Ladrón sin destino: la audacia de Robert Wagner, una salida en muy malos términos y la paternal figura de Fred Astaire
La serie, que en los Estados Unidos se emitió entre 1968 y 1970, le dio una vuelta de tuerca al villano redimido y se convirtió en un clásico televisivo de la época
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En tiempos en que los villanos de la tele eran feos, sucios y malos, y los buenos lindos, elegantes y con blanqueamiento dental, llegó una serie para poner las cosas patas para arriba. El protagonista parecía James Bond: fachero, elegante y rodeado de bellezas, pero en su naturaleza estaba el robo, la estafa y ver de qué manera podía sacarle provecho propio a cualquier misión que le encomendaran. Se llamaba Alexander Mundy, y por estas tierras se lo conoció como Ladrón sin destino.
Con el título original de It Takes a Thief, la serie se estrenó en Estados Unidos en 1968. Desembarcó apenas un año después en Argentina por Canal 11 en un continuado que, por diferentes canales, mantendría su vigencia en las siguientes décadas. La propuesta era irresistible por donde se la mirara: Mundy era un criminal de enorme talento y buenas maneras, que ya en el primer capítulo comenzaba cumpliendo condena en la cárcel. Pero bajo la lógica de “se necesita a un ladrón para atrapar a un ladrón”, una agencia gubernamental lo liberaba con la condición de que pusiera sus malas artes al servicio de la justicia. No demasiado convencido, pero entendiendo que era lo mejor para su situación Mundy aceptaba, y pasaba de la noche a la mañana de ser un prisionero a transformarse en un playboy, rodeado de bellezas y lujo.
La idea detrás del programa había sido de Roland Kibbee, guionista y escritor de carrera irregular en Hollywood pero con algunas curiosidades, como haber escrito la penúltima película de Los hermanos Marx (Una noche en Casablanca, 1946) o guionar El pirata hidalgo (The Crimson Pirate, 1952), la travesía aventurera que consagró a Burt Lancaster. Aunque era evidente para quien prestara un poco de atención, Kibbee no reconoció en aquel momento que su principal fuente de inspiración fue la película de Alfred Hitchcock, Para atrapar al ladrón (To Catch A Thief, 1955) protagonizada por Cary Grant. Incluso trascendió que Robert Wagner había tenido una reunión con el astro hollywoodense para que le diera consejos de cómo abordar al personaje.
Pero no fue la única referencia, ya que en el espíritu del programa también se podían encontrar influencias del trabajo que Roger Moore había hecho para El santo, programa que todavía estaba al aire cuando se estrenó el show. Mundy compartía con Simon Templar su seducción, su inteligencia y también esa fina ironía que podía sacar a relucir en el momento menos pensado.
La originalidad de la propuesta detrás de Ladrón sin destino no fue tan fuerte a la hora de convencer a los directivos de ABC de aprobar la serie, como el hecho de que Wagner se interesara en ella. Para entonces le acababan de ofrecer el protagónico de El bebé de Rosemary, de Roman Polanski, pero el actor apostó a la televisión y el rol quedó en manos de John Cassavetes. Aunque en ese momento fue una elección arriesgada, el tiempo demostró que fue la mejor que pudo tomar.
Cien años de perdón
Nacido el 10 de febrero de 1930 en Detroit, Robert John Wagner quedó fascinado por el cine de muy chico. Según cuenta una de sus biografías, solía ir con sus padres siempre que el dinero lo permitiera, y los días siguientes el nene imitaba actores y diálogos con una memoria y precisión sorprendentes.
El sueño de sus padres para él estaba muy lejos de los reflectores así que, resignado, se anotó en un instituto militar situado en California, ahí nomás de Hollywood. No había pasado un año y Robert ya pertenecía a grupos de teatro del barrio. Lejos de cercenar su entusiasmo actoral, la elección de sus padres no hizo más que potenciarla. Cuando se graduó, Wagner sabía que su futuro no era el uniforme, sino el escenario.
Al momento de llegar la oportunidad de trabajar en Ladrón sin destino, el intérprete tenía más de veinte películas en su currículum -entre ellas La pantera rosa (The Pink Panther, 1963) o El día más largo del siglo (The Longest Day, 1962)- y sin embargo, como reconocería años después: “Desde el momento que comencé con el programa y todavía hoy, la gente me recuerda más por ese papel que por todos los films que había hecho hasta entonces”. Lo dicho, la mejor decisión que pudo haber tomado.
La serie debutó el 9 de enero de 1968, y en relación a ello circula un malentendido que se extendió con el paso del tiempo. Todavía hoy se puede encontrar en plataformas que en los títulos de crédito figura como Magnificent Thief, en lugar de It Takes a Thief. Esto llevó a numerosas teorías del porqué del cambio de nombre. La verdadera historia tiene que ver con una costumbre de la época, consistente en reeditar los primeros episodios de una serie para darles una extensión mayor y estrenarlos en cine. En Argentina, por ejemplo, durante mucho tiempo se presentó en pantalla grande la película de Dos tipos audaces, que en realidad era un compendio de los dos primeros capítulos del policial protagonizado por Roger Moore y Tony Curtis. Con Ladrón sin destino pasó lo mismo, siendo aquella “construcción” cinematográfica la que llevó el título alternativo que confundió y confunde a muchos.
La inigualable habilidad para el engaño de Alexander Mundy, sumado al hecho de que no le gustaba ser controlado, no redundaban en un buen augurio para la agencia gubernamental que lo había puesto en libertad. Por eso, el “reformado” criminal queda a cargo del agente Noah Bain (Malachi Throne), una figura de autoridad que lo mantiene vigilado, al mismo tiempo que se convierte en virtual compañero de misiones. El vínculo entre los dos hombres fue clave para el éxito del programa, y se mantuvo durante las dos primeras temporadas, mientras que en la tercera y última, Mundy pasa a tener otros jefes. ¿Qué había pasado? El propio actor lo contó mucho después.
La salida de Malachi Throne fue uno de los pocos escándalos que salpicó a la serie. No se trató de problemas con su desempeño ni de las críticas externas: su despedida (en malos términos) se debió a cuestiones presupuestarias. La acción de Ladrón sin destino estaba enmarcada por el glamour europeo, y para la tercera temporada la idea era abaratar costos. Así lo contó Throne años después: “Los productores tenían la idea de rodar toda la temporada en Italia, pero querían que mi personaje se quedara en Estados Unidos y le diera órdenes a Mundy por teléfono. Les dije que si no viajaba no me interesaba seguir haciendo la serie. Ellos se pusieron firmes, yo también, y terminé dejándola. El show no duró mucho más”.
Nunca mejor representado el dicho “cada uno gasta la plata en lo que quiere”, porque mientras se recortaba la presencia del compañero del protagonista, se invertía en la participación de una estrella con mayúsculas: Fred Astaire.
Grande Pa
El éxito de Ladrón sin destino trascendió fronteras geográficas, culturales, y también artísticas. Además de ser una serie con una enorme cantidad de seguidores era muy reconocida por el ambiente artístico, de ahí que muchas figuras de entonces quisieran hacer una aparición especial. De Peter Sellers a Joseph Cotten, de Ricardo Montalban a Broderick Crawford, muchas estrellas de Hollywood aceptaron formar parte. También caras nuevas como Yvonne Craig (Batichica), Tina Louise (Ginger en La isla de Gilligan) o Cathy Lee Crosby.
Y acá vale la pena hacer un alto para destacar a una figura mucho más cercana a nosotros, que también se dio el gusto de ser parte del programa. Sobre el final de la segunda temporada, en el capítulo “The Great Chess Gambit”, aparece junto a Robert Wagner María Noel, actriz uruguaya que luego sería parte de programas argentinos como El Rafa y Amigos son los amigos, o películas como El agujero en la pared, de David José Kohon.
Pero entre tantas luminarias, quien marcó una diferencia fue Fred Astaire, que llegó en la última temporada para sumar su porte en el papel de Alistair Mundy, padre del protagonista, y tan experto como él para el delito. Para 1970, año en que realizó su aparición en el show por cinco capítulos, Astaire había pasado los 70 años y era un ícono popular de tal magnitud, que su sola presencia alcanzaba para seducir a la audiencia. No importaba si se interpretaba a él mismo o qué tenía que decir, un diálogo socarrón y una semi sonrisa alcanzaban y sobraban. Su participación en Ladrón sin destino se circunscribe a eso, a una celebración de su figura y su presencia (y de los 25 mil dólares que cobró por cada aparición). Paradójicamente, pasaría algo parecido años después con Robert Wagner y su presencia en la saga de films de Austin Powers.
Ladrón sin destino finalizó el 23 de marzo de 1970, luego de tres temporadas y 66 episodios. A pesar de que los números finales tienen gusto a poco, la serie dejó una huella inalterable en el género policial. Un programa inteligente, sin demasiadas pretensiones y considerable presupuesto, que cautivó al público gracias a su protagonista, secundarios de lujo, y la premisa de un ladrón trabajando para el gobierno. Una idea rupturista, al menos en la ficción.
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