Matthew Perry, el primero de nuestros amigos en irse: ¿cómo hacemos el duelo por un personaje de ficción?
La consternación global por la muerte del actor pone en evidencia el punto en el que un intérprete puede ser identificado con un rol, y cómo una serie es capaz de hacernos reír mientras nos enseña de la vida
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Si se tiene la suerte de haber vivido lo suficiente, en algún momento se recibe “la llamada”. Tal vez haya sido una llamada telefónica, un posteo en las redes o una frase pescada en la calle por azar, pero el mensaje es siempre el mismo: murió un amigo de la juventud.
La muerte de Matthew Perry es triste por todas las razones habituales que surgen cuando un actor talentoso, carismático y dúctil que ha compartido con nosotros todas sus luchas contra las adicciones muere prematuramente. Pero esa tristeza es más profunda aún por la particular relación de Friends con su público: si alguno de ustedes se conectó con la serie de la manera en que la serie quería conectarse con nosotros, la noticia fue una versión global de esa “llamada”.
Friends nunca se propuso enseñarnos nada sobre la vida y la muerte. Uno de los mayores méritos de la serie es no haberse tomado nunca en serio a sí misma. (Eso mejor se lo dejamos a los críticos.) Pero sabía perfectamente lo que sí era: como lo describió uno de sus creadores, David Crane, la ficción estaba ambientada “en ese momento de tu vida en que tus amigos son tu familia”.
En más de un sentido, la relación de esos seis jóvenes adultos era más estrecha que una familia (con la excepción de los personajes de Monica y Ross Geller, que en la serie eran hermanos.) Pero tenían lazos familiares complicados, y sus padres solían estar lejos o enfrascados en sus propios asuntos. Juntos, esos seis amigos conformaron una especia de familia alternativa. Individualmente o en pares, exploraron formas alternativas de formar sus propias familias, incluida la subrogación de vientre y la adopción.
Para su debut, la serie también fue categorizada como “la sitcom de la generación X”. (Corría 1994, año de la película Reality Bites y del suicidio de Kurt Cobain, ese breve período durante el cual la cultura pop trató de explotar esa generación antes de que pasara al olvido.) Por suerte ese mote no duró.
En cambio, Friends se convirtió en una serie sobre la primera década de la vida adulta. Tal vez por eso encontró una renovación perpetua de su audiencia entre los milenials, que la veían en repeticiones por cable, y entre la generación Z, que la encontró en las plataformas de streaming (las diez temporadas de la ficción pueden verse en HBO Max). Porque estaba centrada en algo que todo el mundo puede entender: los comienzos.
Si alguno de ustedes, como quien esto escribe, tenía aproximadamente la misma edad de los protagonistas en los años 90, habrá visto que atravesaban los mismos hitos de la vida que su público. Si la vieron veinte años más tarde, cuando eran preadolescentes, servía como una forma de prepararse para la adultez. La serie estaba endulzada para que todo resultara más llevadero —esos departamentos imposiblemente grandes en pleno Manhattan, la cantidad de tiempo libre del que parecían disponer— y era profundamente optimista. Parecía decir: “Algún día podrás ser así, vivir por tu lado pero sin estar solo. Tu trabajo tal vez te parecerá una pavada, tal vez no tengas un peso y tu vida amorosa esté en terapia intensiva, pero vas a salir. Vos y tus amigos van a salir adelante.”
Todo inicio, sin embargo, lleva implícito el final, y en las sitcom ese final suele quedar fuera de cuadro. El final de Friends, en 2004, dejó a los personajes al final de aquel inicio: casándose, teniendo hijos, mudándose a los suburbios. Por más que lo hayan visto siendo niños, probablemente hayan entendido que esas imágenes no garantizaban que serían felices para siempre. Pero la serie al menos nos permitía imaginar que por duros que fuesen los inicios, todo podía mejorar.
Eso era particularmente cierto para el Chandler interpretado por Matthew Perry, un joven agudo y sarcástico. Era gracioso, pero no era para nada feliz y despreocupado como su mejor amigo y compañero de departamento Joey, interpretado por Matt LeBlanc. A Chandler le iba mal en el amor, y odiaba el Día de Acción de Gracias porque era el día en que sus padres le comunicaron que se iban a divorciar, cuando él tenía 9 años.
Muchos actores podrían haberlo interpretado como un cínico corrosivo, pero Perry le aportó una cuota de melancolía. En cierto sentido, era como un juguete roto: no muy distinto del propio Perry, no muy distinto de muchos de nosotros. Tal vez eso no nos haya hecho quererlo más que los otros personajes de Friends, pero sí lo queríamos de otra manera…
Y sin embargo, Chandler no era un resentido ni un derrotado. Y eventualmente alcanzó la felicidad, o su propia versión de ella. La serie termina con Chandler casado con Monica, con quien adopta dos bebés y se muda lejos de Nueva York. Si la reparación de su corazón roto no había sido completa, al menos había sellado las fisuras.
Por suerte Friends nunca cedió a la tentación de las lucrativas ofertas para hacer un “regreso”, como hicieron Frasier y muchas otras sitcoms. Todos los episodios quedaron congelados en el tiempo, como las páginas de un anuario escolar. Las actualizaciones del mundo real llegaban en la forma de posteos ocasionales en Facebook, a veces felices, a veces preocupantes. En 2021 hubo una reunión de elenco, donde a Perry se lo vio arrastrando las palabras, lo que atribuyó a una cirugía dental, y se entregó tiernamente a los recuerdos junto a sus compañeros de elenco.
Y entonces llegó “la llamada”. El que había muerto era Matthew Perry. En cuanto a Chandler, podemos imaginar el final que más nos guste para él. Pero cuando se trata de una serie que nos invita a crecer a la par de sus personajes, nunca es fácil separar esas relaciones parasociales: amamos al personajes, amamos al actor, amamos lo que ese actor nos hacía sentir a través del personaje que interpretaba. Chandler Bing tal vez sea un personaje de ficción, pero nuestra conexión con él es real, y por lo tanto la pérdida y el duelo son reales.
Por supuesto que Matthew Perry tuvo una vida y una carrera antes y después de Friends. Pero con su partida, la menos pretenciosa de todas las comedias de los “buenos tiempos” logró una vez más algo pequeño pero muy profundo. A través de Friends, varias generaciones tuvieron la experiencia de cómo se siente vivir el inicio de algo. Y a través de Perry, tuvieron un atisbo del final.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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