La crisis de los opiáceos: tres documentales para entender la epidemia que se extiende por los Estados Unidos
La cantidad de fallecidos por sobredosis de distintos tipos de drogas, que era de 50.000 por año en 2015, se ha duplicado en la actualidad; Hollywood ha tomado casos reales y ficcionalizados para denunciar los efectos devastadores de la oxicodona, y el ascenso y caída de sus creadores, la familia Sackler
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Desde fines del siglo XX y hasta la actualidad, los Estados Unidos sufren una epidemia de consumo de drogas opiáceas. La cantidad de fallecidos por sobredosis de distintos tipos de drogas, que era de 50.000 por año en 2015, se ha duplicado en la actualidad; en buena parte el crecimiento se explica por los opiáceos. Si bien las restricciones durante la pandemia hicieron que la curva de muertes por sobredosis pegara un salto, el aumento era sostenido desde mucho antes. Lo que hace que esta crisis sea especialmente alarmante es que, a diferencia del consumo de cocaína y sus derivados, esta ola de adicción no está provocada por sustancias ilegales sino por remedios recetados por médicos. La crisis reveló, por si fuera necesario, el poder inmenso que tiene la industria farmacéutica en EE. UU. y algunas de sus estrategias de marketing y venta, totalmente inapropiadas para remedios para cuyo consumo sólo deberían contar criterios médicos.
Para conocer a fondo esta historia no hacer falta ser un especialista ni revisar las ultimas publicaciones de los periodistas de investigación. Basta con disponer de algunas horas libres y el acceso a las plataformas de streaming más populares. En formato de miniserie, ya sea documental o con actores interpretando a personajes reales, las productoras de entretenimientos han visto que este caso es lo suficientemente atractivo como para dedicarles obras de gran producción y de extensa duración.
El origen del problema está en la idea, desarrollada en los años 90 en los EE. UU., de que el dolor no estaba suficientemente tratado. Había drogas muy fuertes que se aplicaban a pacientes con cáncer o en estadios terminales, pero no para dolores crónicos. En la década del 90 del siglo pasado, la compañía farmacéutica Purdue, buscando ampliar el mercado, ideó una forma novedosa de suministrar oxicodona, un derivado de los opiáceos parecido a la morfina. Suministrada con una cobertura que se iba deshaciendo con el tiempo y liberando de a poco el contenido, el efecto se aplicaba en un continuo. El nombre comercial de la droga sintetizaba la molécula sanadora y esa idea de continuidad en el tiempo: OxyContin.
Purdue, una empresa de la familia Sackler, decidió hacer una campaña con sus visitadores médicos especialmente agresiva. Difundiendo la idea de que el OxyCont no generaba adicción y de que se podía aplicar a cualquier tipo de dolor, por más cotidiano y poco invalidante que fuera, salió a convencer a los médicos del país de que se estaba en presencia de una verdadera revolución médica. Desde ya que la droga no tenía el efecto anunciado y que generaba, como todas las moléculas de ese tipo, una fuerte adicción que terminó haciendo estragos en la población. El resultado final fue la ola de adictos que se llevó decenas de miles de muertos, la quiebra de Purdue por las multas determinadas por un juez y la ignominia que cubrió a la familia Sackler, convertida a los ojos de la opinión pública de millonarios filántropos interesados en la ciencia y la medicina a repudiados indeseables.
Esta historia se puede ver con un grado notable de minuciosidad y detalle en la miniserie Dopesick, exhibida por Star+. El proceso cuenta, a través de varios personajes, la mentalidad corporativa de la compañía, el deseo de lucro de los visitadores médicos, la indolencia de los médicos y los esfuerzos de los fiscales del estado de Virginia por ponerle un límite a la familia Sackler y su empresa, Purdue Pharma. Michael Keaton, en un personaje ficcional, interpreta a un médico de pueblo que no sólo prescribe OxyContin por la seducción de un insistente visitador médico (Will Poulter) sino que además se convierte él mismo en consumidor y adicto al punto de terminar perdiendo su licencia médica. El villano central es Richard Sackler, sobrino del fundador de Purdue, Arthur Sackler, líder de la nueva generación y el más ambicioso e inescrupuloso de los Sackler. Está interpretado de una manera parsimoniosamente exasperante por Michael Stuhlbarg al punto de que parece una versión caricaturesca de la realidad.
Sin embargo, cuando uno ve al verdadero Richard Sackler en los documentales, comprende que la composición de Stuhlbarg es perfecta, casi demasiado medida. En HBO Max está disponible El crimen del siglo, una miniserie documental de cuatro horas presentada en dos capítulos, que no sólo es la base documental precisa y con registros de Dopesick sino que cuenta la fascinante historia del creador de Purdue Pharma, el filántropo megamillonario Arthur Sackler, el tío del mencionado Richard. Entendiendo a Arthur, la primera generación de Sacklers, se entiende la explosiva mezcla de publicidad y empresas farmacéuticas que llevó al desastre actual.
Nacido en Brooklyn, hijo de dos almaceneros judíos emigrantes de Polonia y Ucrania, Arthur Sackler se recibió de psiquiatra pero demostró otros intereses en los cuales alcanzó una especialización notable. En particular, se ocupó del elemento publicitario de la farmacología: se podría decir que él inventó la idea de que los medicamentos recetados podrían ser parte de la publicidad glamorosa, como las gaseosas o los autos. Sackler comenzó a trabajar en la empresa de publicidad McAdams en la división dedicada a los remedios. Su éxito fue tan rotundo que finalmente terminó como dueño de la compañía, aunque con testaferros actuando en su nombre. McAdams era una de las florecientes compañías de publicidad que operaban sobre la avenida Madison, en Manhattan, el ecosistema laboral descripto en la serie Mad Men. De hecho, el capítulo del libro El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, que sigue la trayectoria de la familia Sackler, titula ingeniosamente el capítulo donde Arthur triunfa en McAdams como “Med Man”. (Patrick Radden Keefe aparece como testimoniante en El crimen del siglo y de hecho, el documental parece la puesta en imágenes de ese libro). Como émulo de Don Draper, Arthur Sackler inventó, entre otras cosas, la expresión “de amplio espectro” para aquellos antibióticos que atacaban bacterias sin demasiadas especificidades.
El nuevo salto cualitativo para la venta de remedios prescriptos fue la aparición de los tranquilizantes. En la década del 60, la empresa Roche sacó a la circulación el Librium, que se convirtió en un enorme éxito gracias a la campaña desarrollada por McAdams, es decir, Arthur Sackler. Cuando quisieron incorporar el Valium, de efectos muy parecidos, Sackler inventó que el primero era efectivo contra la “ansiedad” y el segundo contra la “tensión psíquica”, sea lo que esto fuera. En todo caso, Sackler descubrió que existiendo una determinada droga, lo siguiente que había que conseguir era un mercado, algo que con su propia compañía, Purdue, llevaría al paroxismo.
Cuando la publicidad de remedios recetados estaba prohibida, Sackler hacía campañas indirectas, comprando notas en las revistas exitosas del momento, como Life, en donde se mostraba el efecto del Librium en tigres y sugiriendo que “podría tener efectos similares en humanos”. Luego de la liberación de la publicidad, a mediados de los 90, su compañía, Purdue Pharma, se convirtió en la principal promotora del consumo de fármacos. Y bajo el reinado de su sobrino, Richard, con la estelaridad del OxyContin, Purdue Pharma conocería la gloria y la ruina.
Finalmente, se puede apreciar la transición del consumo en los EE. UU. de las drogas ilegales a las legales en la miniserie documental de cuatro capítulos El farmacéutico, disponible en Netflix. El protagonista es Dan Schneider, un empleado de una farmacia en el estado de Louisiana. Uno de sus dos hijos es adicto al crack y en 1999, en un episodio confuso en el cual va a comprar su droga, es asesinado de un tiro. Schneider, que tiene la costumbre de grabar todas sus conversaciones telefónicas, se dispone a investigar la muerte de su hijo y lo hace con tanto empeño y tenacidad que finalmente logra identificar al asesino. Resuelto el caso judicial retoma su trabajo en la farmacia y, ahora con una nueva sensibilidad, detecta a muchachos y chicas de edad similar a la de su hijo pero que, con el mismo extravío y ansiedad, vienen con recetas firmadas por médicos a comprar diversas dosis de OxyContin. Schneider descubre que la enorme mayoría provienen de una misma dirección física y de la misma doctora. Toma cartas en el asunto como una manera de cerrar el duelo por la muerte de su hijo a manos de la droga.
Lo que se describe en El farmacéutico calza perfectamente, como piezas de un rompecabezas, con lo visto en Dopesick y El crimen del siglo. El consumo de la oxicodona es descontrolado al punto de que muchos de los adictos rallan las pastillas para inyectarse el producto y alcanzar más rápidamente un efecto similar de la heroína. De hecho, el juicio público que termina con multas por 8000 millones de dólares, limitó en la práctica la venta indiscriminada de OxyContin, lo cual llevó a una nueva ola de consumidores de heroína, la droga ilegal.
Como explica el médico John Abramson en su libro Sickening: How Big Pharma Broke American Health Care and How We Can Repair It, sólo dos países en el mundo permiten la publicidad de remedios recetados directamente al consumidor: los EE. UU. y Nueva Zelanda, sólo que en este último país los controles acerca de qué productos pueden ser autorizados a publicitarse son extremadamente estrictos. En EE. UU., en cambio, la invocación a la libertad de expresión permite que sean anunciados casi sin restricciones. La discusión es parecida a la que ocupa la conversación pública en ese país en la actualidad sobre la libertad de portar armas. Los tiroteos masivos por parte de ciudadanos que compran armas libremente generó una nueva epidemia. Seguramente será reflejada, como ésta de los opiáceos, en varias miniseries y películas.
Dopesick está disponible en la plataforma Star+, El crimen del siglo en HBO Max y El farmacéutico en Netflix.
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