La vida prometida, un melodrama italiano que tiende al ridículo
(Italia, 2018). Creador: Ricky Tognazzi. Elenco: Luisa Ranieri, Thomas Trabacchi, Francesco Arca, Miriam Dalmazio, Primo Reggiani. Disponible en: Europa Europa, miércoles a las 22. Nuestra opinión: regular
La acción de esta serie italiana comienza en 1921, en el escenario de la Sicilia rural dominada por un terrateniente todo poderoso que digita las vidas de los habitantes del lugar como si fuera el siglo XVIII. Las privaciones, la servidumbre y la sumisión que se espera de los lugareños se combinan para encender la mecha de la rebeldía. Pero lo que prende el fuego del desastre es la pasión. O eso es lo que pretende narrar la ficción, que desde el inicio confunde apasionamiento con abuso y persecución con seducción. En el centro del relato está Carmela (Luisa Ranieri), bella matriarca de la familia Rizzo que, como si criar a cinco hijos y trabajar en el campo no fuera suficiente, tiene que lidiar con la obsesión de Vicenzo Spanó (Francesco Arca), el capataz que la persigue a sol y a sombra.
Cada rechazo de la mujer –que intenta ocultarle a su marido lo que sucede– se convierte en un castigo para su familia. Y las desgracias de los Rizzo se acumulan hasta reventar. Con el melodrama como guía y la exageración como pauta general, la serie tiene todos los elementos de una telenovela, aunque lejos de ser un exponente de la TV clásica resulta en un contenido más bien rancio. Especialmente cuando desde la puesta en escena se empeña en mostrar al abusivo villano como una especie de monstruo seductor. Mientras los diálogos exhiben el desprecio que siente la protagonista por su perseguidor, la cámara se encarga de sacar provecho de la estampa de galán del actor, que podría interpretar a uno aunque en otro contexto.
"Los Rizzo no somos ni ladrones ni animales", exclama en el primer episodio el marido de Carmela que, harto de la opresión y los malos tratos de los poderosos, se convierte en la primera víctima fatal de la familia y el catalizador para el escape de los suyos hacia los Estados Unidos. Allí creen que los esperan la ansiada libertad y las oportunidades que la tierra natal nunca les daría.
Con un diseño de producción notable y unos guiones que rozan el ridículo –el personaje del Rocco, uno de los hijos de Carmela, el mejor ejemplo de la falta de coherencia de la historia–, el relato gana algo de interés cuando los gritos desgarrados de la madre que lucha contra viento y marea para proteger a su familia ceden una vez que se instalan en Nueva York. Lejos de ser el paraíso soñado, la ciudad los enfrentará con la realidad de sus paisanos devenidos en cabecillas del crimen organizado.
Esas historias de sacrificio y adaptación al nuevo mundo y sus costumbres que inspiraron a directores ítaloamericanos como Francis Ford Coppola y Martin Scorsese aquí, desde la perspectiva de una producción italiana, reaparecen en forma de sacrificios, tragedias, escotes pronunciados y malvados de cartón bien maquillado.
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