Kung Fu: una traición, un protagonista agotado y una serie que dejó su marca en la cultura popular
Aún hoy, cuando alguien quiere darle una enseñanza a otro puede que lo llame “Pequeño saltamontes”. Ni hablar de aquel que se lamenta por su fallido derrotero amoroso y ejemplifica: “Estoy más solo que Kung Fu”. Estas referencias no son caprichosas, sino que demuestran lo hondo que caló la serie de los ’70 protagonizada por David Carradine en la cultura popular, tanto que esta se apropió de sus marcas de identidad perpetuándolas de generación en generación.
Semana a semana, los espectadores fueron testigos de cómo la historia de Kwai Chang Caine -o “Uai Chan Quein” para los oídos infantiles- sumaba un capítulo más, entre su presente errante y su pasado en un templo Shaolín. Pero lo que no se contó entonces fue por qué la serie fue tan cuestionada que casi no se hace, ni tampoco por qué surge de sus entrañas una historia de traición que casi termina con la vida profesional de un famoso astro.
La historia oficial
El pacifismo, la filosofía Zen y también (aunque en menor medida) la cultura oriental comenzaron a pisar fuerte en Estados Unidos a fines de los años 60 y comienzos de los 70. De esta manera se abrió una grieta en el universo del héroe clásico televisivo, entre los que abogaban por mantener el status quo del espía de traje y corbata, y los que consideraban que era un buen momento para pegar un volantazo.
Entre los segundos se encontraba Ed Spielman, productor y guionista casi desconocido en el medio pero con una idea: hacer una serie de artes marciales sobre la disciplina llamada Kung-Fu, idea que había surgido a partir de su propio entrenamiento en karate.
Así lo recordaba uno de sus colaboradores: “Eddie nos hablaba de Kung-Fu, y para nosotros eran una o dos palabras desconocidas. Un día se sentó y se puso a escribir la historia de un guerrero que había sido monje de un templo Shaolín. La idea me quedó dando vueltas en la cabeza hasta que le dije: ‘Ed, esto un western’. Y de esa conversación nació la serie”.
En aquel escrito, Spielman había comenzado a delinear la historia de Caine, un niño hijo de una mujer china y un marinero norteamericano quien, habiendo perdido a sus padres y abuelos, logra ser aceptado en un monasterio Shaolín, a pesar de no ser de origen totalmente chino. Las enseñanzas, filosofía y entrenamiento recibidos durante su niñez y adolescencia marcan su camino como adulto y, episodio tras episodio, surgen en forma de flashbacks conforme la ocasión lo amerite.
Presentada la propuesta a la cadena ABC, precisamente ese punto fue el primero que llamó la atención (para mal), a lo que le siguió la absurda idea de hacer un programa sobre un experto en artes marciales que era pacifista y antiviolencia. “El secreto fue hacer que la serie funcionara sin un protagonista activo, algo totalmente distinto a lo que se había hecho en televisión hasta ese momento”, analizaba Spielman.
No fueron los únicos puntos en contra. Tampoco sumaba el mencionado tema de los flashbacks, insertados a lo largo del capítulo y, a juicio de la cadena, cortando la acción. Mucho menos que las peleas fueran en cámara lenta, lo que significaba una doble preocupación: perder la atención de los televidentes y llamar demasiado la de los comités antiviolencia. A pesar de todo eso y después de meses de discusión, se aprobó la realización de un piloto. Solamente faltaba el protagonista.
El pequeño saltamontes
Mientras en el predio de Warner Bros se acondicionaba el decorado del castillo que se había usado en la película Camelot para transformarlo en un templo Shaolín, los productores comenzaron con los castings para encontrar el reparto adecuado para esa historia ambientada en el siglo XIX. Se convocó a todo actor asiático en Hollywood para cubrir cada uno de los roles, que eran muchos. De las múltiples audiciones surgieron dos intérpretes cuyos personajes adquirirían peso propio, volviéndose casi tan famosos como el protagonista.
El primero fue el coreano Philip Ahn (en realidad Pil Lip Ahn) que se quedó con el papel del maestro Kan, autoridad máxima que recibía y guiaba al protagonista en el templo durante su infancia y juventud. El segundo fue Keye Luke (Luk Sek Lam), actor de origen chino que con el maquillaje adecuado se convirtió en el sabio ciego maestro Po. Pero el problema para la producción seguía siendo encontrar a Kwai Chang Caine, y en esa búsqueda radica uno de los misterios de esta historia.
Las versiones de la época aseguraban que los responsables de Kung Fu querían sí o sí a Bruce Lee para el protagónico. Además de una exitosa carrera cinematográfica en Asia, Lee acababa de estrenar en Estados Unidos la película The Way Of The Dragon con gran éxito. El público televisivo, por otra parte, ya lo identificaba por su papel de Kato en la serie El avispón verde.
Sin embargo, el entonces vicepresidente de Warner Bros. Tom Kuhn, contó que no hubo tal entusiasmo: “Un día entró a mi oficina Bruce Lee con su bolso de gimnasio, sacó un nunchaku y lo empezó a hacer girar frente a mi cara mientras me decía ‘no te muevas’. Después me pidió que le tocara el brazo, lo tenía como una roca. Su imagen era increíble. Pero pasamos una hora hablando y él mostrándome cosas que había hecho, y francamente tuve problemas para entender lo que me decía”.
El director John Badham, que trabajó en la serie durante la primera temporada, tuvo una explicación menos políticamente incorrecta: “La historia es simple: ellos no querían que un chico asiático hiciera de un chico asiático, preferían a ‘uno de los suyos’”.
Con Bruce descartado continuó la búsqueda pero sin suerte, hasta que un día llegó a la misma oficina de Warner Bros. David Carradine: “Cuando leí el guion dije: ‘No hay manera de convertir esto en un programa de televisión. Un tipo que es mitad chino, cosas que pasan en un templo, un western donde el protagonista no anda a caballo ni usa pistola”.
Así y todo, empujado por su representante, el actor aceptó de mala gana hacer la prueba. Hosco, callado, con cara de pocos amigos y cero ganas de participar de lo que consideraba un seguro fracaso, lo que hizo Carradine no le gustó a nadie. Cuando terminó la reunión, a modo de despedida, pegó un saltó y le pegó una patada a una pared. Créase o no, esto convenció a los responsables de que era el adecuado. Y así, Caine finalmente tuvo quien lo interpretara.
Operación Bruce Lee
Como ya se dijo, la génesis de Kung Fu tiene un lado B, mucho menos glamoroso que el oficial, y en el centro de esa escena está Bruce Lee. La versión que repitió el artista marcial hasta el día de su muerte fue que en Warner Bros., con la complicidad de Ed Spielman, le habían robado la idea del programa. Que en realidad en la reunión que había mantenido con los estudios les había contado muchos detalles de los que después se apropiaron. Como no confiaban en que el público norteamericano aceptara a un héroe de origen chino, decidieron hacerlo a un lado y quedarse con todo.
Durante muchos años los creadores de Kung Fu negaron que esto fuera verdad, pero luego de la trágica muerte del actor apareció una entrevista televisiva realizada en diciembre de 1971 (un año antes de que la serie se estrenara) en Hong Kong, donde Lee hablaba entusiasmado de su inminente nuevo proyecto: “La idea original es que se llame The Warrior pero los estudios quieren que tenga una ambientación moderna porque creen que el lejano oeste pasó de moda. Pero yo quiero se filme como un western porque sino ¿cómo vas a justificar todos los golpes, las patadas y la violencia? Hoy en día no se anda dando patadas y puñetazos a un tipo, porque si lo hacés, saca un revólver y se acabó, sin importar cuán buen peleador seas”.
En 2019 se retomó este concepto ideado por Bruce Lee en la serie Warrior (cuyas dos temporadas están disponibles en la plataforma de streaming HBO Go), donde finalmente logró aparecer en los créditos, algo que nunca sucedió en Kung Fu.
Un fenómeno cultural
Kung Fu fue lo suficientemente rupturista como para cautivar a la audiencia televisiva de los 70, quienes primero se acercaron por curiosidad para enseguida conectar con la historia del protagonista, y con sus lecciones de vida.
Años más tarde, el productor del programa recordaba conmovido la carta que recibió de una maestra de primaria: “Fue confirmar que estábamos en lo correcto, me acuerdo que la carta decía: ‘Su programa me permite enseñarle a mis alumnos que no se necesita llevar un arma para ser un hombre’. Fue realmente conmovedor”. Claro que no todas las repercusiones fueron buenas, también hubo de las otras.
Apenas salió a la luz que el protagonista de la serie sería David Carradine, la comunidad asiática en Estados Unidos puso el grito en el cielo. Para calmarlos, ABC decidió anunciar en cuanto medio especializado hubiera que el actor tendría como coach asesor a David Chow, actor y respetado especialista en artes marciales. De no hacerlo y proseguir los cuestionamientos sobre la forma en la que se mostraba la cultura china, la serie habría perdido para la opinión pública uno de sus principales atractivos, que además era en el que se había invertido más tiempo y dinero.
Con guionistas que rotaban episodio tras episodio, la fortaleza del show era adaptar la filosofía oriental a situaciones del presente de los telespectadores. Por ejemplo, un momento muy recordado por los fans fue cuando el maestro Po utilizó el juego infantil “Piedra, papel o tijera” para enseñarle a su discípulo que “en cada turno uno conquista al otro, no hay ni fuertes ni débiles. Ese es el equilibrio de la naturaleza”.
También se destaca el momento en el que el pequeño recién llegado recibe el sobrenombre de “Saltamontes”; una idea que los guionistas, aseguran, surgió de casualidad: “Escribimos muchas cosas que nos parecían muy interesantes, pero nunca pensamos que el saltamontes sería lo que la gente más recordaría. Lo elegimos porque sí, podríamos haber dicho escarabajo o cucaracha, para nosotros era más o menos lo mismo”.
Otra curiosidad de la serie fue el paso por sus historias de futuras estrellas como Jodie Foster (entonces tenía 10 años), Harrison Ford, Leslie Nielsen o Pat Morita (el maestro Mishagi en Karate Kid), entre muchos otros.
Para la tercera temporada, en 1974, los índices de audiencia ya no eran tan promisorios como al comienzo, a pesar de recoger el buen rating que le dejaba Las calles de San Francisco, que se emitía justo antes. Fue entonces que ABC decidió hacer un cambio de día, de los competitivos jueves a los olvidables sábados, determinación que los productores entendieron como “un tiro de gracia”. Y lo fue.
Hubo también un segundo motivo en la decisión del canal: el deseo de David Carradine de abandonar el programa apenas concluida su obligación contractual ese mismo año: “Por suerte el show terminó antes de que me hiciera mal a la cabeza, y no me refiero a los golpes sino a ser una estrella de televisión. Estaba en prácticamente todas las escenas, grababa todos los días. Cuando anuncié que no quería seguir recibí todo el odio del canal y del estudio, creo que todavía siguen molestos porque me fui”, comentaba el actor en 2002.
A pesar de haber terminado luego de solo tres temporadas, Kung Fu fue clave para el desarrollo de las artes marciales en el cine y la televisión. Para muchos especialistas, incluso más importante en cuanto a penetración cultural en Estados Unidos que la película Operación Dragón de Bruce Lee, estrenada una semana después de su muerte.
¿La leyenda continua?
En 1986 Caine volvió, pero esta vez al cine. Kung Fu - The Movie retomó algunas ideas de la serie, y tuvo como valor agregado la participación de Brandon Lee (hijo de Bruce), interpretando a uno de sus antagonistas.
Como el entusiasmo no mermó, en 1993 se lanzó la serie Kung Fu - La leyenda continua, nuevamente con David Carradine como protagonista. Como la acción transcurría en la actualidad, a diferencia de la original que estaba ambientada en el siglo XIX, la justificación para la presencia del protagonista fue bastante retorcida. El Kwai Chang Caine contemporáneo era en realidad el nieto del Kwai Chang Caine original (sí, se llamaban igual). Y como Carradine ya había pasado hacía rato los 50 años y no estaba para andar a los saltos tirando patadas, le inventaron un hijo (interpretado por Chris Potter) que, para mayor conveniencia de la trama era policía, y también había sido criado en un templo Shaolín. A pesar de que los guiones y la serie en general dejaron mucho que desear, duró cuatro temporadas, una más que su antecesora.
En febrero del 2020, CBS y Warner anunciaron un nuevo comienzo para Kung Fu, pero en esta oportunidad sin conexión con las anteriores, más allá del nombre. Ya sin David Carradine -fallecido en 2009-, la serie será protagonizada por Olivia Liang (Legacies), y desarrollará la vida de Nicky, una chica que abandona la universidad para viajar a China, recluirse en un monasterio y aprender los secretos de las artes marciales. Pero luego del asesinato de su maestro, Nicky vuelve a la ciudad en busca del responsable del crimen para vengarse. Es decir, todo lo contrario a la serie original que predicaba exactamente lo contrario.
“¿Por qué Kung Fu se mantuvo vigente todo este tiempo? -se preguntaba Carradine hace una década resumiendo la historia del programa-. Porque es común a todos los hombres, es una historia de moral, es eterna, y tiene ecos de mitología. Kung Fu tiene una magia que ningún otro show en la historia de la televisión tuvo”.
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