Los Beverly Ricos: la leyenda oscura de Chaplin, humor estigmatizante y la “purga rural” que mató a la gallina de los huevos de oro
Una rústica familia de montañeses encuentra petróleo en su granja, se vuelve multimillonaria y se muda a la ciudad más exclusiva de Los Ángeles: con una idea que hoy podría ser considerada discriminatoria, esta serie se instaló en el inconsciente colectivo de varias generaciones
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Un conejo que se escapa, un disparo que da en el suelo y el petróleo que brota. Un golpe de suerte para la familia de montañeses que, en el acto, se vuelve multimillonaria y cambia su modesta cabaña por una lujosa mansión en la ciudad más exclusiva de Los Ángeles. Apoyándose en un humor que buscaba contrastar la ostentosa “civilización” urbana con la inocente “barbarie” rural, Los Beverly ricos marcó la historia de la televisión, conquistó los encendidos del mundo y cayó pese a ser un irrepetible éxito masivo, víctima de un cambio de políticas empresariales pendiente de las cifras demográficas.
La quimera del oro
De haberle hecho caso a uno de sus clientes habituales, el futuro presidente Harry S. Truman, el cadete Paul William Henning hubiera dejado la farmacia de la ciudad para convertirse en abogado. En cambio, decidió seguir su sueño de cantante y probó suerte en una de las estaciones de Kansas, la KMBZ. No pasó la prueba, pero fue contratado para escribir los textos publicitarios que debían llenar los espacios entre canción y canción. Con el tiempo le encontró el gusto a esa profesión no buscada y se abrió paso en el terreno de la ficción, firmando un par de radioteatros exitosos antes de dar el gran salto a la TV. “Fui ascendiendo de acuerdo a lo establecido -recordó poco antes de morir-. De guionista a creador de contenidos; y de creador de contenidos a productor”.
En ese rol llegó a la CBS, a principios de los ‘60, con una misión: desarrollar una serie que capitalizara la “revolución rural” desatada por The Real McCoys, sitcom de ABC protagonizada por una familia de montañeses que se había mudado de los Apalaches a una granja de California. Desde el vamos, Henning supo qué tenía que hacer. Tomó las anécdotas más graciosas que le habían dejado sus años de campamento en las montañas de Ozark; y las unió con una de las historias más conocidas y calladas de Hollywood, evitando cualquier referencia a su principal protagonista: Charles Chaplin.
En 1924, durante el casting para La quimera del oro, Chaplin se reencontró con Lita Grey (nombre artístico de Lillita Louise MacMurray), con quien había trabajado en El pibe. Según la leyenda negra, después de prometerle un lugar en la película, el treintañero actor y director sedujo a Gray, que sólo tenía 15 años. De esa relación abusiva, Gray quedó embarazada; y Chaplin, para evitar ir a prisión, arregló el matrimonio con la menor. La pareja de recién casados se mudó a Beverly Hills, donde habitaron una enorme mansión con todo el clan MacMurray, grupo de montañeses que incluía a un padre bastante parco, una abuela mandona y un hermano vago y agrandado.
Durante 1961, Henning se reunió con la familia del acomodado banquero que había vivido al lado de los MacMurray y fue anotando cada uno de los desmanes que cometieron en su afán de maridar la sofisticación de la “alta sociedad” con la simpleza de las costumbres granjeras. Cuando le tocó presentar el proyecto frente al mandamás de CBS, aseguró que debían poner el corazón de la serie en el choque de esos dos mundos. “Si nos aferramos a esta premisa de oro, va a ser un éxito”, dijo. Tenía razón.
Civilización y barbarie
Bajo los parámetros actuales, una serie como Los Beverly ricos (The Beverly Hillbillies) sería prácticamente irrealizable, ya que cerca del 90 por ciento de sus situaciones humorísticas podrían ser tildadas de discriminatorias y estigmatizantes. Pero en los ‘60, el contrapunto entre la egocéntrica y ostentosa “civilización” frente a la bulliciosa e inocente “barbarie” se mantenía dentro del aceptado marco de la comedia familiar de enredos. Como garante de estos contenidos, Henning escribió la biblia del show y todos los episodios de la primera temporada. Buscando cazar un conejo para la cena, el patriarca de los Clampett terminaba encontrando petróleo bajo el suelo de su terreno en la meseta montañosa de Ozark. Multimillonarios instantáneos, se mudan a la exclusiva Beverly Hills, al lado de la mansión de quien será su banquero personal.
Al frente del núcleo protagonista, Henning puso al viudo Jed Clampett (interpretado por Buddy Ebsen), querible, naif y sabio (a pesar de su escasa instrucción) líder de familia que dio el tiro de suerte. Padre de la hermosa Elly May (Donna Douglas), tan rubia como superficial; y tío del engreído y presuntuoso Jethro Bodine (Max Baer), un verdadero inútil. Sobre todos, oficiando un poco como guía espiritual del clan, velaba la abuela Daisy May Moses (Irene Ryan), irritante y rancia mujer que todavía estaba a favor de los esclavistas confederados. Nada de esto le importaba a Milburn Drysdale (Raymond Bailey), cuya única obsesión será la de mantener la abultada cuenta de los Clampett dentro de su Banco de Comercio. Algo que logrará, una y otra vez, gracias a las labores de su estoica y eficiente secretaria, Jane Hathaway (Nancy Kulp), encargada de cumplimentar cualquier extravagante requerimiento.
“El programa estaba basado en la interacción de los personajes -contó Henning-; y eso estaba resuelto. Sólo me faltaba encontrar la mansión de los Clampett. Sin esa casa, el show estaría desnudo”. Después de mucho buscar, llegó hasta la Mansión Chartwell, en la ciudad californiana de Bel-Air. Construida en 1933 por el arquitecto Sumner Spaulding siguiendo el estilo de un chateau francés, contaba con once cuartos distribuidos en dos pisos, una casa de servicio y una enorme y elegante piscina, rodeada de cerca de cuatro hectáreas de jardines y fuentes diseñados por Henri Samuel, uno de los más importantes paisajistas franceses. “Encargada por un contratista como regalo para su esposa, la mansión nunca había sido habitada porque a la mujer le pareció demasiado pretenciosa. Nosotros la estrenamos filmando exteriores”, declaró Buddy Ebsen en 1981.
El miércoles 26 de septiembre de 1962, en el horario central de las 21 hs, Los Beverly ricos debutó en la pantalla de CBS. Para el New York Times, se trató de un programa “tenso y sin gracia”, Variety la calificó como “aburrida de ver”, y TV Guide la consideró una “glorificación de la ignorancia”. El público no opinó lo mismo, convirtiendo al episodio piloto en el programa con mayor encendido de ese día; a la serie en el programa con mayor audiencia de la nación durante sus primeras dos temporadas y uno de los 20 más vistos hasta su cancelación en 1971. De hecho, un episodio de la segunda temporada continúa siendo el capítulo de sitcom de media hora con el mayor rating de la historia de la TV estadounidense.
Henning se aferró al suceso y no dejó que ningún otro guionista escribiera para la serie. Además, supervisó personalmente los contenidos del cómic que se editó entre 1963 y 1971, y controló la obra teatral firmada por David Rogers para la temporada 1968 de Broadway. También firmó las doce canciones que conformaron el LP The Beverly Hillbillies (1965), interpretadas por los actores de la serie junto con Lester Flatt y Earl Scruggs, guitarristas, cantantes, mandolinistas y banjistas de Foggy Mountain Boys, una de las bandas más influyentes de la época en el género del bluegrass. En el tiempo que le quedó libre, armó desde cero dos nuevas series para CBS, ambas con temática asimilable al entorno rural: Expreso a Petticoat (1963-1970) y Granjero último modelo (1965-1971), que se clavaron en el Top 20 del ranking.
Purga rural
Nueve años después de su desembarco televisivo, Los Beverly ricos seguía gozando del favor del público estadounidense. “Ya no era lo mismo que al principio, es cierto, pero se mantenía entre los 30 shows más vistos del momento. Levantarla estuvo mal, la purga rural fue un error garrafal”, aseguró Henning.
La denominada “purga rural” fue una controvertida decisión tomada entre 1970 y 1971 por Robert Wood y Fred Silverman, recientemente nombrados presidente y vicepresidente de CBS. En base a los estudios de mercado que habían encargado, llegaron a la conclusión de que el público adulto y adulto mayor era el que consumía las series que tuvieran algún elemento rural en sus tramas, algo que no interesaba en lo más mínimo al segmento juvenil. Y como Wood y Silverman querían conquistar a la audiencia adolescente sin importar los costos, decidieron borrar de un plumazo todos los programas con olor a campo, sin importar el rating que alcanzaran semanalmente. El 23 de marzo de 1971, con 274 episodios en nueve temporadas, Los Beverly ricos salieron expulsados del aire. “Las cuestiones demográficas terminaron matando a la gallina de los huevos de oro”, se quejó Henning en TV Guide.
Una década más tarde, el 6 de octubre de 1981, CBS emitió el telefilm El regreso de los Beverly ricos, escrita y producida por Henning con la intención de relanzar la serie y recuperar a la mitad del reparto original. En realidad, con las presencias de Buddy Ebsen y Donna Douglas, ya que Irene Ryan había fallecido en 1971, y Max Baer se negó a regresar. Buscando dialogar con la crisis energética que enfrentaba la administración Reagan, la trama arrancaba con el Gobierno contactando a los Clampett para pedirles ayuda, pero la familia estaba disgregada. Tras la muerte de la abuela, Jed había vendido la mansión de Beverly Hills y dividido la fortuna entre sus hijos, antes de regresar a su vieja cabaña en las montañas. Con ese dinero, Elly había abierto un zoológico y Jethro (Ray Young) era un exitoso productor hollywoodense. La sorpresa venía dada por la presentación de la más que centenaria bisabuela (Imogene Coca), poseedora de la solución que necesitaban los Estados Unidos.
La película fue un fracaso, la química entre los personajes se había extinguido y el humor había quedado viejo. “Lo intentamos, pero no funcionó. Simplemente, no estuvimos a la altura del legado del show”, asumió Ebsen. Un legado que revive día tras día, en cada una de las sonrisas de los millones de fanáticos que peregrinan hasta el mítico chateau de estilo francés de Bel-Air sólo para sacarse una foto.
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