Luis Ortega: "Historia de un clan es como una película de nueve horas"
El director del gran éxito de Telefé, centrado en la historia del clan Puccio, que terminará esta noche, a las 23, habla de las inusuales circunstancias de su realización y de cómo los muchos riesgos que asumieron sus responsables lograron redondear una apuesta deslumbrante
Luis Ortega imaginaba que Historia de un clan iba a ser simplemente un trabajo por encargo. Pero muy pronto se dio cuenta de que la serie de once capítulos que hoy es catalogada como una especie de milagro en la televisión argentina era bastante más que eso: "La verdad, al principio lo pensé como un laburo para pagar deudas. Tenía muchas, pagué casi todas. Pero aparte fue una experiencia creativa muy intensa. Trabajar con esos actores fue algo muy especial. Le agradezco mucho a Underground por poner esto en mis manos. Fue un riesgo de su parte porque yo nunca había hecho televisión. Me gustaría hacer una película con este mismo esquema de producción de la serie. De hecho, Historia de un clan es una película de nueve horas dividida en capítulos. Para mí es inevitable verla de ese modo".
Exhibida por Telefé los miércoles, a las 23 (hoy es su último capítulo; todos los anteriores están disponibles en el sitio del canal), esta ficción generó muchos elogios en las redes sociales y un promedio de rating razonable: 12 puntos en el último mes, 2 más que su competidora de El Trece, Signos. Pero no es lo único que Ortega tiene ahora en la cabeza. Para el año próximo planea rodar un film sobre la vida del asesino serial Carlos Robledo Puch. Entretanto, Lulú, largometraje con Nahuel Pérez Biscayart y Ailín Salas que fue exhibido en Toronto, Roma y el último Bafici, se proyectó en el Festival de Mar del Plata y será estrenado comercialmente en marzo próximo.
Antes, el director trabajará de nuevo en el montaje de la película para conseguir una versión que lo deje más satisfecho que esa que ya mostró en público. Siempre ha sido obsesivo y autocrítico con su cine. Y también ha sabido distinguir claramente las películas que más lo representan –Caja negra, un muy buen debut, y Dromómanos, auténtico "ovni" del cine nacional, un film de una singularidad y una potencia realmente inusuales– del resto de su obra. Sin embargo, en todas las películas de Ortega, aun en las que él considera más fallidas (vale la pena ver Verano maldito para comprobarlo), hay ideas, marcas de su particular estilo y, sobre todo, una enorme vitalidad.
Al fleje
Producida por Underground, propiedad de su hermano Sebastián y de Pablo Culell, Historia de un clan se estrenó después del boom de taquilla de la película de Pablo Trapero sobre los crímenes de la tristemente célebre familia Puccio. Trapero explotó el poder de convocatoria de Guillermo Francella para crear una película que reproduce, con algunos matices, el contenido de los expedientes judiciales. Ortega, en cambio, eligió un camino más aventurado: la especulación sobre la matriz psicológica de la familia ¿Qué fue lo que empujó a los Puccio a ser protagonistas de una historia tan sórdida? ¿Cuáles podrían ser las explicaciones posibles de esa locura, al margen del interés por el dinero? Esas preguntas fueron el disparador de una ficción cargada de tensión y perversiones que tiene, como primera medida, actuaciones muy ajustadas: Alejandro Awada está formidable como Arquímedes, y también se lucen Cecilia Roth, el Chino Darín, Nazareno Casero, Gustavo Garzón, Pablo Cedrón y el veterano Tristán, en un trabajo memorable y kilométricamente alejado de sus roles más conocidos. Pero también destacan un notable trabajo de puesta en escena y una dosis generosa de humor perverso e irónico que calza a la perfección con la delirante trama de la historia.
Llama la atención la osadía de Ortega, decidido a jugar al fleje en cada escena, resuelto a provocar, sí, pero con buenos argumentos y una red de contención muy fuerte que empezó a tejerse a partir de la feliz idea de convocar al escritor Pablo Ramos para el trabajo en el guión. El oscuro lirismo que Ramos ha revelado en su literatura –una prueba incontestable: su magnífica novela La ley de la ferocidad– impregnó la serie, la llevó a un terreno realmente inquietante. "Cuando me llamaron, propuse a Pablo Ramos para colaborar con los guiones y fue bienvenido, entonces el proyecto empezó a tomar un rumbo más definido –recuerda Ortega–. Pude hacer lo que hago habitualmente cuando filmo una película, pero sin tener que ocuparme de todo, sin que todo sea un problema mío, personal. Un buen productor te ubica para que hagas solo tu trabajo, que es escribir y dirigir, mientras él tiene una visión más amplia del proyecto y puede conducirlo, porque a mí por lo menos no me da la cabeza para todo."
–¿No te condicionó la estructura de la televisión?
–No, para nada. La usamos para hacer una película muy larga. Aparte voy a todos lados con Martín Fisner, que es mi hermano del alma y un camarógrafo con el que siempre quiero trabajar. Esto se pudo ver así de bien gracias a él y al trabajo de Martín Pels, el otro cámara; del iluminador, Sergio Dota; de la directora de arte, Julia Freid, y de las asistentes de dirección, Felicitas Soldi y Estela Cristiani.
–¿Qué te atrajo de la historia de los Puccio?
–Lo primero fue la idea del fantasma en la casa. Sin algo corrido de lo normal, corrido de esa rutina devastadora en la que vive la gran mayoría de la gente, un hombre no se siente vivo, ni siquiera puede tener una erección. En la serie, eso se enuncia claramente. Por eso el crimen funciona en la vida de Arquímedes como algo que después no puede dejar, es una sensación fundamental para él. Eso te lo puede dar un amor o el delito. Algo que te saque de la muerte, de la sensación de estar muerto en vida.
–¿Por dónde empezaste la investigación?
–Por el final, por la cárcel. Lo primero que hice fue llamar a Rodolfo Palacios, que me dio su libro Sin armas ni rencores, sobre el robo al Banco Río. Ese libro me inspiró mucho en todo este proceso. Con Rodolfo recorrimos algunas cárceles, hablamos con internos que estuvieron presos con los Puccio, compañeros de pabellón, ladrones sobre todo. Todos tenían anécdotas, historias sobre Alejandro y Arquímedes. En cada una de esas historias, Alejandro era una persona distinta. Todos los que estuvieron con él me dijeron algo diferente ¿Es como un fantasma? Pero todos somos, de alguna manera, fantasmas. No sos nadie hasta que alguien te ve, cuenta quién sos, qué hiciste en tu vida. También me entrevisté con las dos personas de la banda que estaban a cargo de las ejecuciones. Son los únicos que estuvieron en el lugar de los hechos. Los fui a ver varias veces. Uno de ellos me contaba que iban a hablar con los rehenes con la cara cubierta. Ahí pensé lo de las máscaras de Perón, Evita, Videla y Menotti que aparecen en la serie. Eso es pura ficción, claro. De hecho, me gustaría pedirles disculpas a los familiares de las víctimas por revivirles esta pesadilla. Y también a Adriana Puccio. Sé que está viva, que era una niña en ese entonces y que su vida seguramente no tuvo nada que ver con lo que aparece en esta ficción.
–Se suele ver a esta historia como un coletazo de la represión ilegal durante la última dictadura ¿Te interesaba esa perspectiva?
–Claramente, fue el contexto ideal. Si el Estado lo hacía, ¿por qué no lo harían los demás? De hecho, el Estado siempre facilita mucho el asunto creativo: todas las hijaputeces que uno se pueda imaginar están inspiradas en lo que hace la sociedad cada día en nuestra cara. Ese es el aval que usa Arquímedes para secuestrar y matar, por eso el programa se pone un poco incómodo, porque de alguna manera somos todos cómplices de esta mentira de mundo. Y es tremendo, pero el tipo puede justificar lo que hace. Yo no creo en el mal por el mal mismo. Al menos no vale la pena filmar algo así. Por eso la propuesta de Historia de un clan es ésa. Lo más rico son todas las preguntas que vienen con el crimen. Hay alguien buscando algo, alguien que nunca tuvo insomnio, que nunca se preguntó quién es, qué es el hombre, qué es la libertad y de repente comete una locura y se empieza a preguntar por todo eso, se da cuenta de que está vivo. Es el caso del personaje del Chino, que es el nexo con el público. La paranoia a veces tiene que ver con darte cuenta de que estás vivo y al final todo es una emboscada.
Crimen y castigo
Luis Ortega compara esta historia con Crimen y castigo, de Dostoievski. "De arriba no te la llevás –asegura–. Para muchos empieza ahí su relación con algo trascendente, en la emboscada. Todo se puede llegar a poner muy onírico después de matar a alguien." Agrega que en un momento se le apareció la imagen de Alejandro Puccio asesinando a toda su familia con una Itaka. Y la filmaron tal cual, aparece al comienzo del capítulo 3. "Alejandro es el que más podía alegar ser un rehén de su destino. ¿Pero hasta qué punto no somos todos rehenes? Cuando me enteré de que tuvieron a Nélida Bollini secuestrada durante más de treinta días, me di cuenta de que no eran la plata, los viajes que podían pagarse con los rescates ni el cambio de estatus social lo que los motivaba. Si igual siempre mataban a los secuestrados, ¿para qué tenerla tanto tiempo ahí? Lo que tonificaba a la familia era tener a alguien encerrado. Incluso era así para las chicas (María Soldi y Rita Pauls, también de muy buen trabajo en la serie), que en nuestra versión no estaban muy al tanto de lo que pasaba. Arquímedes vuelve a tener sexo con su mujer, Epifanía, en ese contexto. «El fantasma organiza», dice Arquímedes. Es una interpretación siniestra de lo que pasó, pero no creo que haya una interpretación posible de este caso que no sea siniestra. El dinero siempre es una buena excusa, pero nunca es el móvil real de un crimen. La sociedad relaciona el crimen con la gente pobre, sin formación académica. Un poco porque les conviene y otro poco porque la careteada se basa en negar la naturaleza asesina de la humanidad. Que una familia así haya hecho lo que hizo es atractivo sobre todo para la gente de clase media y clase alta, que dice: «Ah, mirá, es uno de nosotros. ¡Qué horror!»", concluye el realizador.
Las dos versiones de la familia Puccio
Desde su estreno a fines de agosto hasta hoy, El clan, la película de Pablo Trapero protagonizada por Guillermo Francella, ha alcanzado un notable resultado en la taquilla: lleva vendidas más de dos millones y medio de entradas. Luis Ortega estrenó su propia versión de la oscura historia de la familia Puccio, transformada en una organización delictiva dedicada al secuestro extorsivo de personas, apenas unos días más tarde, el 9 de septiembre último, y dice no haber visto el film de Trapero: "No vi la película, pero sé que está apoyada en la versión judicial de los hechos. Acá elegimos otro camino, preferimos reconstruir lo que pasaba en esa casa desde la intuición. ¿Por qué voy a confiar en lo que dicen unos papeles?", explica.
Por estos días Ortega también trabajó en dos capítulos de El marginal, una serie policial de Underground que originalmente iba a dirigir Adrián Caetano, alejado del proyecto por un problema familiar. Producida con aportes del Incaa, la serie será exhibida por la TV Pública y contó con el asesoramiento de César González, poeta y director de cine también conocido por el seudónimo Camilo Blajaquis, un joven de 26 años que estuvo preso en el penal de Marcos Paz y hoy organiza talleres literarios en el barrio Carlos Gardel del conurbano bonaerense, donde nació y creció.
Más allá de sus incursiones televisivas, actualmente Ortega ajusta los últimos detalles de un disco que viene preparando desde hace ya tres años: "Lo produce Daniel Melingo y se llama El salmón de Eva Braun –cuenta–. Estamos muy contentos. Mi amistad/sociedad con Melingo es de las cosas más lindas que me pasaron".
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