Netflix: Anon, un relato futurista marcado por la frialdad y el exceso de explicaciones
Anon (Alemania-EE. UU.-Canadá/2018). Guion y dirección: Andrew Niccol. Fotografía: Amir Mokri. Edición: Alex Rodriguez. Música: Christophe Beck. Elenco: Clive Owen, Amanda Seyfried, Colm Feore, Joe Pingüe, Sonya Walger, Mark O’Brien. Duración: 100 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: regular.
Con Anon, Andrew Niccol regresa a su tema predilecto, el futuro. O para decirlo con más precisión, las especulaciones sobre el destino que enfrenta la humanidad, marcado en un sentido casi determinista por ciertas cuestiones tecnológicas que detrás de una apariencia de bienestar condicionan ese futuro hasta convertirlo en destructivo.
A la fértil imaginación de Niccol le debemos la originalidad del guion de The Truman Show y algunas buenas ideas como director en películas como El señor de la guerra y Máxima precisión, dos relatos dramáticos más cercanos a los temas bélicos (y al presente). Con Anon regresa al escenario que lo obsesiona y ya recorrió varias veces. En Gattaca se asomó al tema de la manipulación genética; en Simone, a la realidad virtual, y en El precio del mañana, al combate contra el envejecimiento. Una de las protagonistas de este último film es Amanda Seyfried , y no es casual que Niccol la haya convocado nuevamente para su nueva obra.
Entre El precio del mañana y Anon hay más de un punto en común. El modo casi impersonal en el que los personajes se desplazan por el mundo, casi como autómatas. Una escenografía urbana gris, fría, metálica, dominada por edificios de líneas exactas, sin matices ni relieves. En esa gélida uniformidad, Niccol se imagina un futuro en el que la hiperinformación pasa de las máquinas al interior de los seres humanos. Cada uno de nosotros es una suerte de computadora andante, con ojos transformados en cámaras y el inmediato reconocimiento de toda la data que encierra una persona. Basta con cruzarse en la calle, caminando, para obtenerla.
En este sentido, ni el policía que interpreta Clive Owen , atormentado por un drama familiar, ni la hacker personificada por Seyfried, necesitan herramienta alguna para hacer seguimientos y persecuciones. Les alcanza con la imaginación y la capacidad de la mente, circunstancias que Niccol carga de énfasis todo el tiempo, como un mago empeñado en revelar cómo hace los trucos.
El resultado es un exceso de explicaciones que le hace perder al relato todo lo inquietante que sugería su punto de partida: esa enigmática hacker podría ser una asesina serial. Desde esa perspectiva, la capacidad de matar podría convertirse en algo casi imposible de frenar y lo peor es que podría quedar a la vista de todos, dada la posibilidad que se le concede a los encargados de velar por la ley de ingresar en la mente del resto de las personas y saber todo de ellas. Niccol imagina, por añadidura, un mundo que lleva el voyeurismo y el exhibicionismo al máximo.
En vez de explorar esas ricas posibilidades, el guionista y director prefiere recargar el relato de constantes aclaraciones y justificaciones. O no confía en la perspicacia del espectador para que éste descubra lo que pasa sin ayuda, o no se siente lo suficientemente seguro para dar un nuevo paso sin explicar por qué lo hace. Anon es una película desangelada que transforma a los deliberadamente inexpresivos Owen y Seyfried en dos elementos carentes de aliento vital que se suman a un diseño prefijado. Más que una película, Anon se parece a esas maquetas desde las cuales se proyecta alguna obra futura. El proyecto puede ser perfecto, pero allí nadie respira.
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