Las tortugas ninja: el insólito boceto que inició un cuento de hadas empresarial, con grandes ganadores y arrepentidos
A principios de los noventa, el animado cuarteto de mutantes adolescentes conquistó las pantallas del mundo y generó una de las franquicias más rendidoras de los últimos tiempos
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Como una especie de cuentos de hadas empresarial, un boceto a modo de chiste dio pie a Las tortugas ninja, una de las franquicias más rentables en la industria del entretenimiento. Películas y merchandising de todo tipo fueron las piezas de un imperio gigantesco, que se apoyó en una adictiva serie de dibujos animados que ningún niño del planeta parecía dispuesto a dejar pasar. Claro que detrás de ese éxito estaba la historia de dos artistas que se vieron superados por su propia creación.
Una tortuga con nunchakus
La historia de las Tortugas ninja comienza en noviembre de 1983 con Kevin Eastman y Peter Laird, dos amigos amantes de las historietas. Grandes lectores de Marvel y del cómic de superhéroes clásico, ambos estaban arrojando posibles ideas para una historia mientras Eastman jugueteaba con un boceto de lo más curioso: una tortuga que llevaba una bandana, y un par de nunchakus. Laird vio el dibujo, y le agregó la palabra “Ninja Turtles”. Más en tono de juego que con la certeza de que allí podía haber una idea, los dos empezaron a charlar sobre cómo podría ser una historieta que tuviera a un personaje tan improbable como su principal estrella.
Rápidamente, Eastman y Laird pensaron que las tortugas debían ser cuatro, y aunque inicialmente les dieron nombres japoneses, pronto las rebautizaron como Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y Donatello, en alusión a los pintores renacentistas. El siguiente paso fue jugar con elementos vinculados al imaginario de los ninjas, especialmente en lo referido al cómic Daredevil, quien se enfrentaba a los guerreros de la Mano (mientras la Tortugas se enfrentarían al clan de Pie). Y así como el héroe de Marvel tenía un maestro llamado Stick (o “palo” en inglés), los héroes de caparazón tendrían un sensei conocido como Splinter (“astilla”, en español). De ese modo, elaboraron una historieta autoconclusiva de treinta páginas, que contaba la saga de cuatro tortugas que, luego de entrar en contacto con una sustancia tóxica, adquirían aspecto antropomorfo. Bajo la tutela del mencionado Splinter, una rata experta en artes marciales, las protagonistas se sumergían en una batalla contra el poderoso Shredder (cuyo diseño fue inspirado en un rayador).
La pareja creativa sabía cuáles eran sus influencias, como reconoció Eastman en una oportunidad al referirse a esa desvelada noche de ideas improvisadas: “Sobre los hombros de los gigantes que estuvieron antes que nosotros, como Jack Kirby, a la vez que mirando a los vanguardistas contemporáneos, como Frank Miller, buscábamos dejar nuestra marca en el medio que siempre nos inspiró, el de las historietas. Entonces tiramos todas nuestras ideas en una batidora, intentamos combinarlas en una historia que tuviera algún tipo de lógica, y nos pasamos los siguientes cinco meses dibujando ese cómic”. Sin mucho dinero para financiar esa pequeña aventura editorial, Eastman le pidió plata prestada a su tío y así pudieron imprimir tres mil copias de esa historieta autogestionada. La dupla dejó todos los ejemplares en los comercios del rubro, dándole un inicio formal a la saga de La tortugas ninja.
El número uno de Teenage Mutant Ninja Turtles agotó rápidamente la tirada inicial, y pronto los creadores gestionaron varias reediciones. La historieta se convirtió en un título muy buscado por los lectores afines al cómic independiente, y Laird e Eastman decidieron darle continuidad a una aventura que supuestamente iba a tener un único número. Esas historietas fundacionales eran una lectura para adultos, de mucha violencia y con un tono muy enfocado en la acción. Las protagonistas eran mal habladas y tan temperamentales, como innegablemente carismáticas. Pero con esa fórmula, la dupla creadora había logrado un modesto hit, que se extendió a lo largo de diez números más, hasta que llegó a sus puertas un hábil empresario con una oferta que llevó al equipo a un destino de inesperada masividad.
Una lavada de cara
Luego de varios años de trabajar con licencias de Hanna-Barbera, Mark Freedman había decidido empezar su propia firma, y mientras buscaba personajes con posibilidades comerciales llegó a sus oídos el pequeño boom de Las tortugas ninja. Tras leer las once historietas que Eastman y Laird llevaban publicadas, en 1986 Freedman los contactó para proponerles fabricar una línea de juguetes basada en sus personajes. La dupla creativa aceptó, y el empresario buscó entonces una empresa juguetera dispuesta a aceptar el negocio. Y aquí es cuando se produce un fenómeno muy habitual en los ochenta, que también sucedió con He-Man, y es que ninguna firma estaba dispuesta a fabricar muñequitos en la medida que no hubiera un dibujo animado que impulsara la popularidad de esa marca. Después de varias negativas, fue Playmates la que aceptó producir dicha línea, pero con condición de contar previamente con una adaptación animada al aire. De esa forma, Freedman puso en marcha el dibujo de las Tortugas ninja, aunque su visión tendría varias diferencias con respecto a la historieta original.
A mediados de 1987, comenzó la producción de cinco episodios de la primera temporada de la serie animada. Eastman y Laird tuvieron en el proyecto la injerencia justa y necesaria, y debieron aceptar que un dibujo animado para chicos no podía tener el tono violento y oscuro del cómic original. De ese modo, las tortugas resultaban mucho más amigables, las fricciones entre Leonado y Rafael desaparecían, los ninjas rivales eran robots y no humanos (porque desde luego, los héroes no podían matar personas), y por último un cambio muy significativo: cada héroe iba a lucir una bandana de un color distinto (en el cómic, todas usaban un color gris).
El popular estudio japonés Toei (responsable de serie hit como Dragon Ball o Los caballeros del zodíaco) animó buena parte de esos capítulos iniciales, logrando un pico de calidad notable en esas aventuras. Y un desconocido Chuck Lorre, futuro creador de The Big Bang Theory, compuso la pegadiza canción que abría el programa. Finalmente y luego de una carrera contrarreloj, el piloto de Las Tortugas ninja debutó el 14 de diciembre de 1987, y Playmates lanzó la primera colección de muñecos a los pocos meses, en 1988.
La era de la Tortumanía
Entre 1989 y 1991, Estados Unidos fue cuna de un período conocido como Tortumanía, apodado así por la desmedida fiebre de los chicos por Las tortugas ninja y los mil artículos basados en estos quelonios.
El estreno de la primera temporada de la serie animada, prendió la mecha de una moda gigantesca, y la muy favorable respuesta del público, motorizó nuevos episodios y una catarata de juguetes y accesorios de todo tipo. El tono aventurero de la historia, el carisma de su cuarteto protagónico, las mil batallas contra Shredder, pero sobretodo, la original galería de aliados y villanos conquistó a los más pequeños.
Alcanza con ver incluso hoy un capítulo de esa ficción para descubrir personajes de lo más originales, mutantes de todo tipo que, como las tortugas, eran animales enfrascados en cuerpos antropomorfos como Bebop, Rocoso, el lagarto Gecko, las ranas punk, el cocodrilo Leatherhead, el hombre mutágeno, el toro Groundchuck. En la gran mayoría de los casos, se trataba de héroes y villanos que respondían a la necesidad de crear nuevas figuras que pudieran tener sus muñecos, y así aumentar las ventas de esa colección. Para las voces críticas, el show de Las tortugas ninja no era más que una publicidad de media hora, mientras que para los entusiastas era una serie fascinante por la que desfilaban encantadores freaks.
Para Peter Laird y Kevin Eastman, ser miembros fundadores de una empresa que generaba millones era una experiencia que bordeaba el surrealismo y que, como era de esperar, pronto les supuso algunas contradicciones internas. Frente al éxito de la marca, ambos debieron abandonar la producción de la historieta original para abocarse tiempo completo a las obligaciones que les suponía ser dueños parciales de esa franquicia. Pronto esas noches de pizzas y garabatos en papel se convirtieron en un melancólico recuerdo, mientras observaban impactados a miles de niños estadounidenses lucir remeras y disfraces de Donatello o Rafael.
Irónicamente, esa serie que tanto éxito había tenido en el fondo no terminaba de gustarles, principalmente por ese tono apto para todo público que estaba años luz del violento registro de sus cómics. Por ese motivo, la serie animada y los autores tomaron caminos separados; ellos decidieron volver a poner en marcha proyectos creativos, vinculándose al mundo de las Tortugas en la medida de lo estricto y necesario.
Para el año 1994, la serie entraba en su octava temporada, con unas ganancias que superaban los seis mil millones de dólares, convirtiéndose así en una de las franquicia más rentables del momento. Para esa instancia, la línea de muñecos superaba los cuatrocientos artículos, los videojuegos eran un éxito arrollador y cualquier prenda de vestir con una tortuga ninja se vendía por sí sola. Pero poco a poco, la moda comenzó a decrecer. La llegada de una nueva camada de series animadas ligeramente más adultas, como Batman y X-Men, impuso un tono más oscuro en los programas infantiles, y las tortugas no lograron adaptarse a ese cambio. De esa manera, en noviembre de 1996, el show se despidió en su capítulo número 193. Aunque claro que eso no iba a significar el fin de la Tortumanía.
La fama en la Argentina y un éxito eterno
El boom de Las tortugas ninja en nuestro país tuvo su pico más alto en 1991, cuando la serie fue emitida en el recordado Show de la tortugas Ninja que Canal 13 ofrecía todas las tardes, de lunes a viernes. El éxito de ese ciclo, que combinaba un episodio de los dibujos animados con juegos y canciones, propició el desembarco de la línea de juguetes y de innumerables artículos producidos de forma local, replicando así el boom que eran las tortugas en el mundo. Un dato no menor, es que la fiebre e las Tortugas en la Argentina fue tal, que incluso se estrenó el show internacional Saliendo de sus caparazones, que tuvo un exitoso paso por el Luna Park.
A 35 años de su estreno, esa serie animada fue el primer paso de una moda que aún hoy perdura, y que dio pie a numerosas adaptaciones más. El primer largometraje de Las Tortugas ninja, estrenado en 1990, fue un fenómeno de taquilla, y durante diez años se mantuvo como el título independiente más rentable en la historia del cine. A ese film le siguieron cuatro más de acción real y otros cuatro de dibujos animados (el último, El ascenso de las tortugas ninja, fue estrenado por Netflix el pasado 5 de agosto). En televisión también hubo cuatro series más, una de ellas muy en la línea de Power Rangers, otro de los éxitos televisivos de mediados de los noventa.
Es indudable que el amor por Las tortugas ninja está lejos de desaparecer. Y las pruebas están a la vista: las viejas y las nuevas series aún son vistas por fans de distintas edades, los muñecos clásicos son materia de coleccionismo, el videojuego Schredder´s Revenge (que emula la estética clásica de la ficción) es uno de los grandes éxitos de este 2022, y el cómic El último Ronin, una novedosa mirada al mito de estos personajes, renovó el interés por las tortugas de Eastman y Laird. Definitivamente, la Tortumanía sigue viva a cuatro décadas de ese primer y trasnochado boceto.
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