La casa de papel: todo lo que se sabe de la serie antes del estreno de la quinta temporada
Los primeros episodios del desenlace de la serie española estarán disponibles desde mañana en Netflix; habrá que esperar hasta diciembre para conocer el desenlace del atraco al Banco de España
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MADRID.- Triunfo antes de la destrucción final. Así se pueden resumir el discurso y las sensaciones transmitidas por Álex Pina al regresar, emocionado, “al lugar del crimen”, los escenarios de La casa de papel en Tres Cantos (Madrid) antes de que se destruyan para siempre tras haber concluido el rodaje de la quinta y última temporada de esta serie de ladrones con caretas de Dalí, espíritu antisistema y nombres de ciudades.
Una producción que inició su camino con dos temporadas en la señal Antena 3, en las que se narraba el asalto de la banda a la Casa de la Moneda, pero que se convirtió en fenómeno global en 2017 de la mano de Netflix –que el viernes 3 pondrá a disposición de sus abonados la primera parte de su quinta temporada–, ya con el robo perfecto a las reservas del Banco de España, rehenes incluidos, como trama. Una evolución que responde a causas “no del todo descifrables”, como asegura Pina una mañana de principios de julio.
“La serie en consumo compulsivo funciona mejor que en consumo fraccionado porque la publicidad y el semana a semana hace que tú no tengas esa ansiedad de tiempo interno que tiene la serie, es decir, no te metes dentro. Además, La casa de papel funciona en tiempos muy cortos. La experiencia del espectador es mucho más bestia en consumo compulsivo y más adictiva, lógicamente”, reflexiona Pina (Pamplona, 54 años). Pero hay algo más ahí, de lo que se fueron dando cuenta poco a poco, fruto, quizás, de la potencia de pegada de Netflix en todo el mundo. Primero, los seguidores de las cuentas en redes sociales de los actores subían exponencialmente; luego, no podían rodar en exteriores urbanos (en esta última parte en Copenhague) sin una nube de admiradores alrededor; después vino el festival de Montecarlo, con la ciudad empapelada, como está estos días el subte de Madrid y las calles de Buenos Aires con monumento a los caídos de la ficción incluido, con la estética de la serie y gente de todo el mundo en manifestaciones estudiantiles, sindicales o antigubernamentales con el enterito rojo y la careta de Dalí.
Pero al pasear por los escenarios de la gran batalla se puede ver que todo ha llegado al final. El polvo y restos de los escombros cubren las paredes grises y los vetustos adornos dorados. Hay agujeros y rastros de explosiones. En los escritorios solo quedan algunos teléfonos anticuados. La escalera en la que tantas cosas han pasado, por la que Helsinki (Darko Peric) llevó en brazos el cadáver de Nairobi (Alba Flores), se alza impasible ante la destrucción.
Las virtudes y los excesos de la serie se acentúan en esta quinta entrega, que tiene más violencia que nunca. Pina reconoce que él y su equipo apostaron por el género bélico en estos últimos capítulos, que Netflix emite en dos tandas de cinco: una desde mañana y la otra en diciembre próximo. “Somos un país con gran complejo de inferioridad en la ficción”, se defiende sobre la producción española. “La casa de papel es una locura porque nunca podrían estar unos tipos encerrados en el Banco de España porque los aniquilan, pero hay que hacer algo que tenga otros componentes, con sus propias reglas internas, con las que tiene que ser coherente, no con la realidad, que es deleznable desde el punto de vista de la ficción. Y cuando lo haces te dicen: ‘¿Dónde vas?’ Pues, señores, ahí está la Marvel, que lleva 10 años siendo lo más visto en cine y no para de ganar peso”. La “visión lírica” de la violencia de otras temporadas, con el célebre “Bella Ciao” y otros temas de fondo, da paso a algo más duro y seco, aunque Pina defiende también aquella apuesta: “Intentamos sublimar la violencia en términos estéticos porque nos parece que forma parte de una visión de la serie. Una serie tiene una línea editorial, como un periódico. Hay cosas que puedes hacer y otras no”.
La ficción televisiva del siglo XXI ha experimentado una revolución y esas cosas permitidas o no, también. Pina, que estuvo detrás de Los Serrano, Periodistas o Los hombres de Paco, sabe de qué habla. Las tramas, por ejemplo: “El espectador ha cambiado mucho. Cuando trabajábamos en la televisión de los años noventa y los dos mil había una especie de ángel de la guarda que protegía al espectador y este sabía que a su protagonista no lo iban a matar y que las cosas, aunque les jodieran un poco, iban a salir bien. Pero la experiencia del espectador es mucho mejor cuando las cosas salen mal. Hemos matado a Nairobi y ahora cuando a alguien le ponen una pistola en la cabeza dices: ‘Ostras, que lo mata”. O los protagonistas, construidos para caer bien, aunque sean detestables: “Hace 10 años nos decían: ‘El personaje tiene que ser blanco porque si es un cabrón nadie quiere que entre en su casa’. Y sin embargo ahora la perversión del villano es muy atractiva”, confiesa Pina, que se refiere sobre todo a Berlín (Pedro Alonso), ese miembro de la banda homófobo, narcisista, egocéntrico y cruel que es uno de los preferidos del público y al que, ya desaparecido, todavía explota la trama con oportunos flashbacks. “Hemos disfrutado mucho con él”, admite.
En los dos capítulos iniciales de la quinta temporada, los celos, las diferencias entre los miembros de la banda, los egos y el amor y el deseo siguen ahí, parte esencial de la receta del éxito. “La gente lo que quiere es entretenimiento y nosotros hemos añadido una idiosincrasia de afectividad latina a un género como el del robo perfecto que era muy frío, matemático. Hemos hecho un híbrido que ha funcionado en todo el mundo, quizás porque había una demanda de emocionalidad, de algo más caliente”, cuenta Pina.
“Jaque mate, hijo de puta (...) Su condena es nuestra salvación”, suelta la policía Alicia Sierra (una excesiva y a ratos brutal Najwa Nimri) al cerebro de todo, el Profesor (Alvaro Morte) en los primeros minutos de la quinta temporada, con unos y otros contra las cuerdas. Quedan pocos límites a los que llevar a los personajes y eso se ha notado en un equipo, reconoce Pina, que tiene las líneas rojas claras. “En el capítulo dos estábamos trabajando en plena pandemia, online, y noté que no teníamos la inmediatez, esa chispa, y lo tiramos entero para hacer un capítulo experimental, sin fragmentación temporal y en el que incluso el protagonista es diferente. Y lo hicimos como si fuera ya un final de temporada”. Pero no lo es. Quedan otros ocho. El aficionado al género sabe que el robo perfecto, desde los clásicos Casta de malditos o Mientras las ciudad duerme hasta los más recientes Fuego contra fuego, Un plan perfecto o Atracción peligrosa, nunca sale bien, no del todo, muchas veces ni un poco. El primer final previsto por Pina y su equipo terminó en la basura. Veremos qué ocurre con Lisboa, Tokio, Denver, Bogotá y compañía al término de estas poco más de 100 horas de robo imperfecto que ya son historia reciente de la televisión.
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