Netflix: en Alguien tiene que morir, el melodrama se viste de tragedia
Alguien tiene que morir (México-España/2020). Creador: Manolo Caro. Elenco: Cecilia Suárez, Ernesto Alterio, Alejandro Speitzer, Isaac Hernández, Carlos Cuevas, Ester Expósito, Carmen Maura. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Reescribir los códigos del melodrama le permitió a Manolo Caro convertir a La casa de las floresen un ejercicio singular, colorido e iconoclasta, que celebraba el legado de la telenovela justamente a partir de su parodia. Alguien tiene que morir pretende afirmar al melodrama en su vena trágica, sostenida en una ominosa fatalidad que no da tregua ni descanso. Así también lo hizo en el cine Arturo Ripstein, compatriota de Caro y gran renovador de la tradición popular del género desde su ardiente ciclo escrito junto a Paz Alicia Garciadiego, aquel que dejó obras maestras como La mujer del puerto o Profundo carmesí.
Caro sitúa la acción de su coproducción en la España franquista de los 50, con el trasfondo de la persecución de "rojos" y homosexuales, la corrupción política y carcelaria, la opresión cultural. Allí regresa el joven Gabino (Alejandro Speitzer), después de diez años en México. No regresa solo sino junto a Lázaro (Isaac Hernández), un amigo bailarín, destinado a despertar sospechas y suspicacias. Gabino agita todos los fantasmas posibles: los rencores por las circunstancias de su antigua partida, los temores por sus deseos de libertad que se estrellan contra el férreo control del franquismo. A Caro no le interesa tanto la historia personal de Gabino sino lo que él representa: nunca sabemos demasiado del personaje, ni de sus años en México, ni de los deseos que lo mueven más allá de su cercanía con Lázaro, sino que su presencia funciona como subversión de ese orden que solo puede engendrar la tragedia.
En esa búsqueda, Alguien tiene que morir modela sus conflictos de manera previsible y evidente, no hay demasiados matices, los personajes secundarios son apenas bosquejos de intenciones, ideas como la del tiro a la paloma se repiten una y otra vez como una fórmula visual. Quizás de manera paradójica, los personajes que mejor cursan su férrea oposición son dos mujeres que cruzan sus espadas de manera estratégica, que ascienden desde el subsuelo del relato creciendo a lo largo de los tres episodios como el verdadero corazón de esos dos mundos en disputa. Una es Mina, la madre de Gabino, interpretada por Cecilia Suárez con la justa desesperación, nacida en México y atrapada en España; la otra es Amparo, la matriarca a la que da vida Carmen Maura, máscara de un poder que se agita en las sombras, que es heredero de toda una historia de dominación.
Caro se afirma en una prolija reconstrucción de época y una concentración en el conflicto como eje de la representación. En ese gesto, su mundo esquiva los excesos que requiere la vitalidad del melodrama, su estilo es contenido como todas sus pasiones. Son esas dos mujeres las que agitan la fatalidad que impregna a la historia, las que recuerdan aquel espiral de barro y dolor que envolvía a los mundos de Ripstein, aquella maldición que se cumplía con sangre y disparos.
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