Louis C. K.: el guionista que se convirtió en rey de la comedia sin pretender hacernos reír
Esta noche llega a Comedy Central Louie, la ficción que revolucionó la televisión norteamericana y catapultó a su creador al estrellato
Con seis años de retraso, finalmente hoy, a la medianoche, por Comedy Central y en un capítulo doble se estrena Louie, la sitcom creada por el cómico Louis C. K. que fue la mayor revelación del humor de comienzos de la década y que convirtió a su autor en una estrella. Louie no es una sitcom tradicional, sino que acaso sea uno de los programas más anárquicos en usar ese rótulo. Si la idea de “sitcom tradicional” (una comedia teatral, planteada en pocas escenografías y registrada con varias cámaras, como la TV en vivo) parece una cosa del pasado, se debe en parte a la influencia de esta serie.
Es probable que los logros acumulados por este programa (tres premios Emmy, premios Peabody, WGA, TGA, premio de la crítica norteamericana, seguidores fanáticos, críticos extáticos explicando que se trata de la obra de un genio y mucho más) y presentaciones como la que abre esta misma nota disparen las expectativas a un lugar inalcanzable. Lo primero que hay que decir de Louie a quien nunca la vio es que no es increíblemente graciosa del mismo modo en que una película como ¿Dónde está el piloto? fue increíblemente graciosa. Los que decían que Seinfeld era una serie sobre “nada” esperen a ver el primer episodio, el que se supone que tiene que poner toda la carne en el asador, en el que Louie, el protagonista, simplemente lleva a sus hijas a la escuela.
Es un experimento Louie, una búsqueda, un trabajo en proceso y, como tal, es necesariamente inconsistente. Hasta reglas básicas de la televisión comercial aparecen trastocadas: algunos episodios duran 20 minutos; otros, más de 40; un mismo personaje secundario es interpretado por diferentes actores porque sí; hay temporadas de 13 episodios; otra de 14 y la última a la fecha tuvo 8; algunos episodios se encuadran dentro de la comedia observacional, otros rozan el realismo mágico, otros son lisa y llanamente dramáticos y de una tristeza que no se sacude sólo con apagar la tele. Queda claro que Louis C. K. hace exactamente lo que quiere, pero eso que él quiere está realizado con cero complacencia y con tal grado de honestidad, precisión e inteligencia en la autoobservación que, cuando da en el blanco, resulta en una iluminación sin precedente para este género. Esto no es una comedia con peores o mejores chistes que otras, es una obra que interpela nuestra propia vida. La sitcom como una de las bellas artes.
Louis C. K. (su apellido es Székely, que se pronuncia vagamente como “C. K.” en inglés) llegó a tener este programa luego de una racha exitosa de especiales de comedia. Aprovechando su posición ventajosa puso una serie de condiciones inéditas: “La gente de FX me vino a buscar para hacer una comedia. Les dije que no podían ver el show ni saber a qué actores iba a contratar hasta que estuviera terminado”, contó en el programa de David Letterman. La cadena respondió con incredulidad. “Me dijeron que eso no era razonable y yo les dije: «Por supuesto, tienen razón, entonces no lo hagamos». Como estaba en el lugar inmejorable de no necesitar un programa de TV porque me sentía muy feliz haciendo mi stand up, obtuve todo lo que quise.” La otra razón por la que Louis logró semejante grado de libertad fue porque el cómico, además de protagonizar, escribe, dirige y edita él solo toda la serie, a un costo bajísimo para la cadena.
Aunque su historia oficial lo muestra como un “cómico de cómicos” –un eufemismo para decir “fracasado”– hasta la llegada de esta serie, si se mira su vida más de cerca tal cosa no es del todo cierta. Louis, hijo de dos egresados de Harvard, decidió no ir a la universidad para empezar lo antes posible una carrera en el stand up, donde pretendía seguir los pasos de sus ídolos Richard Pryor y George Carlin. Un comienzo fallido a los 17 años (tenía dos minutos de chistes malos para llenar cinco minutos en el escenario: se fue abucheado) no lo amedrentó: “Yo quería ser uno de esos tipos que veía en los clubes haciendo stand up”, dijo en Talking Funny, una conversación entre L. C. K., Seinfeld, Chris Rock y Ricky Gervais emitida por HBO. “Ser exitoso o no era secundario –agregó luego–, lo que me importaba era ser uno de ellos.”
Con cierto tiempo, lo logró. Para cuando tenía unos veinte años, a finales de los 80, hacía unos diez shows por noche en el creciente circuito de comedia de Nueva York. Ganaba cientos de dólares por jornada y hasta se había comprado una moto para llegar a tiempo a todos sus compromisos. Previsiblemente, tuvo un accidente que lo dejó en el hospital. Para cuando pudo volver a actuar, la escena de stand up había empezado a replegarse y no encontró un trabajo estable por los siguientes cuatro años. El punto más bajo de su mala suerte llegó cuando se enteró de que los responsables del casting de Saturday Night Live, el legendario programa de sketches que lanzó a casi todas las figuras de la comedia norteamericana, estaban haciendo un scouting en uno de los clubes en los que solía presentarse. Se ubicó primero en la lista, pero los de SNL llegaron tarde y se perdieron parte de su show. Esa noche, todos los demás cómicos que se habían presentado fueron contratados. Menos él. Pensó en abandonar todo (“Nunca fui suicida, pero me hubiera gustado serlo”, dijo años después), pero antes de que tomara una decisión recibió unas llamadas para escribir en un nuevo late show, el del desconocido Conan O’Brien, que se convertiría en un programa de culto primero y en un éxito después. Louis, por su parte, se volvió un guionista requerido. Trabajó para Letterman, fue showrunner de los programas de Dana Carvey y Chris Rock, labor por la que ganó su primer Emmy; guionó y dirigió un par de largometrajes (la lyncheana Tomorrow Night y la comedia Pootie Tang) y escribió otras dos películas para Chris Rock. Es decir, si bien no era el rey de la comedia en el que se convertiría años después, dificilmente podía ser considerado una figura oscura o un fracasado.
Aquello que lo seguía desalentado, sin embargo, era que no podía despegar en lo que realmente le importaba, que era su carrera de stand up. Por quince años había estado repitiendo el único monólogo que había logrado componer: una suerte de prosa poética que abrevaba en el absurdo y el nonsense y que no conectaba con el público. Fue Carlin quien lo ayudó a salir del callejón sin salida en el que se encontraba. El viejo humorista (fallecido en 2008) le explicó que descartaba todo su material cada año. Para Louis, que llevaba 15 años haciendo lo mismo, tal cosa era impensable. El nacimiento de su primera hija le dio el valor para saltar al vacío e intentarlo. “Una vez que usás todos los chistes de pedos y sexo que se te ocurren, tenés que mirar más adentro y empezás a hacer chistes sobre tus relaciones y tus amigos; pero cuando ésos se acaban, tenés que mirar más adentro, así hasta llegar a un lugar realmente oscuro.” Louis cambió el surrealismo de segunda mano de sus inicios para empezar a cultivar un humor observacional, más común en el stand up, pero pocas veces llevado al grado de lucidez y ferocidad que él le imprime. No sólo es gracioso, sino que la precisión léxica de los textos, la inventiva, no sólo humorística sino también, a su modo, poética, de sus comparaciones y sus metáforas lo muestran como un gran escritor. Louis expone nuestras contradicciones con un grado de claridad que no tiene muchos rivales en el stand up o en ningún otro rubro.
Esta severa ética laboral dio sus frutos: en 2005, tras grabar One Night Stand, su primer especial para HBO, fue contratado para escribir y protagonizar su propia sitcom en la cadena. Con malas críticas y poca audiencia, Lucky Louie fue cancelada en su primer año, pero el cómico no se quedó lamiendo sus heridas. Inmediatamente salió de gira con nuevo material, que terminó en el especial Shameless (2007), que ganó varios premios como el mejor especial de comedia de ese año. Al año siguiente grabó Chewed Up y luego Hilarious, que llegó a estrenarse en festivales de cine, debido al crecimiento exponencial de su público. En ese momento, llegó la oferta de hacer Louie.
Su amigo y colega Marc Maron –en cuyo podcast WTF se encuentra la mejor entrevista realizada al cómico– opina que como L. C. K. creció sin su padre –quien abandonó muy pronto a su familia católica para convertirse al judaísmo ortodoxo–, desde siempre busca un guía existencial. Esa búsqueda se transmite a su trabajo. Su stand up y su serie de TV son un itinerario de impresiones, viñetas acerca de cómo llevar adelante una vida. El talento de Louis C. K. hace que, en lugar de volverse pontificador o condescendiente, cada tanto nos ofrezca la claridad del reconocimiento. Con todo lo deprimentes que resultan sus observaciones sobre la mediana edad, la familia, la paternidad o la pareja, también nos ofrecen el consuelo de que, al exhibir con perspicacia las contradicciones y el absurdo de la vida que nos armamos, nos sintamos un poco menos solos.
Better Things, otra genialidad
Quienes hayan visto Louie y se pongan nostálgicos con este demorado estreno de la serie en la Argentina, ya tienen una tarea perfecta para el hogar: Better Things, la rocambolesca serie que Louis C. K. creó junto a su amiga y colaboradora Pamela Adlon para el absoluto lucimiento de ésta, actriz de voz rasposa, carrera intermitente y tres hijas y una madre indomables.
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