Las calles de San Francisco: una grieta generacional como base del éxito, la salida que hundió la serie y la reunión que nadie quiere recordar
Protagonizada por Karl Malden y Michael Douglas, la serie policial marcó la televisión mundial de los ‘70, consagró a un ilustre desconocido pero fue incapaz de adoptar los cambios que necesitaba para seguir manteniendo su reinado
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El perfil dormido del Golden Gate y la sombra legendaria de Alcatraz. Esas callecitas empinadas y sinuosas, siempre cruzadas por tranvías inquietos. Los edificios modernistas al lado de las casas victorianas. El populoso barrio chino. La Generación Beat y el movimiento hippie. La cultura de las drogas y la lucha por los derechos de los homosexuales. Las oleadas inmigratorias provenientes de Asia y América Latina. Con estos ingredientes, batidos al ritmo criminal de una ciudad libertina e intolerante y con unas gotas de choque generacional para darle color, la televisión norteamericana sirvió cinco sabrosas temporadas de Las calles de San Francisco, la serie policial que marcó una época, permitió el trasvase de una estrella hollywoodense a la pantalla chica y convirtió a un ilustre desconocido en uno de los nombres rutilantes del entretenimiento internacional. Lo tuvo todo, incluido un listado de figuras invitadas imposible de solventar hoy en día. Definió un estilo, generó tendencia y, víctima de su propia vanidad, cayó sin animarse a cambiar.
El señor del prime time
Irwin Martin Cohn. Todo aquel que haya crecido durante la era de oro de las series televisivas norteamericanas, entre los ‘60 y los ‘80, probablemente lo recuerde mejor como Quinn Martin, uno de los productores de ficción más importantes de esos tiempos. El hombre que todavía hoy mantiene un record que parece muy difícil de igualar: durante 21 años (de 1959 a 1980), puso al menos un programa en el prime time más competitivo de la industria y, en la mayoría de los casos, liderando los encendidos de una nación que dejaba enfriar la cena mientras seguía las peripecias catódicas que salían de su factoría.
El fugitivo, El F.B.I. en acción y Los invasores, tres ejemplos que confirman el dominio de un oficio que aprendió, sobre todo, como productor ejecutivo de Desilu Studios, la empresa familiar de Lucille Ball y Desi Arnaz. Para ellos, había supervisado algunos contenidos de Yo quiero a Lucy, el tanque que dominaba el encendido del mundo; y desarrolló desde cero el policial que marcó a una generación: Los intocables.
Ya independizado, al frente de la mítica Quinn Martin Productions, se dedicó a proveer a las grandes cadenas con series y películas para TV, principalmente inscriptas en los cánones del drama criminal. En 1971 logró poner en el aire el telefilm Incident in San Francisco, la pesquisa menor de un periodista que intentaba demostrar la inocencia de un joven falsamente acusado de homicidio. Nada del otro mundo, pero el producto terminado le permitió corroborar el valor decorativo que la ciudad californiana sumaba a cualquier trama, así como las tensiones que ese centro neurálgico de la contracultura le regalaba a cualquiera que se animara a caminarla sin prejuicios, a menos que formara parte del núcleo conservador que se sentía amenazado por la existencia de semejante bastión liberal. Sin dudas, el lugar ideal para ambientar la historia que le estaba dando vueltas por la cabeza.
La calle y el aula
“Una serie mía debe tener un único punto de vista, el mío -aseguró Quinn Martin en una entrevista de 1983 para el libro The Producer’s Medium-. Y una vez que eso está claro, el resto sale solo y le doy total libertad a la gente que trabaja conmigo”. Para 1972, Martin estaba obsesionado con un policial televisivo que reflejara la brecha generacional que se evidenciaba en una sociedad turbulenta y dividida, entre otras cosas, por la guerra de Vietnam. Pero sin demonizar el conflicto, sino abrazando las diferencias en el uso del lenguaje, los puntos de vista políticos, los consumos culturales y, sobre todo, las experiencias de vida. Lo que hacía falta era una pareja de detectives que representara la grieta entre esos dos mundos innecesariamente enfrentados: el del policía veterano, ya de vuelta de todo, hecho en la calle y acostumbrado a mensurar las sutilezas del comportamiento humano; y el del novato formado en la academia, abrazado a la pureza inmaculada de las teorías y con ansias de cambiar el mundo. Mutuos mentores y alumnos, aunque el zorro viejo terminara teniendo un poco más de razón.
La base la encontró en la novela Poor Poor Ophelia de Carolyn Weston, primera aventura de los detectives Al Krug y Casey Kellog, respectivamente el miembro más antiguo del departamento de Policía de Santa Monica y el pichón recién llegado a la fuerza. El caso a resolver era lo de menos, lo importante era la química entre los personajes, sus coincidencias y divergencias a la hora de llevar adelante la investigación. Mudando la acción a San Francisco, rebautizando a Krug y Kellog como Mike Stone y Steve Keller, Quinn Martin decidió que el corazón de la serie iba a descansar en la dinámica interpersonal de los protagonistas. Y decretó, además, que actores y personajes debían mantener la lógica interna del programa, dentro y fuera de la pantalla. Había que contratar a un actor conocido y ya consagrado, junto con un completo desconocido sin trayectoria rastreable. El primero fue Karl Malden, ganador del Oscar por Un tranvía llamado deseo, protagonista de Nido de ratas, Baby Doll, La conquista del Oeste y Patton, entre otros logros del séptimo arte. El segundo terminó siendo Michael Douglas, cuyo único pergamino era ser hijo de una luminaria de Hollywood, Kirk Douglas.
Besando el asfalto
Asegurados los artistas y las locaciones, Quinn consiguió el holgado auspicio de la Ford Motor Company, cuyos autos serían los únicos que se mostrarían en pantalla. Con el combo cerrado, vendió el paquete a la cadena ABC, que aceptó emitir un telefilm que funcionaría como capítulo piloto; y 26 episodios semanales. El 16 de septiembre de 1972, Las calles de San Francisco (The Streets of San Francisco) desembarcó en el central espacio nocturno de los sábados, con la misión de hundir a la poderosa competencia de la CBS, El show de Mary Taylor Moore, imbatible líder de su franja horaria. A la película le fue mal; y a los primeros capítulos, mucho peor. Con la sombra de la cancelación encima, productor y emisora decidieron mudar la serie a la noche de los jueves, un enroque que terminó cimentando el éxito del programa, permitiendo la realización de cinco temporadas.
Instalada entre los veinte programas más vistos de la TV estadounidense, Las calles… se hizo fuerte en base a la fórmula diseñada personalmente por Quinn Martin. Filmada mayormente en exteriores, por momentos parecía una publicidad para la promoción turística de la ciudad. Puntos neurálgicos, reductos culturales, bares y comercios, todos escenarios en donde se fue forjando la relación casi paternal entre Stone y Keller, entre Malden y Douglas. Más un enfoque realista y crudo de la fauna policial, populosa a la hora de exhibir asesinos seriales, secuestradores, pedófilos, violadores, proxenetas, narcotraficantes, estafadores, chantajistas, ejecutivos deshonestos, sicarios, gangsters, pandilleros juveniles, jugadores clandestinos y hasta terroristas.
Por lo general, el crimen de la semana se relacionaba, casi invariablemente, con algún apunte social de avanzada para la época. Los guiones exhibían la distancia entre la élite de la ciudad y la clase trabajadora, abordando la discriminación existente hacia la población afroamericana, los descendientes chinos y los ex-convictos regenerados, así como el maltrato a los inmigrantes ilegales, las disidencias sexuales, las primeras feministas y los veteranos de Vietnam. Sin escaparle el bulto a la corrupción policial, política y judicial, también mostraba oscuros negociados relacionados con el mercado de bienes raíces, las competencias deportivas y las políticas públicas de salud y sanidad. Muy lejos del morbo, la cámara incorporaba al escenario urbano las figuras invisibilizadas de los homeless, las mujeres víctimas de violencia hogareña y las familias acuciadas por el consumo problemático de alcohol, drogas legales e ilegales.
La otra característica del programa era la de contar con invitados de lujo. Robert Wagner, Brenda Vaccaro, Joseph Cotten, Vera Miles, Leslie Nielsen, Leif Erickson, Ida Lupino, Vic Morrow, Bill Bixby, Larry Hagman, Henry Darrow, Van Williams, Richard Basehart, Edmond O’Brien, Stefanie Powers, Richard Anderson, Harold Would, Barbara Rush y Tony Lo Bianco, entre muchos otros rostros famosos del cine y la TV, dijeron presente. Figuras con un futuro decisivo para la industria dieron sus primeros pasos en la serie: Arnold Schwarzenegger, Martin Sheen, Nick Nolte, James Woods, Don Johnson, Tom Selleck, Mark Hammill, Paul Michael Glaser, David Soul y Cheryl Ladd, abren una larga lista.
Adiós al hijo pródigo
El actor más favorecido por la repercusión de Las calles… fue, sin dudas, Michael Douglas. En pocos meses pasó de ser un completo desconocido a estar en el ojo de la tormenta.
Decidido a hacer una carrera en el cine, fundó su propia empresa cinematográfica y, en 1975, produjo Atrapado sin salida, ganadora de cinco premios Oscar incluyendo el de mejor película. Obnubilado, decidió “mudarse” de San Francisco a Los Ángeles. En septiembre de 1976, la quinta temporada de Las calles… arrancó despidiendo de la trama a Steve Keller, que acepta ponerse al frente de una cátedra en la Universidad de Berkeley. Su lugar pasa a ser ocupado por el inspector Dan Robbins, interpretado por Richard Hatch, una figura en ascenso que obtendría algo de reconocimiento recién dos años después, como protagonista de Galáctica.
“Quinn, que nunca se equivocaba, se equivocó -aseguró Edward Hume, uno de los principales guionistas de la serie-. Pensó que Hatch podía replicar la química que Michael tenía con Karl, pero la verdad es que la magia nunca se produjo. Estaba tan aferrado a su visión, que prefirió estancarse antes que cambiar”. Sin su principal capital narrativo, la saga desnudó su costado argumental más repetitivo y predecible. El rating se desplomó y, de manera unilateral, ABC cambió el horario de emisión de la serie, poniéndola a competir con Barnaby Jones, el programa policial que el propio Quinn Martin producía para CBS. La caída fue irremontable. El 9 de junio de 1977, Las calles de San Francisco emitió su último episodio. A principios de 1979, Quinn Martin vendió su histórica productora a un grupo inversor. En 1983, la empresa cerró sus puertas.
La aventura actoral de Douglas, por su parte, tardó en arrancar. Pero cuando lo hizo, lo catapultó al máximo nivel del estrellato internacional. A partir de 1984, sin repetir y sin soplar, un éxito atrás de otro: Tras la esmeralda perdida, La joya del Nilo, A Chorus Line, Wall Street, Atracción fatal, La guerra de los Roses, Lluvia negra.
En 1991, CBS intentó resucitar Las calles…, convocando al elenco original. Karl Malden dijo que sí, Michael Douglas dijo que no. ¿El resultado? Un telefilm donde el ahora capitán Mike Stone debía encontrar al asesino de su viejo amigo, Steve Keller, mientras los flashbacks con escenas de archivo fraguaban una reunión tan fraudulenta como mentirosa. Regreso a las calles de San Francisco (Back to the Streets of San Francisco) se estrenó el 27 de enero de 1992. Fue un fiasco total y absoluto. Los fanáticos de la serie ni siquiera la odian. Simplemente, la ignoran.
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