasoles. Es por eso que hay más de un lado en cada historia. Si los mitos existen es porque nos sentimos cómodos a la hora de consumirlos. No cuestionamos. Tememos.
Nanette sí cuestiona. Nanette cuestiona a Pablo Picasso. Gadsby odia el cubismo, no logra separar al artista de la obra y menciona a Marie-Thérèse Walter, la amante de 17 años de Picasso cuando él tenía 42. La comediante está siempre un paso por delante. ¿Por qué deberíamos vanagloriar un movimiento pictórico liderado por un hombre que aseguraba que, a esa edad, su amante estaba "en su mujer momento"? Sí, podemos. Podemos cuestionar a Harvey Weinstein, Bill Cosby, a Picasso. Porque, como Hannah misma lo explica, los hombres no tienen el monopolio de la civilización y la sensibilidad es sinónimo de fortaleza. "El mito, las películas sobre él, los precios, su llamado martirio, sus brillantes colores, todo ello obtuvo un papel y amplificó el atractivo global de su obra, pero no están en su origen (...) para él el acto de dibujar o pintar era una forma de revelar y de demostrar por qué amaba tan intensamente aquello que estaba mirando", escribió John Berger sobre Van Gogh en El tamaño de una bolsa, también contemplando al artista por fuera de su mitología, porque es eso lo que nos salva: indagar, preguntar, ahondar en lo áspero.
*Todas las historias importan y lo que uno cuenta permanece
"Lo que escribo continúa". Lo dice Clarice Lispector en el inspirador Agua viva. Nuestras palabras nos trascienden y, si somos afortunados, despiertan empatía en el otro. Entonces, así como necesitamos de oxígeno, también necesitamos liberarnos a través de la tradición oral. En su tercer acto, Gadsby decide tirar los chistes a la basura (esos que tienen "una introducción y un remate") y se convierte definitivamente en una excelente narradora. Hannah fue abusada de niña y luego de adolescente, en ese caso por dos hombres. Hannah también fue golpeada por un hombre que creía que ella estaba intentando conquistar a su novia. Nadie intervino. Nadie miró. Nadie, otra vez, se animó a contemplar más allá del cuadro. Nanette es tan relevante que incluso alude sin saberlo a esa pregunta tan frecuente y alarmante que una mujer recibe: "¿Por qué no hablaste antes?". Gadsby se responde sola. "Necesito contar mi propia historia de la manera correcta. Si no fui al hospital entonces, si no dije nada, es porque pensé que lo merecía". El silencio impera nuevamente en la Casa de la Ópera de Sydney. De repente, la historia de una joven que creció siendo gay en Tasmania y sufrió en carne propia abuso sexual, homofobia, violencia física y verbal, es la historia de todas. En mayor o menor medida, todas tenemos una historia para contar. "Quizá Picasso tuviera razón en algo: el mundo tiene que ser visto desde diferentes perspectivas (...) la diversidad importa", remarca Hannah.
Si bien en el último pasaje de Nanette la vemos enojada, Gadsby no quiere proyectar eso. "No es mi intención esparcir bronca porque la bronca, como la risa, puede conectar a una habitación llena de extraños como nada más. Pero no libera la tensión, porque la bronca es la tensión, es la tensión tóxica. Son las historias las que tienen la cura". A través de Nanette, Gadsby hizo precisamente eso: conectó a extraños a través de reflexiones tan caleidoscópicas como nuestras vidas. Hay algo profundamente hermoso en ver a una mujer implorando que su relato no se destruya, diciéndonos que la resiliencia es nuestra humanidad, y que no hay nada más fuerte que una mujer que se reconstruyó a sí misma. "Tengo una voz. El mundo no tiene un orden visible pero yo sólo tengo el orden de la respiración. Me dejo suceder", escribió Lispector. La importancia del "yo importo". El poder de sentirse menos solo. Cuán mejor puede ser el mundo visto desde todos los ángulos. Quizá a Gadsby sí le guste lo que simboliza la bandera del orgullo gay con su multiplicidad de colores, pero todavía no pueda salir del azul ("blue", también triste), quizá todavía esté reviviendo el trauma. Por ella misma y por los demás. Por eso decide concluir su monólogo con la palabra "conexión". Acá está ella para nosotros. Y acá estamos nosotros, conectando con ella.
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