La ficción sueca protagonizada por Edvin Ryding y Omar Rudberg se despidió de la plataforma de streaming luego de tres sólidas temporadas; atención: esta nota tiene spoilers
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Todo empezó con una canción. Luego de haber implementado varias formas de autoboicot por la angustia que le generó la muerte de su hermano Erik, el Príncipe de Suecia, Wilhelm (Edvin Ryding), es enviado a un internado apócrifo llamado Hillerska, para que su rebeldía se vea contrarrestada por una vida en comunidad, con nuevos amigos y alejado (hasta cierto punto) de los protocolos de la realeza. La mirada a cámara de Ryding nos indicaba, allá por julio de 2021, que Jóvenes altezas, la serie de Netflix que llegó a su fin el lunes luego de tres temporadas, se erigía en la complicidad entre ese atribulado protagonista y el espectador que era testigo de su derrotero.
Los creadores de la ficción, Lisa Ambjörn, Lars Beckung y Camilla Holter, buscaron que ese joven rompiera la cuarta pared como manera de provocar empatía en ese momento bisagra de su vida en el que parecía no haber consuelo. Si todo empezó con una canción es porque la música fue lo que acercó al príncipe a su compañero de estudio, Simon (el venezolano Omar Rudberg, en una interpretación de una gran sensibilidad), a quien vio cantar en el coro de la institución, cuando ambos cruzaron sus primeras miradas. Desde ese momento, Jóvenes altezas quiso despegarse de otras producciones queer dirigidas a un público teen, intentando encontrar su identidad en un escenario en el que ya estaba muy bien posicionada la serie noruega Skam, y en el que luego irrumpiría ese fenómeno que es Heartstopper (también disponible en Netflix).
Para lograr esa autonomía, se naturalizó el proceso de Wilhelm, no se lo volvió tabú sino que se lo mostró de la forma más sencilla posible: el joven se enamora de Simon, pero esto no representa un problema por la mirada ajena sobre su orientación sexual sino por su deber a la Corona, el principal escollo en ese vínculo romántico que fue mutando a lo largo de los 18 episodios de una serie intimista, de pocas locaciones, que siempre puso el foco en las complejas dinámicas que se suscitan en la adolescencia, cuando todo parece eterno, cuando hay una sensación de disfrute constante.
Por lo tanto, Jóvenes altezas no temió correr el foco de la relación entre sus protagonistas y abrir el abanico, registrando una amistad que se quiebra por una traición, la de Sara (Frida Argento) y Felice (Nikita Uggla), y un vínculo tenso entre el príncipe y su primo, el conflictivo August (Malte Gårdinger). En esos casos, las interacciones también estuvieron supeditadas a los prejuicios, especialmente en el caso de Sara, la hermana de Simon, una joven que fue becada para estudiar en Hillerska y quien se siente diferente a su grupo de amigas, uno en el que intenta pertenecer de manera inorgánica, situándose en una posición incómoda al ponerse una máscara y fingir ser una adolescente despreocupada, con intereses algo superfluos, como si nada la estuviera atormentado.
Sin embargo, al conocer a Felice, ambas construyen una amistad honesta que se emancipa de los preceptos y en la que eventualmente las adolescentes pueden ser genuinas (más allá de los desencuentros), luego de meses de tapar dolencias vinculadas a problemáticas de salud mental, como sucede con Sara, quien además tiene una relación áspera con su padre, quien sale y entra de su vida y la de Simon en función de cómo lidia con sus adicciones.
La amistad, ese preciado tesoro
En su último episodio, Jóvenes altezas hace algo interesante: no concluye únicamente con la resolución del romance central en Wilhelm y Simon sino que también coloca al vínculo entre Sara y Felice en un lugar de enorme importancia. Con esto, la ficción termina de evidenciar lo que ya venía mostrando en las temporadas previas al considerar a las amistades tan significativas como los romances. La evolución de Felice está particularmente muy bien lograda. La joven patea el tablero por renegar de su condición de nouveau riche, se aleja momentáneamente del círculo de amigas para emprender un road trip con Sara, y expone las crueles prácticas de iniciación que se suscitaron dentro de Hillerska, quien cierra momentáneamente sus puertas a causa de esos rituales obsoletos y peligrosos para la psiquis de los alumnos. Asimismo, la serie les da un interesante arco narrativo a los mejores amigos de Simon, quienes arrojan luz sobre el lado más abyecto de las diferencias que persisten entre el mundo del que ellos forman parte y aquel en el que habitan la mayoría de los alumnos del internado cuya ideología rechazan.
Cuando el romance entre Simon y Wilhelm se afianza, son los amigos del joven los que ayudan al príncipe a camuflarse para salir de esa burbuja que la realeza (especialmente su madre) quería preservar a toda costa. El protagonista va descubriendo, a partir de las charlas con Simon y esos amigos incondicionales, que hay un territorio inconmensurable a explorar, y que el ceñirse a sus obligaciones como futuro rey solo logrará que esas infinitas posibilidades se vean restringidas. Como consecuencia, ese futuro sellado y previsible afectará su salud mental, otro tópico que, como el bullying y los trastornos alimenticios, son tratados sin golpes bajos por los showrunners.
El amor como forma de revolución
“Me vi reflejado en Wilhlem en muchas cosas”, declaró Ryding en diálogo con la revista Numéro. “Su lucha contra la ansiedad es algo que pude comprender”, expresó el actor. Por su parte, Rudberg, cantante profesional, utilizó su formación artística para darle otra tesitura a su rol. “Siempre supe que algún día iba a bailar y cantar arriba de un escenario, no sabía de qué forma se iba a concretar, pero tenía la certeza de que tenía que componer canciones, y al mismo tiempo soñaba con ser actor. El personaje de Simon me dio la posibilidad de explorar eso, además de estar en contacto con mis raíces, ya que él tiene una madre que es de Latinoamérica y hablan español en la casa familiar”, remarcó Rudberg, quien tiene muchos momentos de lucimiento en la serie en relación a su veta como cantante y compositor.
De hecho, Jóvenes altezas se vuelve más bella y melancólica cuando Simon narra sus tribulaciones con Wilhlem a través de la gestación de baladas simples pero conmovedoras sobre la búsqueda de entendimiento y empatía entre dos personas de diferentes backgrounds. Al y fin al cabo, la ficción de Netflix no desvía la mirada de los obstáculos que deben enfrentar los protagonistas debido a sus distintas responsabilidades e inquietudes, sino que las retrata con una narrativa in crescendo.
Así como Simon se ve compelido a defender un modelo de gobierno socialista frente a los alumnos de ese internado de élite y frente a su pareja, nada menos que el rostro del futuro de la monarquía, Wilhlem también camina sobre vidrio para que su noviazgo no se vea amenazado. En el final de la serie, el joven príncipe deberá tomar una decisión que fue posponiendo hasta tensar una cuerda que termina de romperse cuando Simon lo obliga a confrontar lo inevitable: su historia de amor está supeditada a la realeza y el panorama es maniqueo. Luego de un momento de vacilación producto del peso de los mandatos familiares, Wilhelm habla con su madre sobre su futuro en la monarquía y le asegura que su primo August es quien mejor podrá desempeñarse como rey. Su mamá, a pesar de querer negar esa realidad, termina por asentir, apoya a ese hijo que vivió eclipsado por su hermano, y lo deja ir. En esa emotiva escena, comandada por un gran trabajo de la actriz Pernilla August, reside la razón por la que Jóvenes altezas siempre fue mucho más que una serie queer: los vínculos familiares, las amistades y sus fricciones, y el autoconocimiento tuvieron su merecido lugar.
Como le explica Wilhelm a Simon luego de revelarle que dejó la monarquía: “No estoy haciendo esto por vos, lo estoy haciendo por mí”. Su pareja sonríe, comprendiendo el valor de esa declaración de principios. Luego, suena una canción (todo empezó con música y concluyó de igual modo), se escucha el esperado “Te amo”, y Wilhelm deja de estar escindido. La liberación la vemos en la última mirada a cámara. El joven ya no es más el rebelde del primer capítulo, el adolescente enojado con la vida, sino quien toma las riendas de su destino tras escuchar, en la voz de su novio, un tema acerca de cómo el amor es la revolución, el verdadero leitmotiv de la serie.
Las tres temporadas de Jóvenes altezas se encuentran disponibles en Netflix.
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