Kristin Scott Thomas: de Fleabag a La mujer del quinto, dónde descubrir a la actriz británica tras su brillante espía en la serie Slow Horses
En la nueva serie de Apple TV+ se saca chispas con Gary Oldman, su némesis en el MI5, en la que Scott Thomas saca a relucir su gélido retrato de la soledad del poder; tanto en Inglaterra como en Francia, su patria adoptiva, la intérprete filmó a las órdenes de grandes realizadores
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En Slow Horses, la nueva serie de espías de Apple TV+, la intriga se teje en los recovecos de la Casa de la Ciénaga, un refugio de indeseados del servicio secreto británico que buscan sin demasiadas esperanzas su anhelada redención. El rey de aquel edificio victoriano en las inmediaciones del Barbican es Jackson Lamb (Gary Oldman), un brillante agente caído en desgracia por errores del pasado. Basada en la primera novela de la serie ‘Lamb’ creada por Mick Herron –heredero de la febril narrativa de John Le Carré-, Slow Horses sigue los pasos de Lamb y del también penitente River Cartwright (Jack Lowden) en la pesquisa de un grupo de ultraderecha que amenaza con la ejecución pública de un joven musulmán. La Londres de Herron es nocturna y neblinosa, escindida entre los altos mandos del MI5 y los sótanos del espionaje en los que Lamb custodia su dominio. Pese a su lengua filosa y sus modales escatológicos, el antihéroe de Herron asoma como el cínico estandarte de esta era pedestre y descreída, con la verdad enterrada en la basura y la violencia agitada por los mismos que deben combatirla.
Si bien Gary Oldman brinda a su personaje el ajado desencanto de quien juega sus cartas como en la última partida, quien se erige como su feroz contracara y férrea rival es la ambiciosa Diana Taverner, jefa de operaciones del MI5 en las elegantes oficinas de Regent’s Park. Nadie podía darle a ese personaje la gélida encarnación del liderazgo como Kristin Scott Thomas, con su apariencia imperial e inalcanzable, guardiana de las normas más estricticas, artífice de las órdenes más implacables. “Creo que lo más interesante de Diana, que en cualquier otra historia podría parecer superficial, es su comportamiento y la forma en que se presenta ante los demás. Esa armadura que porta en cada aparición, su ropa impecable, el pelo perfecto, el maquillaje adecuado, la constante hidratación de la boca con la que va a pronunciar las sentencias más terribles sobre la gente”, revelaba en una reciente entrevista con Collider a propósito del estreno de Slow Horses (que ya fue renovada para una segunda temporada).
Si bien los diálogos son una de las grandes virtudes de la narrativa de Herron, lo interesante de la serie escrita por Will Smith (Veep) y dirigida por James Hawes (Black Mirror, El alienista, Penny Dreadful) es la puesta en escena de los intercambios verbales entre Lamb y Taverner. Uno de los más inquietantes ocurre bajo uno de los puentes que atraviesan el Támesis a altas horas de la noche. Con un cadáver en las escaleras de la Casa de la Ciénaga y una de sus agentes herida de bala en el hospital, Lamb acorrala a Taverner hasta descubrir su juego. El intercambio entre ambos está cargado de los rencores del pasado, los secretos que se convierten en la piedra angular de las extorsiones, los egos que blanden sus espadas para cotejar poder y notoriedad. De esa disputa nace la compleja construcción del servicio secreto: su lado oficial en el centro de operaciones en Regent’s Park, la distante ejecución de los comandos de Taverner tras centenares de monitores, su torre de marfil convertida en el velo perfecto de la seguridad contemporánea; y el lado B en la guarida del Barbican donde Lamb y sus outsiders hacen el trabajo sucio, ponen en juego su vida y renuncian para siempre a su prestigio.
“Lo que me atrajo del guion, más allá de esa mezcla de tensión y humor que envuelve a la intriga, es el registro minucioso de cómo las ambiciones de los personajes terminan cercando no solo su sentido común sino su humanidad. Yo no soy muy afecta a las historias de espionaje pero aquí hay algo más, un estudio de esas personas y sus conductas, el mundo en el que se mueven y cómo termina condicionándolos”. Las aristas de Jackson Lamb parecen ser las más interesantes a primera vista. Un hombre de otra época, atado por sus lealtades, amargado por las culpas del pasado, desplazado a ese rincón en el que carga con sus pecados y descarga sobre los otros sus frustraciones. Pero Diana Taverner expresa quizás el personaje más elíptico, una mujer en la cúpula del poder asediada por deberes y obligaciones: su rol de liderazgo en el servicio secreto, las tensiones entre sectores de ultraderecha y minorías étnicas y religiosas, controlar la información y retener el poder. Entre esas fuerzas se escurre su vida, enigmática y elusiva, sumergida en el silencio para nunca dejar la huella equivocada.
No es el primer personaje de Kristin Scott Thomas que carga con esa aura de misterio, esa etérea distancia, ese calculado andar para no dejar demasiadas pistas. En la reciente Rebeca (2020 –disponible en Netflix), atrevida adaptación de Ben Wheatley de la letra de Daphne du Maurier y el espíritu de Alfred Hitchcock, Scott Thomas es Mrs. Danvers, el ama de llaves que deambula por los pasillos de Manderley como el fantasma de la difunta Rebeca. A diferencia de la gótica representación de Judith Anderson en la versión de 1940, la actriz nacida en Cornwall ofrece una encarnación más mundana y amargada, una especie de viuda sin derechos que combina el dolor maternal con una frustración nunca saldada durante la vida de su ama. En esa película extraña, casi fuera de tono, que terminó ofreciendo Wheatley, Scott Thomas se apropia de un personaje que cargaba una densa mitología sáfica en la cinefilia sin ninguna aprehensión. Esa misma impronta es la que le reconoce Phoebe Waller-Bridge al convertirla en la seductora Belinda en un único episodio de Fleabag (2019 -disponible en Amazon Prime Video), que le basta a la actriz para lucirse como siempre.
Quizás el mejor ejemplo de ese halo de esquiva aparición que ronda a algunos de sus personajes sea la Margit de La mujer del quinto (2011 –disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play), la película francesa de Pawel Pawlikowski, el director polaco de Ida y Cold War. La historia es la de un escritor norteamericano varado en París, no por las aventuras que retuvieron a Hemingway sino por el anhelo de compartir la custodia de su hija de seis años. Lo cierto es que sin dinero ni demasiados horizontes, Tom Ricks (Ethan Hawke) termina en un hotel de mala muerte, con su pasaporte retenido por un mafioso y mirando un monitor durante horas por 50 euros. En una de las visitas a una librería para hojear la única novela que publicó hace años, lo invitan a un encuentro literario. Allí, entre los cócteles y las conversaciones aburridas, descubre a Margit, con su porte estelar, fumando como una diva de los 40, con su media sonrisa y su pelo apenas arriba de las orejas. Margit nació en París, se crió en Inglaterra, viajó por el mundo y se convirtió en la musa de un novelista húngaro. Tom sigue su pista hasta el quinto piso de un edificio para entregarse a sus brazos y sus misterios.
Si bien Pawlikowski no se mueve tan seguro en ese terreno que hizo propio su coterráneo Polanski, la confección de sus personajes enredados en sus pasiones encuentra perfecta expresión en esa París sombría de edificios medievales y laberintos sin salida. Ý Kristin Scott Thomas demuestra una vez más que ha sabido cruzar con astucia el canal de la Mancha y convertirse en asidua protagonista de historias francesas pese a su origen inglés. Ahí está la pérfida ejecutiva de Crime d’ amour (2010), la última película del fallecido Alain Corneau –que luego reversionó Brian De Palma como Passion (2012)- capaz de jugar con la inocencia de su joven asistente –interpretada por Ludivine Sagnier -; o la esposa del profesor pedante y fabulador que interpreta Fabrice Luchini en En la casa (2012) de François Ozon, creadora de sus propias fantasías pecaminosas en ese mundo de dobles y espejos en el que todos salen perdiendo; o la mujer casada que se anima a un affaire en Partir (2009) de Catherine Corsini, desafiando su vida perfecta y sus aspiraciones burguesas. En cada una de ellas hay un destello propio que Scott Thomas lleva consigo, una pincelada única que las hace sortear toda previsión.
Uno de los interrogantes que instala Slow Horses a partir de la figura de Diana Taverner son los límites que se pueden cruzar en virtud de cierta idea instalada de justicia. Y como cara visible del MI5, Taverner resulta un personaje siempre al límite, capaz de transgredir toda ética en virtud de sus asumidos ideales. “Todo está permitido para Diana en la persecución de lo que ella cree que es la justicia. No se detiene ante nada, no tiene ninguna aspiración a la redención”. Es difícil para un actor encarnar a un personaje que no sea un villano y que al mismo tiempo su moral se vea sistemáticamente reñida con la nuestra. La ambición de Diana encuentra la coartada perfecta en su posición de poder y en virtud de esos logros a los que aspira todo está permitido. Kristin Scott Thomas consigue hacer de ella una mujer falible bajo su coraza de seguridad, con sus puntos débiles en el juego de poder con Lamb, pero siempre en control de sus sentimientos.
“Siempre tenés que estar metida en esa atmósfera, sea Regent’s Park, la Casa de la Ciénaga, la orilla del canal en el medio de la noche, o cualquiera de los espacios en los que se mueven estos espías. Y ello requiere concentración pero también paciencia, para retener ese clima bajo tu piel”. La Diana Taverner de Kristin Scott Thomas conjura esa inquina que arrastra la letra de Herron hacia el mundo de sus espías, un territorio de secretos y contradicciones, desprovisto del glamour de la popular narrativa de Ian Fleming, de los martinis y los ambientes suntuosos. Al igual que Jackson Lamb surca las alcantarillas fangosas de la noche londinense, las escenas sangrientas y las traiciones dolorosas, Taverner avanza a paso firme en una jungla despiadada, siguiendo los mandatos de una legalidad no siempre justa. En esos contraluces está el verdadero interés de ese juego de disfraces en el que todos quedan al descubierto.
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