Más que un fracaso, Edha es la continuidad de una larga historia de ficciones argentinas
De tomarse al pie de la letra el veredicto que se extiende por las redes sociales desde hace por lo menos 48 horas, Edha debe ser la peor ficción televisiva realizada en la Argentina durante toda su historia. Los calificativos y juicios de valor más duros y más crueles que puedan concebirse se vierten allí contra la serie dirigida por Daniel Burman , en medio de un debate mediático en el que la crítica televisiva, por un instante fugaz, pareció colarse entre los asuntos frívolos y mundanos de numerosos espacios dedicados al quehacer de la farándula.
Los argumentos más fundados y las evaluaciones más rigurosas dejaron a la vista que Edha es, en el mejor de los casos, un proyecto fallido. Desde este mismo lugar, Paula Vázquez Prieto señaló que incluye algunas de las constantes de la obra de Burman "perdidas en una narrativa dispersa que parece querer contenerlo todo y termina perdiendo mucho".Edha está lejos de funcionar como un producto redondo. Si usamos como referencia algunos de los elementos propios de su trama, aquí las costuras quedan demasiado a la vista.
Sin embargo, el reconocimiento de estas deficiencias no debería llegar al extremo de rasgarnos tanto las vestiduras. En términos de concepto, de formato y de identidad, Edha no está muy lejos de la gran mayoría de las producciones de su tipo realizada para la televisión argentina, digamos, en la última década y media, como también fue señalado en las redes por críticos tan sagaces como Diego Lerer.
La primera explicación deberíamos buscarla en el carácter excepcional que tiene Edha.El hecho de ser la primera producción de Netflix en la Argentina lleva a la serie de Burman a ser vista (equívocamente, en nuestra opinión) de una manera distinta a las demás. Se ha generalizado la idea de que Netflix incluye en su programación original aquéllas producciones que no tienen lugar en otros espacios. Y que las características distintivas del gigante del streaming , entre las cuales sobresale la posibilidad de ver temporadas completas de un tirón y sin publicidad, determinan un patrón de exigencias superior a las de cualquiera de sus competidores. En un escenario de constante mutación como el televisivo, Netflix coloca la vara muy alta, sobre todo si al mismo tiempo se especula sobre el aparente ocaso inexorable de los modelos tradicionales de TV abierta y de cable.
Es posible que esta situación encierre también una gran paradoja, que puede convertirse en un dilema a futuro para actores tan relevantes y decisivos en el mundo audiovisual. Para muchos, y con razón, Netflix es el hecho más revolucionario experimentado en lo que entendemos por televisión desde hace mucho tiempo, y ya casi nadie discute que su éxito marca al mismo tiempo un cambio de paradigma. Pero ese cambio resultó tan veloz que las nuevas generaciones ya empiezan a identificar a Netflix como "la televisión". No un nicho consagrado a la producción de calidad, establecida a partir de criterios de selección cada vez más exigentes. Criterios de este tipo pueden llevar, como ocurre con actores Premium como HBO o Showtime, a producir una determinada cantidad de contenidos por temporada, siempre sujeta a ciertos límites. Con su inmensa capacidad económica y de abonados, Netflix puede convertirse más temprano que tarde en una usina de producción equivalente en cantidad a lo que hizo la TV convencional en todo este tiempo.
En este sentido, Ted Sarandos no se equivocaba cuando le dijo a LA NACION en noviembre pasado: "Queremos que Edha sea muy, muy argentina". Ciertamente la ficción creada por Burman tiene marcado casi a fuego el ADN de nuestras ficciones. Una identidad caracterizada por un complejo, muy esforzado y muchas veces notable trabajo de producción, la preferencia por historias corales, una atención puesta mucho más en el diseño de las situaciones que en la construcción y consistencia de los diálogos y la búsqueda casi obsesiva de elementos testimoniales y de denuncia (en este caso la explotación que el mundo de la alta costura hace del trabajo en los talleres clandestinos) que se manifiestan por lo general a través de golpes de efecto.
Edha, como señaló con agudeza la crítica de Vázquez Prieto publicada en LA NACION, tiene el defecto de ser demasiado abarcadora. Para Burman, es la continuación estilística y dramática del camino abierto con Supermax,una serie que lamentablemente en la Argentina no vio nadie y que resultaba mucho más redonda porque se concentraba en un solo espacio. El mundo narrativo de Burman está en expansión y Edha lo muestra con su planteo marcado por las venganzas y las obsesiones. Pero, como también se dijo en nuestra crítica, casi todo resulta aquí impostado y superficial. La subtrama más interesante, planteada en los sórdidos y oscuros escenarios en los que se mueve la otra vez excelente Sofía Gala Castiglione , queda en un claro segundo plano respecto del mucho menos interesante espacio dominado por el personaje de Juana Viale y su problemático entorno. Viale lleva demasiado lejos la distancia emocional que le exige su papel y la narración de parte del relato con su voz en off aparece como la decisión menos feliz de toda la producción. Tanto, que cuesta entender que se haya resuelto contar así la historia desde un principio.
¿Hubiese recibido Edha críticas tan feroces si se emitía en un canal abierto con el respaldo de una gran campaña publicitaria? Seguramente no. Las series dramáticas de emisión semanal y duración limitada como Edha (mal llamadas unitarios) que se mantienen firmes en la pantalla convencional no son muy distintas a la golpeada producción de Netflix, un nuevo actor de peso en el mundo televisivo local que, digámoslo de paso, anunció en noviembre pasado un plan de 10 producciones originales en la Argentina de perfil por lo menos variopinto. Desde una ambicioso telefilm sobre el papa Francisco con figuras internacionales de altísimo perfil (Anthony Hopkins, Jonathan Pryce) hasta un documental sobre Boca Juniors. Su catálogo actual incluye desde la serie policial Estocolmo (donde Juana Viale tiene un papel mucho más convincente) hasta un show de stand up de la controvertida Malena Pichot. Y si seguimos con las comparaciones, otra serie de ambiciosos alcances y producción reciente como Sandro de América, disponible en streaming, producida por fuertes nombres internacionales y dirigida por otro aplaudido nombre de extracción cinematográfica (Israel Adrián Caetano) resulta mucho más redonda y atractiva en su evolución dramática que Edha, pero resuelve muchas veces a las apuradas y con diálogos balbuceantes situaciones que en la serie de Burman se resuelven sin vueltas, aunque cargadas de afectación.
El camino parece estar iluminado por otro lado. Series como El marginal,El jardín de bronce y Un gallo para Esculapio pasaron por la televisión (abierta, cable, streaming, a esta altura casi da lo mismo) envueltas en elogios de la crítica más exigente y el entusiasmo del público, que alienta la realización de nuevas temporadas. Aquí hay más precisión narrativa y un concepto más claro ligado a la recuperación de géneros bien precisos (el policial, sobre todo), sin esa necesidad poco entendible de querer abarcar demasiado. Y sobre todo ser fiel a la tradición televisiva de nuestras ficciones, ese híbrido entre costumbrismo, intriga y denuncia testimonial que hace tiempo dejó de funcionar. Por eso no corresponde tomar al pie de la letra los veredictos más precipitados sobre Edha que se adueñaron de las redes sociales en las últimas horas.
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