Kleo: la serie alemana que evoca a Killing Eve, pero transcurre en los tiempos de la caída del Muro de Berlín
Recientemente incluida en el catálogo de Netflix, esta ficción hace foco en la búsqueda de venganza de una mujer en medio de un mundo que se desmorona
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Kleo (Alemania, 2022). Creadores: Hanno Hackfort, Bob Konrad, Richard Kropf. Elenco: Jella Haase, Dimitrij Schaad, Juliuis Heldmeier, Vladimir Burlakov, Marta Sroka, Vincent Redetzki. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
En los minutos iniciales de Kleo, nueva serie alemana de espías ambientada en las vísperas de la caída del Muro de Berlín, Kleo Straub (una genial Jella Haase) se escabulle por un túnel que atraviesa Berlín de este a oeste y cumple con su última misión como espía extraoficial de la Stasi. Lo que ella cree que es el comienzo de su licencia por embarazo y un inminente año sabático para disfrutar de su romance con el agente Andi Wolf (Vladimir Burlakov), concluye con una condena por alta traición y tráfico de secretos de Estado que la deposita en una fría prisión de la Berlín oriental.
¿Qué salió mal? ¿Quién la traicionó?, se pregunta Kleo una y otra vez mientras supera entre golpes y desilusiones los años de cárcel que le quedan por delante. Pero un día los vientos cambian, llega la Perestroika y el este y el oeste se fusionan en un libre albedrío que huele a sálvese quien pueda. Kleo sale en mayo de 1990 junto a todos los presos políticos y una sola palabra ocupa su vocabulario: venganza.
Así comienza una de las recientes incorporaciones de Netflix, vivaz y divertida para el trágico semblante alemán, heredera inevitable de la influyente Killing Eve, que se sostiene en la presencia y el carisma de su protagonista. Kleo tiene mucho de Villanelle, aunque su tiempo y humor sean diferentes. Es una asesina experimentada, es joven y seductora, pasó años en prisión y se mueve por el mundo con un aire de impunidad que la hace inmortal. No es una psicópata diagnosticada, pero algo de su alquimia con el crimen la exime de la conciencia del resto de los mortales. Pero su tiempo es otro, el de la decadencia de un orden en crisis y la emergencia de uno nuevo en su lugar, todavía humeante por las cenizas del pasado. Lo que mejor entiende la serie alemana es el funcionamiento de ese tiempo sin leyes claras, sin bandos definidos, donde los viejos camaradas se camuflan en la fiesta del nuevo capitalismo.
Al igual que en Killing Eve, Kleo también diseña un juego de gato y ratón alrededor de la geografía europea. Sin el condimento sexual de la británica pero sí con el diseño de una firme obsesión –y con un presupuesto más modesto para los desplazamientos de la producción-, aquel crimen inaugural que llevó a Kleo al otro lado del Muro en 1987 también la puso en el camino de un distraído policía encargado de fraudes y estafas en Berlín occidental.
Sven Petzold (Dimitrij Schaad) es algo así como el hazmerreír de su división, el que siempre se equivoca y al que los jefes toman de punto para las burlas y los ejemplos del fracaso. Su (mala) suerte quiso que sea testigo de la llegada de Kleo al cabaret Gran Edén, de una navaja oculta bajo el vestido y luego del descubrimiento de un empresario suicidado en el baño. A partir de allí se convence de la conexión de los sucesos y se embarca en una persecución que nunca se mitiga, ni con el paso de los años ni con las reprimendas oficiales.
Con el antecedente de Killing Eve, Kleo pierde el valor de la originalidad –si es que eso es posible hoy en día con tantas ficciones escritas sobre escombros de otras-, pero no su astuta identidad. Afirmada en ese tiempo bisagra, elige el humor como artilugio perfecto para el retrato de quien sostiene una decisión –cobrarse sus deudas- frente a la claudicación masiva de todo el mundo que le dio origen.
Sin la extravagancia en el montaje de asesinatos que cultivaron Phoebe Waller-Bridge y sus sucesivas showrunners –desde el vestuario de Villanelle hasta la creación de auténticas “instalaciones” en cada escena del crimen- Kleo sí concibe el arte de matar como un metié que combina ciencia y poesía, sin la carga del morbo psicópata pero sí con el ágil ingenio para el disfraz y el humor. Para los creadores de Kleo, Hanno Hackfort, Bob Konrad y Richard Kropf, es menos relevante la pulsión autodestructiva –que en Villanelle era clave en su peligroso acercamiento a Eve- que el intento de sostener los códigos y procedimientos de un mundo ya destruido.
“Nos están desmantelando”, dice entre lágrimas uno de los funcionarios de la policía estatal de la República Democrática Alemana mientras sirve un té con masas al atribulado Petzold, quien ha cruzado el antiguo Muro como embarcado en una insólita aventura. En esas oficinas con papeles acumulados, escritorios desvencijados y una inminente fecha de caducidad, Kleo deambula sin ser vista para cumplir con el castigo de las traiciones. No hay Muro ni nueva ley que valga cuando dejó mucho más que su piel en las oscuras cárceles de esa Alemania ahora reunificada. La Guerra Fría pueda haber terminado en la Historia, pero para Kleo su venganza todavía espera.
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