Netflix: Cate Blanchett llega a la TV con dos villanas de antología
El 2020 parece ser el año de las series para Cate Blanchett. Hace apenas unos meses la cadena FX en asociación con la plataforma Hulu estrenó Mrs. América, un ácido retrato de la contrarrevolución conservadora que enfrentó los logros del feminismo en los años 70. Blanchett interpreta allí a Phyllis Schlafly, adalid de las voces contrarias a la ERA (iniciales de "Equal Rights Amendment") la enmienda constitucional que afirmaba la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en los Estados Unidos. Controvertida figura de la política republicana, madre y esposa que defiende el dominio de la familia y el hogar pero asume su feroz protagonismo en la escena pública, Schlafly es el contrapunto de las conquistas feministas de aquellos años, némesis de las emblemáticas Gloria Steinem, Betty Friedan, Bella Abzug y toda esa generación irreverente. Atractiva y contradictoria, la Schlafly de Blanchett le dio fuerza a la miniserie, y el recorrido histórico por aquellos años asumió tanto las posiciones opuestas entre esas mujeres de uno y de otro lado, como sus puntos de encuentro, esquivos y fascinantes, presentados en esa arena convulsa que todavía encuentra ecos en el presente. La serie aún no tiene fecha de estreno local.
Pero esa no fue la única serie con la que Blanchett desembarcó este año en la televisión. Hay otra que en la que no tiene su protagonismo pero sí responde al espíritu de su creación. Es Desplazados, que estrena el miércoles 8 Netflix luego de haber pasado por el Festival de Berlín y ser una de las estrellas de la cadena pública australiana ABC. Creada por la misma Blanchett junto a Tony Ayres y Elise McCredie, responde a un proyecto de larga data, gestado en la imaginación de la actriz desde 2013, cuando la situación de los inmigrantes en Australia empezaba a convertirse en un asunto candente. Nombrada embajadora de la ONU en la comisión de refugiados, Blanchett comenzó a pensar en una forma de dar a conocer esas historias en primera persona, para quitar el velo que existía sobre la política de inmigración en Australia. Por ello se armó de paciencia, se contactó con su amiga, la actriz y escritora McCredie, y juntas realizaron una exhaustiva investigación que dio luz a ese conflicto global que tenía en aquella tierra austral el mejor escenario simbólico.
"La conversación no se inició alrededor de una historia particular, sino a partir de la idea de contar distintas historias de detención de inmigrantes y trasladar esa discusión a la escena pública. Ese fue el telón de fondo sobre el que empezamos a trabajar y al que sumamos los detalles que Elise fue descubriendo y de los que yo me enteraba a partir de mi rol en la ONU", explicó Blanchett en una entrevista con Deadline a propósito de la presentación de la miniserie en la Berlinale. La vocación de retratar el funcionamiento de un sistema a partir de sus diferentes piezas dio origen a la particular narrativa de Desplazados, que combina las historias de cuatro personajes: Sofie Werner (Yvonne Strahovski), una azafata australiana envuelta en la opresión de su familia y el abuso de un culto que termina en un campo de detención por error; un inmigrante afgano (Fayssal Bazzi) que escapa de su país junto a su familia; un guardia de seguridad del campo (Jai Courtney) que se debate entre la necesidad del trabajo y la inhumanidad que le impone; y la directora del centro de detención (Asher Keddie), burócrata del sistema de migraciones que descubre las aristas de su rol en la misma arena de su ejercicio.
La inspiración en hechos reales entrelazados en una trama de ficción contribuyó a dar a las historias la ferocidad de lo real al mismo tiempo que el atractivo de todo relato que entrecruza destinos, gesta empatías y establece conexiones con el espectador. Ambientada en Puerto Augusta, en pleno desierto al sur de Australia, Desplazados trascurre a comienzos de los años 2000 cuando los campos de detención estaban ubicados en territorio continental, antes de ser trasladados a las islas. "Desde el comienzo vimos la situación de Australia como una precuela de la actual situación global", advierte Blanchett. Por ello ese conglomerado de detención, aislado bajo el calor abrasador del verano, negado a la vista de periodistas y curiosos, era la mejor evidencia de la condición de apátridas de sus confinados. "El título de la serie [Stateless] se refiere a la figura poética del apátrida o el desnacionalizado, antes que a su sentido legal o físico", continúa Blanchett. "Cuando una persona enfrenta una detención a largo plazo, resulta en una pérdida simbólica de su identidad. Se convierten en un número, se trastornan los referentes de su vida como el hogar o la cultura, se separan las familias. Es algo que experimenté visceralmente conversando con los refugiados".
Hay dos personajes que resultan claves en Desplazados, y que enriquecen la perspectiva de la serie más allá de los inmigrantes que sufren la detención. Se trata de un guardia de seguridad del campo de detención que acepta el trabajo como forma de acceso a un mejor sueldo y a una vida más confortable para su familia. Sin embargo, la contrapartida es la paulatina pérdida de su humanidad, los efectos subterráneos que la violencia y la tensión en el campo le traen aparejados al mismo tiempo que la irrupción de un persistente dilema moral. Lo mismo sucede con la directora del centro, una mujer guiada por la ley y la convicción de estar haciendo lo correcto que a lo largo de la historia descubre en carne propia las contradicciones del sistema, los rostros que esa ley desconoce, la realidad detrás de los protocolos y las normas. "Lo que quizás estaba más oculto para nosotros –señala Blanchett- fue la experiencia de los burócratas y los guardias que también entran en contacto con ese sistema, que experimentan trastornos psicológicos y dislocación de su sentido de humanidad. Cuando comenzamos a incorporar esas experiencias en la historia, la serie realmente se hizo realidad".
En la búsqueda de los intérpretes, aparecieron algunos rostros conocidos. Yvonne Strahovski, conocida por su rol de Serena Joy en The Handmaid's Tale, da vida a Sofie, quien transita un profundo cambio en su vida a partir del ingreso en una escuela de arte y el extraño culto que allí se esconde. Disconforme con su vida, al borde de una crisis personal, ese aparente refugio se convierte en una nueva cárcel, y sus carceleros son el matrimonio integrado por Gordon (un Dominic West escalofriante) y Pat Masters (la propia Blanchett). En el primer episodio, la inquietante Pat, bailando al ritmo de ‘Let’s Get Away From It All’ con el rostro maquillado como una máscara, sintetiza la feroz caída de Sofie en el extravío que la lleva a su errónea detención. Es esa intriga la que la serie usa como puerta de entrada a un mundo ajeno, y el personaje de Banchett, oscuro y trágico, le permite salirse del rol de la heroína para asomar en los márgenes, bajo las vestiduras de una extraña villana.
"No por estricta decisión sino por feliz coincidencia, estuve involucrada en dos proyectos televisivos este año: Mrs. America y Desplazados. Desplazados podría haber sido una película pero con los creadores sentimos que una serie era la mejor forma de contar la historia. Su duración permite pasar más tiempo con los personajes, conectarse de otra forma con las circunstancias y llegar a los espectadores en el seno de su hogar, para construir intimidad con el relato y al mismo tiempo estimular la reflexión". La convicción de Blanchett respecto a la televisión la llevó a conseguir un acuerdo con la cadena australiana ABC, el cual otorgó difusión y financiamiento. Y su participación, aunque fuera en un rol menor, dio visibilidad a la serie, le permitió desembarcar en Berlín en su estreno, con expectativas y buenos augurios. "El gran beneficio del streaming es que las historias que se hacen en un territorio particular tienen alcance global, y eso fue muy importante para la serie, que es una historia culturalmente localizada en Australia, pero tiene resonancia global".
Mrs. America resulta el mejor complemento en ese anhelo de retratar lo particular para dar cuenta de un fenómeno de mayor envergadura. El fresco que ofrece la miniserie creada por Dahvi Waller sobre aquellos años de ascenso de las voces feministas y la emergencia de sus fervientes opositoras tiene claros ecos en el presente. Y no es casual que Blanchett se haya reservado nuevamente el papel de la villana, en este caso una de las protagonistas de esa discusión pública. Phillys Schafly es un figura atractiva justamente por sus aristas contradictorias, una mujer que demanda el hogar para la mujer al mismo tiempo que estudia abogacía, opina sobre política internacional y desfila por los estudios de televisión opacando a todos los hombres a su alrededor. Schalafly es más que una opositora a la emancipación femenina de la que ella misma es cultora: es la mejor representante de una era de marchas y contramarchas, de conquistas y retrocesos, signada por sus dudas recurrentes, sus ambiciones frustradas y su vampírico liderazgo.
En una reciente columna de opinión en The New York Times, Blanchett explicaba el interés que ese personaje le había despertado: "Schlafly y yo somos, digamos, dos invitadas que no reunirías en la misma cena. Pero fue precisamente eso lo que me atrajo del papel. Me atrajo la posibilidad de investigar, dar sentido y, con suerte, comprender la aparente brecha entre nosotras. En pocas palabras, parece existir un abismo entre Schafly y yo, entre el ‘quedarse en casa’ y el ‘abrirse camino en el mundo’, entre la obediencia y la aventura. O, visto de otra manera, entre las demandas de la fe y la indulgencia a uno mismo. Pero esa división es una ilusión retórica que dividió a una generación. Lo que descubrí en Mrs. America es que Schlafly, Gloria Steinem, Betty Friedan, aún en bandos opuestos, están unidas en una batalla cargadas de emociones y deseos en conflicto".
Es esa perspectiva, que permite abrir y diseccionar las homogeneidades retóricas, la que asumen ambas series impulsadas por la lúcida presencia de Cate Blanchett. Desarmar ese conglomerado denominado inmigración en una, y esa fragmentación persistente que relativiza las conquistas del feminismo en la otra. En ambos casos las ficciones permiten entrar a los fenómenos desde sus aristas más controvertidas, a partir de sus protagonistas más incómodos, a través de esos dilemas y contradicciones que se actualizan constantemente. Blanchett encontró en la televisión, en su discurso cercano y su difusión global, en su rol de actriz y también de productora, la mejor estrategia para instalar esos debates en la discusión pública. Y demostrar una vez más que el arte es un camino posible para conseguirlo, como lo confirma en el final de su artículo en el Times: "El arte importa porque nos permite relacionarnos con nuestro complejo tejido social, nos autoriza a cruzar divisiones y trabajar juntos hacia una existencia más segura y significativa".
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