La vuelta de John Malkovich: dos papeles en streaming y la perfección de un estilo
Para nuestro pesar, nos estábamos acostumbrando peligrosamente a dejar de ver a John Malkovich en una pantalla de cine. Justamente al gran actor que hace dos décadas se había convertido en el protagonista de una historia de ficción sobre alguien que quiere ingresar en su propia mente. Alguien que quería ser John Malkovich.
Lo vimos no hace mucho en la pantalla grande, pero sin esforzarse demasiado, como el juez que debe sentenciar a un temible asesino serial (Ted Bundy:durmiendo con el enemigo, adaptada de un hecho real) y como un experto en tecnología en la trama de acción de la película Milla 22. Ahora estamos celebrando el regreso de Malkovich con una doble aparición muy destacada en un lugar que no era habitual para él hasta hace poco, el de las series. Un mundo en el que encontró su primer espacio interpretando a un multimillonario ruso en la tercera temporada de Billions.
Ahora, Malkovich prosigue ese recorrido a través de dos personajes relevantes, visibles por estos días en la programación de las plataformas de streaming y con más de un punto en común a pesar de las evidencias: el aristócrata británico convertido en jefe de la Iglesia en The New Pope (Fox Series Premium) y el científico jefe de una base militar en Fuerza espacial (Netflix).
Frente a estas dos apariciones simultáneas lo primero que queda claro es que el gran actor que vemos en pantalla quiere, más que ninguna otra cosa… ser John Malkovich. Así como abundan los actores dispuestos a desaparecer por completo en cada personaje al que le toca interpretar, hay otros, más contados, que logran fundir cada papel dentro de una personalidad actoral inconfundible e inalterable.
Esto último es lo que muchas veces se malinterpreta con la frase "Fulano siempre hace de sí mismo" o "Siempre actúa igual". Además de ser una argumentación despectiva, que desvaloriza los atributos de un determinado actor, ese mote ignora otra cuestión esencial, opuesta a la caracterización muchas veces estereotipada de la llamada "escuela del Método". Aquí es cada personaje el que se adapta a la personalidad de su intérprete. Esto le permite a un actor potenciar sus cualidades sin dejar nunca de ser él mismo aunque le toque interpretar personajes diferentes. En todo caso, serán variaciones de un mismo personaje, el que puede interpretar con más convicción y seguridad.
Y hay algo más: solamente así es posible ver a un actor divirtiéndose de verdad interpretando a un personaje. Algo que la rigurosa densidad de las reglas del Método no propicia. Que un actor tan conectado con el teatro como Malkovich haya alcanzado este logro en el cine es todo un mérito. Y lo ensalza todavía más como un intérprete de excepción.
¿Qué tiene Malkovich para sostener desde esta perpectiva la doble aparición que disfrutamos hoy en la pantalla? Varias cosas. La primera de todas es que vemos en él a un actor que se toma siempre su tiempo para pensar antes de decir algo. Sir John Brannox, el noble inglés que abraza el sacerdocio y se convierte en Papa en la segunda temporada de la magnífica creación de Paolo Sorrentino, tiene un rostro lleno de misterios que guarda antes de pronunciar una sola palabra. Y el actor parece divertirse mucho intuyendo la ansiedad del espectador por conocer qué piensa y qué esta por decir.
Cuando el padre Gutiérrez (Javier Cámara) define a Brannox, convertido en Juan Pablo III, como una "frágil pieza de porcelana", lo que parece estar haciendo es retratar todo lo que Malkovich hace con el material que recibe para la actuación. Todo en él resulta delicado, sutil, a punto de romperse. Y cuando le toca hablar lo hace con una precisa, estudiada y muy sincera languidez. Siempre fue así, pero en los últimos tiempos ese estilo está alcanzando la perfección.
Adrian Mallory, el astrofísico que personifica en Fuerza espacial, también tiene esa característica al hablar. Pero lo que en The New Pope luce envuelto en una deliberada actitud de ostentación, aquí se acerca más a la sátira. El rostro silencioso de Malkovich en este terreno resulta tan elocuente como su palabra. Y aquí lo mejor aparece en el momento previo a usar la palabra. Sabemos que lo va a hacer sólo en el momento adecuado. Y cuando estalla y comienza a largar todo lo que tenía guardado consigue el máximo efecto, sin necesidad de recurrir a la pompa que siempre lo rodea en la serie de Sorrentino.
En las entrevistas, Malkovich no se diferencia demasiado de sus apariciones actorales. Habla con énfasis, sosteniendo cada sílaba y con pausas muy elaboradas. Es imposible confundirlo con otro. Sin temor al clisé puede decirse que hay un "estilo Malkovich" que sólo Malkovich etá en condiciones de lucir.
Logró alcanzar algo muy difícil: que la visible teatralidad de su palabra no resulte jamás algo impostado. Y eso le permite moverse con comodidad en un amplísimo rango interpretativo. "Me gusta toda clase de personajes", dijo hace poco en una larga conversación con la revista GQ. Allí afirma, además, que el único astrofísico al que siguió de verdad fue Ernesto Sabato. Y aclara: "No es solamente por su condición de astrofísico. Lo sigo sobre todo porque fue un gran novelista".
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