Kolchak: la injustamente olvidada serie de ciencia ficción que marcó las bases del género en televisión pero sacó de quicio a su protagonista
Tras su inesperado éxito en el cine, el personaje magistralmente interpretado por Darren McGavin se mudó a la pantalla chica y no tuvo el mejor de los destinos
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No fue una serie ovacionada, tampoco de esas que uno sabe frases textuales o recuerda capítulos de memoria. Y, sin embargo, fue Kolchak la que marcó las bases de lo que es hoy el fantástico televisivo. Es más: sin Kolchak no habría existido The X-Files.
Cómo una serie que duró apenas una temporada, nunca fue un éxito de audiencia y se conformó en países como el nuestro a horarios marginales, resultó tan determinante para el género, es una pregunta difícil de responder. Pero no imposible.
Primero lo primero: el programa seguía las investigaciones de Carl Kolchak (Darren McGavin), que no era ni policía ni detective, sino periodista. Con el mismo traje y sombrero que no se sacó a lo largo de los 20 capítulos (que fue idea del actor), Kolchak lidiaba cada semana con un sinfín de casos sobrenaturales, a los que tenía que resolver y, además, pasarlos por el tamiz de su máquina de escribir y de su oficio, que nunca se llevó nada bien con lo inexplicable.
La idea de esta mixtura, a primera vista imposible, fue de Jeffrey Grant Rice, que en 1970 había escrito una novela sobre el personaje, The Kolchak Papers, y aunque estaba muy orgulloso de ella, nunca había sido publicada.
Intentando darle la trascendencia que, creía, merecía el trabajo, Rice comenzó a peregrinar con su manuscrito hasta que se topó con Barry Diller. En ese momento, este joven ejecutivo de ABC estaba a la caza de proyectos que pudieran mejorar la alicaída audiencia de su cadena. Diller la leyó, le gustó y la compró, con la idea de convertirla en una película para televisión. No fue su entusiasmo el de encontrar una mina de oro, pero sí darle una oportunidad a una historia que, en esencia, estaba muy bien.
Para pulir la inexperiencia de Rice y darle ritmo al relato, de cara a su transformación televisiva, se contrató al guionista Richard Matheson, talentoso y con una sólida experiencia previa que incluía haber escrito episodios de Combate, La dimensión desconocida, Viaje a las estrellas, Galería nocturna; y el debut de Steven Spielberg como director, Reto a muerte (Duel, 1971).
Luego de varios borradores que fueron bajando la intensidad del texto original, y de la incorporación de un joven Dan Curtis como productor, el 11 de enero de 1972 se estrenó Kolchak: The Night Stalker, donde el protagonista se enfrentaba con un supuesto vampiro, y fue un éxito.
Aquel proyecto que se creía uno más fue recibido de manera tan entusiasta por la audiencia que se convirtió en lo más visto de la cadena ese año. Ante esta devolución, enseguida se empezó a ver cómo continuarlo. El carbón se había transformado en diamante, pero nadie sabía qué hacer con él.
¿Y ahora qué hacemos?
La buena recepción de la primera película de Kolchak tomó desprevenidos a sus creadores. Enseguida se produjo una grieta entre los que pensaban que el éxito se debía a un buen guion, y el resto que ponía sus fichas en la composición de Darren McGavin. A la distancia, está claro que hay bastante de ambas posiciones, pero que nada podría haber sido posible sin la fantástica interpretación del actor, que evitó repetir lo que tan bien había hecho quince años antes en Mike Hammer, y le aportó al personaje una cuota de ironía y humor.
Si bien Kolchak se enfrentaba a todo tipo de peligros, no tenía ni la apostura ni las características de un héroe. Era capaz de salir corriendo si era necesario, o ir a la confrontación solo si no quedaba otra; eso sí, la obsesión por la investigación, que redundaba en la resolución de la historia, la mantenía siempre intacta.
Un año después, el 16 de enero de 1973, se estrenó The Night Strangler, secuela escrita también por Richard Matheson y dirigida por Dan Curtis, que sostuvo los números de audiencia de su predecesora. A pesar de los meses transcurridos, a Kolchak no le había costado nada de trabajo volver a empatizar con la audiencia. De este segundo telefilm participaron también John Carradine, Richard Anderson y Al Lewis.
Con dos tiros y dos aciertos, el paso para el año siguiente fue pensar en una nueva historia que cerrara una primera trilogía de las aventuras de Kolchak. Sin embargo, las necesidades de la cadena eran tener un suceso a perpetuidad, y así nació la idea de convertir el proyecto en una serie semanal, aun cuando en el camino quedaran Matheson y Curtis. Poco importaba si McGavin ya había firmado el contrato; un grave error.
Un todo terreno
La esencia de Kolchak funcionaba muy bien como largometraje, pero no tanto como serie. Lo que en una hora y media se podía desarrollar para generar diferentes climas, en 50 minutos había que acortarlo. Así, subtramas que le daban cuerpo al personaje fueron eliminadas y quedó la lógica de un personaje unidimensional que cada semana se enfrentaba a un monstruo distinto, letanía que antes de hacer huir a la audiencia comenzó a molestar a su protagonista.
Conforme fueron avanzando las grabaciones, Darren McGavin comenzó a perder el entusiasmo. Cada libreto era un calco del anterior, y así el actor comenzó a meter mano para intentar mejorar el producto. En pos de sostener un trabajo que le encantaba, Darren se ocupó, gratis, cada vez de más cosas, al punto de que algunas referencias lo ponen en el rol de productor ejecutivo, cargo que nunca tuvo y por el que nunca vio un dólar.
La serie Kolchak se estrenó en el otoño de 1974 los viernes por la noche, un horario complicado para cosechar audiencia. Dato que, sumado al anterior, desinfló rápidamente cualquier optimismo en torno al futuro.
El encanto del protagonista se mantenía, pero el entorno no ayudaba. Además de lo repetitivas de las historias, los antagonistas de Kolchak comenzaron a perder brillo ante la necesidad de tener uno distinto cada semana. Así, en la segunda mitad, los robots, extraterrestres o zombies parecían sacados de una fiesta de disfraces. O peor, recreados a partir de sobrantes de utilería de otras películas.
Cuando la cosa no dio para más, Darren McGavin rescindió su contrato, colgó el saco y el sombrero, y se sacó un peso de encima. Como el rating tampoco estaba para hacer una pirueta e inventarle un sobrino que sostuviera una segunda temporada, y encima había problemas con el creador que terminaron en una disputa legal, se decidió de común acuerdo levantar el programa. Sin embargo, lo que parecía el final, terminó siendo su membrecía al club de las series de culto.
No dirás mi nombre en vano
Cuando Chris Carter reveló que una de sus mayores inspiraciones para crear The X-Files había sido Kolchak, una nueva generación empezó a googlear de qué estaba hablando. Sus padres fueron los encargados de acompañarlos en el descubrimiento de la serie, y así nació una nueva generación que, por ósmosis, comenzó a venerar su nombre.
Pero el fanatismo de Carter no quedó ahí, y durante varios años intentó sumar a Darren McGavin para que periódicamente se cruzara con Mulder (David Duchovny) y Scully (Gillian Anderson). El sueño del productor era que el veterano actor volviera a interpretar al periodista, pero no fue posible. En cambio, sí aceptó aparecer como el agente retirado Arthur Dales, “el primero en investigar expedientes X”, en los episodios Travelers de la temporada 5 y Agua mala de la 6. Incluso se pueden encontrar referencias a la serie en otros íconos del fantástico y la ciencia ficción como puede ser, por ejemplo, la película Blade Runner. También fue el lugar donde debutaron profesionalmente pesos pesados de hoy como Robert Zemeckis o David Chase (Los Soprano).
El final de Kolchak fue agridulce. Se publicaron en formato de cómic dos guiones terminados que no llegaron a grabarse, y en 2005 ABC dio luz verde a una remake que no resistió más de seis episodios.
Lo dicho, fue más lo que Kolchak le dejó a la cultura popular posterior que sus méritos para sostenerse por sí misma. Y sin embargo, cuando se ve a Darren McGavin con su atuendo característico, cientos de imágenes cruzan por la memoria. Como el reencuentro con aquel compañero de colegio, que no era nuestro mejor amigo, pero todavía lo recordamos con cariño.
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