Muñeca Rusa: en su segunda temporada, el truco de El día de la marmota le abre paso al de Volver al futuro
La serie dirigida y protagonizada por Natasha Lyonne suma nuevos episodios en Netflix, en los que Nadia Vulvokov deberá enmendar los errores del pasado para encontrar soluciones
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“El hilo temporal parece haber encontrado un nuevo rumbo”. Esa sería la idea matriz detrás de la nueva temporada de Muñeca Rusa, la serie creada, dirigida y protagonizada por Natasha Lyonne que regresa al ruedo luego de cuatro años de espera. Entonces, Nadia Vulvokov estaba atrapada en el día de su cumpleaños número 36 cuando, a la salida del baño de una fiesta sorpresa, encontraba una muerte inesperada y el reinicio de ese mismo día en un loop interminable. La historia tomaba prestado el truco de El día de la marmota, pero le agregaba la espesura de una comedia existencial y la fogosa personalidad de Lyonne, su cabellera pelirroja y su voz aguardentosa que conducían a Nadia en la noche neoyorkina tratando de dilucidar el sentido de su vida.
Producida en colaboración con sus amigas Amy Poehler y Leslye Headland, la serie estrenada en Netflix a comienzos de 2019 nació de un piloto para la NBC titulado Old Soul que exploraba ese espíritu añejo que define el humor de Lyonne. Y ese disparador no fue en vano porque si bien la primera temporada se circunscribía al tiempo presente y al espacio reducido del Village, y oscilaba entre la fiesta hipster que una amiga preparaba para Nadia y el descubrimiento de una angustia muda que se hacía presente en esa muerte absurda y repetitiva, ahora el pasado es el verdadero protagonista. En la segunda temporada ya no es el bucle del mismo día el escenario de la pesadilla de Nadia Vulvokov, sino el año 1982 en el que se encuentra atrapada en su madre embarazada, y en aquellos errores irreversibles que marcaron la historia de su familia.
Nadia está a punto de cumplir 40 años. En esas prolongadas vísperas de la celebración visita el Hospital de Lennox Hill para saber de la salud de su madrina Ruth, el único lazo verdadero que le queda con su origen. Atrás parece haber quedado el temor de una muerte intempestiva o el purgatorio de la repetición, tras varios años de aparente normalidad (que paradójicamente coincidieron con la pandemia y la reformulación de toda “normalidad”). Sin embargo, cuando se dispone a tomar el subte en la estación de la Calle 77 algo extraño ocurre: las puertas dan paso a un nuevo escenario salido de Taxi Driver de Martin Scorsese, con carteles que anuncian el estreno de La decisión de Sophie y noticias que agitan el terror de la inseguridad en el corazón de Nueva York. Es el año 82, y al bajarse en Aston Place las calles se pueblan de manifestantes contra el peligro nuclear, peinados mohawk y cabinas telefónicas. Ese origen que creía perder de su memoria con la vejez de Ruth ahora se ha convertido en su presente.
Desde el inicio la serie planteó el tiempo como su arena de reflexión. En la primera temporada, era el sentido del ahora, asediado por preguntas y dilemas que Nadia descubría no tan propios como creía. El truco narrativo era la convergencia de su historia con la de Alan (Charlie Barnett), un joven también condenado a esa misma repetición temporal sin poder salir de ella. El encuentro de ambos era menos el de la desgracia conjunta que el del intento de liberación, desandar sus propias trampas y descubrir porqué sus vidas se habían acercado tanto a la experiencia de la muerte. Algo había en el pasado de ambos, en la historia de sus familias, que había originado el error en la línea temporal y la oportunidad de su corrección. Ahora ese viaje hacia el pasado se ha convertido en protagonista, ya no como un recuerdo en forma de rompecabezas sino como una experiencia tan vívida como sofocante.
Al desembarcar en los 80, Nadia persigue una única pista a su disposición: el nombre de un bar grabado en una caja de fósforos y el hombre para una cita: Chez (Sharlto Copley). Más allá de los guiños irónicos al presente, como el nombre del ex congresista John Leboutillier en la tapa de los diarios y las citas a la empresa Crazy Eddie –entonces en despegue y luego hundida por una escandalosa bancarrota-, lo que importa es el encuentro de Nadia con los trazos de su propio pasado. Chez, lookeado como el Paul Snider de Eric Roberts en Star 80, es un amante drogadicto y paranoico que la conduce intempestivamente al robo de un bolso lleno de monedas. Esas monedas son los Krugerrand de su familia, la salvaguarda en oro de sus antepasados húngaros que escaparon del Holocausto. Y Chez no es otro que el compañero de cama y delitos de su madre Lenora. Y ella, entonces, ¿quién es?
El universo parece haberle deparado algo peor que vivir siempre en el mismo día: vivir la vida de su madre muerta. Allí la serie se desconecta de El día de la marmota y enreda sus coordenadas con la saga de Volver al futuro y esa poderosa ilusión que supone poder enmendar los errores que signaron nuestra historia pasada. ¿Qué hubiera pasado si Lenora no robaba ese dinero, no se enemistaba con su madre, no moría joven? ¿La vida de Nadia hubiera sido distinta? Esos interrogantes dominan ahora la escena, combinados con el mismo humor corrosivo, el ingenio en la confección de las escenas y la escritura de los diálogos, la extravagante personalidad de Lyonne. Y junto a ella aparece Chloë Sevigny como la Lenora capturada en un reflejo, una imagen especular que la acompaña en sus viajes en subte de una década a otra.
La serie no pierde a sus viejos personajes sino que los reorienta. Persiste Ruth (Elizabeth Ashley), desdoblada entre su presente a la salida del hospital y esa imagen juvenil que acompañó a Lenora embarazada en su intento de encontrar el rumbo de su vida; las amigas de Nadia, termómetro de la experiencia contemporánea en contrapunto con el ritmo del pasado, y la figura de Alan, subido de manera inesperada a ese nuevo viaje por una línea temporal que siempre se bifurca. Lo que cambia es el eje de su búsqueda, antes concentrada en el misterio de la repetición y el intento de desentrañarlo. La resolución estaba menos en develar lo oculto que en atender lo que estaba a la vista. Un poco como demostró Buñuel en la surrealista El ángel exterminador, cuyo encierro se desarmaba al desandar los pasos que lo consagraron por primera vez, y después descubrir que ese encierro siempre convive con nosotros.
Ahora el camino hacia el origen se convierte no en una vía de revelación sino de acercamiento y comprensión. Lenora era apenas un recuerdo vago en la primera temporada, destellos en algunos flashblacks, un pozo de culpa y frustración. Ahora asistimos al despliegue de sus humores contradictorios, una intimidad vital y desgarradora que nunca arrebata a la historia de la comedia. La interacción sutil entre Lyonne y Sevigny es fructífera en tanto tensa sus parecidos y diferencias, pone a prueba a sus personajes en el ejercicio de su libertad y la responsabilidad de sus efectos. El control que Nadia parecía haber conseguido en su vida, celebrando sus últimos cumpleaños junto a Alan en estado de alerta por cualquier sorpresa, ahora revela sus límites. Pero, al mismo tiempo, lo que parecía un destino inamovible ahora expone su propia condición humana y su posibilidad de cambio y aprendizaje. Esa misma combinación entre voluntad y desorientación que habita en Nadia ahora se expande hacia los mundos que la esperan tras esas puertas que nunca se había animado a abrir.
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