Las grandes ausencias en la serie de Fito Páez: de la malograda película con Maradona al pedido de Olmedo en su programa
Hay personajes y momentos claves en los primeros años de carrera de Fito que no se ven reflejados en la serie de Netflix; aquí, algunos de ellos
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La serie de Netflix El amor después del amor, que recorre en 8 capítulos los primeros 30 años en la vida de Fito Páez, cumple en retratar vida, obra y derrotero del artista nacido en Rosario con una sensibilidad y precisión que resultan un golpe al corazón de los que acompañaron el proceso, como así también el deslumbramiento en los más chicos por una época muy diferente a la propia.
Sin embargo, la prácticamente inabarcable vida de Fito y las especificidades del guion probablemente hayan sido los responsables de que personajes y episodios emblemáticos de la Argentina -y significativos en su historia- hayan quedado en un cono de sombra. Estos son algunos que habría sido lindo ver en la serie.
Roberto Fontanarrosa: emblema de Rosario
No eran amigos pero se conocían y se admiraban. Fito desarrolló su amor y respeto por Roberto Fontanarrosa de la misma manera que por muchos otros: a la distancia, de chico, leyendo, escuchando, asimilando el talento de sus mayores. Desde su juventud hasta sus últimos días, es sabido que Fontanarrosa fue cultor de amigos y bares. Y con el cantante se cruzó más de una vez en algunos “antros” de Rosario, como el Saudades, reducto bohemio de Santa Fe y Entre Ríos que ya no existe. Allí, en los 70, paraban Páez, Rubén Goldín y demás integrantes (o no) de la futura trova rosarina. En esas mesas que nunca preguntaban, el adolescente aspirante a artista y el papá de Boogie, el aceitoso se vieron las caras más de una vez.
El halo protector de Fontanarrosa continuó enmarcando a Fito. Como en aquel concierto de inicios de la democracia cariñosamente denominado El Rosariazo, que tuvo al Negro en tinta y palabras de Inodoro Pereyra y Mendieta, la mejor de las promociones. Más adelante en el tiempo, tanto el músico como el resto de sus conciudadanos reconocerían pública y privadamente al maestro del dibujo como un “emblema de Rosario”, hoy ausente sin aviso en la serie de Netflix.
Alberto Olmedo: un auténtico canalla
En el inolvidable sketch de “Borges y Álvarez”, en No toca botón, Alberto Olmedo solía entrar vociferando exageradamente canciones de rock nacional, como una forma de reafirmar una imagen adolescente que contrastaba con su postura y atuendo. Más de una vez, los temas elegidos eran éxitos de Fito Páez, gracias a que sus hijos Mariano y Javier se los enseñaban minutos antes de entrar a escena. Del otro lado de la pantalla, el músico se emocionaba con el homenaje.
Y es que Olmedo era para Fito su infancia con el Capitán Piluso, su adolescencia, y su ADN “canalla” (no en su acepción de adjetivo calificativo sino en el de hincha de Rosario Central). Dicen que se cruzaron alguna que otra noche, de esas interminables, merced a la intervención de Charly García, pero lo cierto es que cada uno sabía del otro, con respeto y en silencio.
Sin embargo, esto cambió en 1987. Ese año Fito y Fernando Spiner trabajaban en un ambicioso proyecto mezcla de mediometraje y videoclip basado en el disco Ciudad de pobres corazones. Con el rodaje casi terminado, el editor se llevó el material a su casa, con tanta mala suerte que fue robado. La noticia transmutó en pánico y tristeza, de esa que no tiene fin, por saber que iba a ser casi imposible volver a filmar. Hasta que apareció en la oscuridad del momento una voz llamando a la calma: al enterarse, en la emisión de esa semana de No toca botón, Alberto Olmedo detuvo su sketch más famoso (y pico de rating de cada viernes) para mirar a cámara y pedirle a los ladrones que le devolvieran al músico el material. Una cosa era la plata, otra el trabajo y con el trabajo no se negociaba.
Tal vez fuera la intervención del actor, tal vez un confuso ir y venir de dealers sumado al accionar de la policía, pero lo cierto es que a las semanas el material apareció. Hoy la película, un notable registro para la época, se puede ver completa en YouTube.
Fito tuvo oportunidad de agradecerle al capocómico el gesto dos veces. La primera vez fue en un camarín del teatro Alfil, pocos meses antes de su trágico desenlace en Mar del Plata. La segunda, con letra y música. En el sentido “Tema de Piluso”, compuesto en Fidji y presentado a modo de adelanto en el recital de 1993 de El amor después del amor en Vélez, de esta manera: “Vamos a recordar a este ángel que tan buenos momentos nos hizo vivir”.
Mercedes Sosa: con el corazón en la mano
Otra voz de la infancia, otra gema de la enorme discoteca de Rodolfo Páez (padre) que musicalizaba las mañanas y tardes del futuro artista. Los caminos de ambos se cruzaron gracias a la poesía y al arte.
“Yo vengo a ofrecer mi corazón” es una de las canciones de su repertorio más queridas por Fito. La compuso cuando arañaba los 20 años y muchas veces dijo que no entendía cómo había podido acceder a esas palabras y a ese sentir, casi un dictado divino. Tal vez fue el primero pero no el único en descubrir de lo que era capaz la inspiración, porque una mañana sonó el teléfono en la casa de la calle Estomba que compartía con Fabi Cantilo y una voz de mujer se presentó. Palabras más, palabras menos: “Buen día, soy Mercedes Sosa y le quería avisar que voy a grabar una versión de ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’, pero muy diferente a la suya”. La Negra la hizo propia y registró el punto más alto de las muchas versiones que se hicieron luego. Incluso hay una anécdota que los unió aún más: luego de que ella lo cantara por primera vez en Rosario, él recibió una amenaza en su casa: “Dejate de joder con los partidos de izquierda”.
Así nació una relación de amor entre ambos, que se cristalizó en otras colaboraciones, como fueron las versiones de “Parte del aire” o “Dale alegría a mi corazón”. Fito también fue responsable de la producción del álbum Sino, que la cantante tucumana lanzó en 1993, con menos éxito del esperado, en lo que fue el único cortocircuito de la relación entre ambos.
Mercedes estuvo entre las estrellas convocadas para la grabación del disco El amor después del amor, en el tema “Detrás del muro de los lamentos”. La relación casi maternal -algo muy habitual e importante para la artista- continuó hasta su muerte, en 2009.
Roberto Goyeneche: el abuelo tanguero
Fito y el Polaco se conocieron filmando Sur (1988), de Fernando “Pino” Solanas (otro ausente, que también lo dirigió en El viaje). Al realizador le parecía interesante que el cantante -ya todo un emblema del rock nacional- hiciera un personaje en la película, muy parecido a él y a la vez arquetípico de una cultura.
Roberto Goyeneche era famoso por una mirada progresista de la música, siempre defendiendo el tango sí, pero entendiendo también que la identidad nacional podía trascender estilos, ritmos y compases. De ahí que siempre tuviera palabras de elogio para los nuevos artistas, fueran “del palo” que fueran, y entre los primeros de su lista estaba Páez. Del otro lado del escenario, el artista rosarino siempre tuvo al tango y a su mística como referencia, sea “silbando un tango oxidado” en “Giros” o con ese melancólico bandoneón que llamó la atención hasta de su padre quien, como se ve en la serie, siempre miró medio de reojo sus gustos musicales.
Las pausas de rodaje colaboraron para que entre Fito y el Polaco comenzara a sembrarse una amistad que continuó luego de finalizado el trabajo y siguió en el tiempo. Si Mercedes Sosa había tenido la calidez de una madre, el Polaco era un abuelo tanguero. No hubo posibilidad de una actuación conjunta, aunque fue soñada por más de uno, seguramente por Páez también. Pero los problemas de salud de Goyeneche fueron lapidarios y dejaron trunco un proyecto que habría sido un encuentro cúlmine de géneros por parte de dos de sus artistas más representativos.
El Polaco siguió vivo en el corazón de Fito, por eso no fue casualidad que un año después de su muerte, el músico eligiera hacer una personalísima y emotiva versión de “Naranjo en flor” (tango de Homero y Virgilio Expósito y uno de los grandes éxitos de Goyeneche) durante una invitación al programa Imagen de radio, de Juan Alberto Badía.
Caetano Veloso: hermano de soledad
Si el tango y el folklore siempre estuvieron presentes en su retina musical, los artistas brasileños también fueron una parte fundamental en la construcción de su “ser compositor”. Corría 1986 cuando Fito Páez y Fabiana Cantilo llegaron a Río de Janeiro. La idea era grabar una versión en portugués de “La rumba del piano” -opus perteneciente a su disco debut- que formaría parte del trabajo Corazón clandestino. La idea era invitar a Caetano Veloso y preparar algo a dúo: el bahiano aceptó enseguida.
A pesar de la distancia, Caetano sabía perfectamente quién era su par argentino, gracias a estar de paso por nuestro país al momento de la presentación del disco debut, Del 63, en Badía y compañía. Eso había sucedido dos años antes. Ahí lo había conocido a Fito y también al tema, que fue el gran cierre de esa noche. Por intermedio de Zoca, brasileña y novia de Charly García, Veloso invitó a su colega al concierto que iba a dar en el Ópera. Cruce en camarines, elogios mutuos y el nacimiento de una hermandad que se cristalizaría por primera, pero no por única vez, en aquella colaboración en Río. Luego, Caetano versionó otras obras del argentino, como “Un vestido y un amor” (incluido en su disco Fina estampa, de 1994) o “Mariposa Tecknicolor”. Así nació entre ellos una amistad, hija del respeto y la admiración mutua.
Diego Maradona: la vida que no fue
Nació en el 63, así que la cuenta es fácil: en 1986 tenía 23 años. Pero no importa si eran 5, 50 o 100, la veneración por Diego Armando Maradona era ineludible y necesaria. Lo que no es tan sabido, y por ahora los detalles continuarán siendo parte del misterio, es que el 10 alguna vez soñó con hacer una película sobre su vida, con Fito como director.
Maradona encontró en Páez a otro ídolo popular, en un espacio (el de la música) que siempre le fascinó, con el que alguna vez coqueteó por portación de nombre, pero que nunca pudo ocupar. Sin embargo, el proyecto de una película sobre su vida era una idea que desvelaba al jugador a comienzos de los 90 y creía que el rosarino sería la persona que mejor entendería y plasmaría su mundo.
Ambos tuvieron algunas charlas, delinearon un boceto de guion con vistas a un largometraje y hasta Diego se había reservado el derecho de interpretarse a sí mismo. Páez soñaba con una historia de ascenso, caída y resurgimiento, tal cual un héroe clásico, a la vez trazando un paralelo con la realidad argentina de esos años. Las conversaciones se suspendieron cuando el ídolo nacional se fue a jugar el mundial de 1994, en Estados Unidos. Lo que vendría después sería uno de los capítulos más oscuros en la vida del astro, demasiado triste incluso para convertir en imágenes.
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