En tono de comedia y utilizando a los clásicos monstruos de la Universal, esta serie se convirtió en un fenómeno social que contó con la presencia estelar de Yvonne de Carlo y abrazó el movimiento contracultural de los ‘60
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Entre 1964 y 1966, el estilo de vida americano estuvo encarnado por papá Frankenstein, mamá vampira, hijo lobizón y abuelo Drácula. Durante dos años, Los Munsters le pelearon a Los locos Addams el título de “familia más normal” de la televisión estadounidense. Tuvieron a su favor una notable representación satírica de la vida cotidiana de la clase trabajadora suburbana, exhibiendo sueños, ambiciones y problemáticas concretas de la sociedad de la época.
Entre risas y enredos algo bizarros, la serie puso en valor el movimiento contracultural, los principios de un feminismo de avanzada y una serie de problemáticas concretas, que van del embarazo adolescente al bullying; y de la delincuencia juvenil a los trastornos de la conducta alimentaria. Sin olvidarse de la guerra fría, militó activamente la lucha por los derechos civiles de las minorías, generando una conciencia social que el movimiento Black Lives Matter viralizó 55 años después. Formó parte del desfile anual de Macy’s por el día de Acción de Gracias y saltó al cine en technicolor, pero nada pudo hacer contra la gran bestia pop encabezada por Adam West.
Los locos Munsters
El padre proveedor y la madre ama de casa, el hijo correcto y estudioso, el abuelo divertido y algo excéntrico, detentor de la memoria genealógica. La típica familia estadounidense, modelo recurrente de cuanta sitcom pudiera verse en el cine hollywoodense de los años ‘40. Para Bob Clampett, animador y titiritero estrella de la industria, la diferencia cualitativa vendría dada por la composición de ese grupo nuclear y representativo del estilo de vida americano. “La idea era que Universal capitalizara el suceso de sus películas de monstruos -recordó Clampett-. Frankenstein sería el padre, una seductora vampira la madre, el Hombre Lobo el hijo; y Drácula el venerable abuelo”. Para la serie de dibujos animados cinematográficos, Clampett planeaba un humor absurdo y anárquico, apoyado en la exageración gestual y los juegos de palabras de doble (y triple) sentido, algo que ya había probado y aprobado en sus cortos del Pato Lucas para los Looney Tunes. “Pero los directivos del estudio nunca entendieron el sentido crítico de la propuesta, por eso la vetaron”, concluyó.
A mediados de 1963, las oficinas creativas de CBS estaban en llamas. Enterados de que la competencia avanzaba a pasos agigantados hacia el éxito con la serie de Los locos Addams, los capitostes de la cadena buscaban con cierta urgencia un proyecto que les permitiera, al menos, arañar parte de ese futuro encendido que estimaban altísimo. Alguien rescató la iniciativa de Clampett y la puso sobre la mesa. Tras un rápido acuerdo con Universal, decidieron cambiar el dibujo animado por la imagen real. En tiempo récord, los guionistas Norm Liebmann y Ed Haas definieron la Biblia del programa y escribieron el capítulo piloto. Le dieron a la familia el apellido Munster, en un juego fonético con la palabra inglesa Monster (monstruo); y bautizaron a la vampira y al pequeño lobizón como Phoebe y Eddie. “Sí, le robamos a Los locos Addams -reconoció Liebmann-, pero a los Addams que aparecían en los chistes que Charles Addams publicaba en The New Yorker, no a los Addams de la serie de TV. A nuestra manera, buscamos replicar esa dinámica extraña y extravagante; y la vestimos con muchas capas de normalidad suburbana. El humor salía naturalmente del contraste entre esas dos características”.
Para exteriorizar aún más las diferencias entre ambos mundos, Liebmann y Haas sumaron un par de personajes al combo. Primero y principal, la bellísima e ingenua Marilyn Munster (homenaje a la recientemente fallecida Marilyn Monroe), sobrina del matrimonio protagonista, única de apariencia humana y siempre a la espera de un novio que la lleve al altar. Y una seguidilla de mascotas que interactuaban en el ámbito hogareño: el dragón gigante Spot, mayormente oculto bajo la gran escalera del salón principal; el gato negro Kitty, cuyo maullido sonaba como el rugido de un león; el murciélago Igor y el cuervo Charlie, anidado en el reloj de péndulo del living, desde donde se asomaba para repetir la icónica frase “Nunca más”, patentada por Edgar Allan Poe en su poema El cuervo.
El primer problema, sin embargo, surgió antes de empezar a filmar. “Universal nos permitió utilizar la imagen de sus monstruos clásicos, pero no sus nombres -contó Liebmann-. Es más, nos obligaron a dejar bien en claro que no eran los mismos personajes que la gente había conocido en el cine. Nunca entendí bien el por qué”. A partir de ese momento, el monstruo de Frankenstein pasó a ser Herman, uno de los tantos experimentos desarrollados por el Dr. Victor Frankenstein en 1815 en Alemania, en el laboratorio de la Universidad de Heidelberg, como prototipo de la que terminaría siendo su criatura definitiva y famosa. Y Drácula se transformó en el Abuelo, un conde de Transilvania que se llamaba Sam Drácula y tenía algún grado de relación sanguínea con el otro vampiro. Con casi 400 años de edad, el Abuelo supo hacer amistad con Nerón, el rey Arturo, Ricardo Corazón de León, Gengis Kan y Jack el destripador, entre otras figuras históricas.
La cuarta es la vencida
Norman Abbott, sobrino de la mitad Abbott del histriónico dúo Abbott y Costello, tuvo a su cargo la elección del reparto y la dirección del piloto. Fred Gwynne y Al Lewis, que habían ganado cierto renombre por su labor protagónica en la serie cómica Patrulla 54, quedaron elegidos como Herman Munster y el Abuelo. Jugando a su alrededor, Joan Marshall personificó a Phoebe, Happy Derman a Eddie, y Beverly Owen a Marilyn. El rol del cuervo Charlie recayó en Mel Blanc, histórico actor de doblaje que le había puesto voz a Bugs Bunny, el Pato Lucas, el gato Silvestre, el Gallo Claudio y el Demonio de Tasmania, entre muchos otros referentes del cine de animación.
Tanta era la confianza, que el episodio de prueba se filmó a todo color. El capítulo estableció la clásica mecánica familiar dentro y fuera de la gótica casona de los Munsters, ubicada en el seno del ficticio pueblo de Mockingbird Heights, muy cerca de Los Ángeles. “El resultado no fue el deseado”, sentenció Abbott. Más allá de la química entre Gwynne y Lewis, el acople familiar nunca apareció y las situaciones cómicas no despertaban ninguna gracia. “Además, Phoebe se veía demasiado parecida a lo poco que habíamos podido ver de la Morticia Addams que interpretaba Carolyn Jones. Un desastre”, acotó Liebmann.
Los cambios fueron drásticos. Marshall fue despedida y su rol cayó en manos de la megaestrella Yvonne de Carlo. “En seguida nos dimos cuenta que Phoebe no era el personaje que merecía una actriz con el peso específico de De Carlo -aseguró el guionista-, así que lo recreamos por completo”. En lugar del clon de Morticia Addams, la matriarca del clan pasó a ser ahora Lily Drácula de Munster, hermosa, pálida y longilínea vampira, profundamente enamorada de Herman y madraza de su hijo, su padre y su esposo. Temperamental y coqueta, De Carlo construyó un modelo de mujer segura e independiente, bastante adelantado a su época. “Más allá del tono ligero y el entorno fantástico del show, Lily era una mujer realista -aseguró De Carlo-. Fuerte sin llegar a ser dominante, inteligente y con un gran sentido del humor. No era una tonta, era brillante a la hora de manejar un matrimonio y un hogar con mano firme y suave. Como cualquier otra mujer que se sentaba a la mesa familiar a ver el programa con su esposo y sus hijos”.
La mejora fue enorme, pero todavía no alcanzaba a satisfacer a la producción. Para Liebmann, Gwynne y De Carlo se sacaban chispas. “El matrimonio funcionaba perfecto. En cada una de sus escenas, quedaba claro que la pareja no sólo se amaba, sino que también tenían muy buen sexo. Pero había algo que seguía sin aparecer: el lazo familiar no era creíble”, explicó. A la CBS no le tembló el pulso y, antes de descartar el proyecto, cambió a Derman por el debutante Butch Patrick y limaron las aristas más agresivas del niño lobo. Las cosas mejoraron, mucho. Tanto que encargaron un cuarto piloto, con la tensión sexual disminuida hasta el límite tolerado por la moral conservadora. “Por fin todo estaba en el lugar en que debía estar. La comedia fluía y la benigna familia de monstruos traspasaba la pantalla, caminando justo en el límite entre lo ordinario y lo extraordinario”, definió Liebmann.
Una familia muy normal
Con su título definitivo de Los Munsters (The Munsters), la serie debutó en CBS el 24 de septiembre de 1964, seis días después de que Los locos Addams se dieran a conocer en las noches de la cadena ABC. De entrada, la recepción fue muy buena. “Y mejoró mucho con el paso de las semanas -acotó Liebmann-. Tanto, que los estudios nos encargaron una película televisiva para estrenar en las Pascuas de 1965″. Íntegramente filmada en exteriores, dentro de las instalaciones del centro oceanográfico Marineland of the Pacific en Palos Verdes, California, The Munsters Special: Marineland Carnival se estrenó el 18 de abril y terminó consagrando popularmente al auto familiar Munster Koach, un Ford T auténtico y customizado hasta simular una carroza funeraria.
Buscado o no, el duelo de Los Munsters con Los locos Addams por ver cuál era la “familia más normal” de la TV estadounidense, se convirtió en un clásico con hinchadas bien definidas. A diferencia de los Addams, referentes del sector más acomodado, los Munsters asumieron la representación de la clase trabajadora. Mientras Herman se ganaba la vida como empleado de una funeraria, Lily se hacía cargo de las tareas domésticas, Eddy iba al colegio y el Abuelo ocupaba su tiempo intentando llevar a buen puerto los experimentos más descabellados. La familia creció hasta incorporar a Charlie y Johan Munstrer, hermano gemelo y primo de Herman (ambos interpretados por el propio Gwynne); Lester Drácula (Irwin Charone), hermano de Lily que terminó siendo el Hombre Lobo; el Tío Gilbert (Richard Hale), nada más y nada menos que el monstruo de la Laguna Negra; y hasta un primo Wolverine sin relación con el superhéroe de Marvel. A mitad de la primera temporada, Pat Priest reemplazó a Beverly Owen como Marilyn; y Bob Hastings a Mel Blanc como la voz del cuervo Charlie.
Según Liebmann, “uno de nuestros puntos fuertes y más representativos fue la apuesta a favor del movimiento contracultural”. El jazz, los Beatles y la poesía de la generación beat dijeron presente con asiduidad, contando incluso con la participación especial de The Standells, banda de garage rock de Los Ángeles considerada como antecedente directo del movimiento punk que una década más tarde liderarían los Sex Pistols y los Ramones. Pero más importante resultó la adopción de una agenda temática que no banalizaba la problemática adolescente del embarazo no deseado, los trastornos alimenticios, el bullying y la delincuencia juvenil, en un marco general que criticaba la paranoia desatada por la guerra fría.
En declaraciones a la prensa especializada de la época, Al Lewis sostuvo que el éxito de la serie se explicaba, principalmente, por su explícita toma de posición en favor de los cambios sociales y el reconocimiento de los derechos civiles de las minorías. “Mediante la sátira, podemos decir muchas cosas que los otros programas no pueden expresar -dijo el Abuelo-. La filosofía de la serie es que no importa cómo te veas en el exterior y mucho menos cómo te vean los demás. No se debe juzgar a la gente por su apariencia física, sino por lo que tiene en su corazón”.
El real impacto social de la serie volvió a ser noticia en 2020, después del asesinato de George Floyd en Mineápolis, como resultado de la brutalidad policial. En ese entonces, el movimiento Black Lives Matter viralizó un parlamento que Herman le dijo a su hijo Eddie en un episodio de 1965: “La lección que quería que aprendieras es que nuestro aspecto exterior no cuenta. El ser bajo o alto, gordo o flaco, feo o apuesto como tu padre. El tener la piel blanca, amarilla o negra, no importa. Lo que importa es la grandeza interior y la fuerza de carácter”.
Murciélago mata vampiro
La serie iba viento en popa. El inicio de la segunda temporada (16 de septiembre de 1965) trajo mejores mediciones. El alto encendido vino acompañado por una oleada de merchandising que incluía cómics, discos, figuritas, juegos de mesa, disfraces, chicles y un sinfín de productos, galvanizado con la participación de los actores en el tradicional desfile del día de Acción de Gracias de Macy’s y la filmación de un largometraje cinematográfico a todo color. La fortuna sonreía a los Munsters, hasta que en enero de 1966 ABC programó al Batman de Adam West en el mismo batidía y a la misma batihora. En forma masiva, el público migró a Ciudad Gótica y la debacle fue total e irremontable. “Creo que Batman tuvo la culpa -declaró Butch Patrick-. El murciélago simplemente apareció y se llevó todo nuestro rating”. El 12 de mayo de 1966, con dos temporadas y 70 episodios, Los Munsters pasaron a la historia grande de la televisión.
La película Munster, Go Home se estrenó en los cines norteamericanos el 6 de agosto de 1966. Fue un fracaso comercial, nadie se dio cuenta de que Marilyn estaba interpretada por Debbie Watson, ya que Pat Priest no había estado disponible para el rodaje. Para la CBS, lo único bueno del film es que permitió la distribución internacional del programa, que obtuvo notable repercusión en Europa y América Latina.
Intentando aprovechar el efecto nostálgico, a mediados de 1980, Universal quiso resucitar la franquicia. Convenció a Gwynne, De Carlo y Lewis para que retomaran sus clásicos papeles, eligiendo a K.C. Martel como Eddie y a Jo McDonnell como Marilyn. La película The Munster’s Revenge! se estrenó por NBC el 27 de febrero de 1981. “Fue un error -se sinceró Gwynne años después-. Deberíamos habernos quedado con la memoria de la serie original”. En todo el mundo, millones de fanáticos siguen dándole la razón.
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