It’s a Sin: por qué hay que ver una de las mejores series del año
La producción británica sobre los inicios de la pandemia del VIH es una experiencia apabullante y necesaria
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It’s a Sin (Reino Unido/2021). Creada por: Russell T Davies. Guion: Russell T Davies. Dirección: Peter Hoar. Elenco: Olly Alexander, Omari Douglas, Callum Scott Howells, Lydia West, Nathaniel Curtis. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: excelente.
El showrunner y guionista británico Russell T Davies es un maestro de los tonos, un autor que interpela y desafía, no como gesto de provocación sino de búsqueda de apertura a diferentes modelos narrativos. No lo hace únicamente para despertar al espectador, a quien jamás subestima en esa necesidad de correrse de los caminos ya tantas veces transitados. Lo hace para perfeccionarse como creador en su potente y extensa carrera televisiva que sí, en gran parte de los casos explora el mundo queer (como la trilogía Cucumber, Banana y Tofu y, claro, la emblemática Queer as Folk), pero también historias de disidentes, de quienes se animaron a cuestionar el establishment, como Norman Scott en A Very English Scandal, quien vivía su sexualidad abiertamente cuando en el Reino Unido era considerado un delito, y quien terminó sacudiendo a la esfera política.
Posteriormente, Davies filmó la extraordinaria Years and Years, una distopía con la que ratificó que estaba incómodo ante la comodidad y empleó ciertos elementos de la ciencia ficción para -como suele suceder con dicho género en el que ya había navegado con Torchwood- poner la lupa sobre tópicos de enorme relevancia: el trato hacia los inmigrantes, la deshumanización paulatina, la destrucción del mundo.
It’s a Sin -miniserie de cinco episodios a los que ya se puede acceder en HBO Max- es su trabajo consagratorio, una obra descomunal en la que, como en A Very English Scandal, maneja la transición del drama y la comedia (y viceversa) con una maestría pocas veces vista, en poco tiempo y con un tema complejo como punto de partida. It’s a Sin está ambientada en Londres, y abarca diez años (de 1981 a 1991), en los que se muestra cómo un grupo de amigos es golpeado por la aparición del VIH en plena experimentación de su sexualidad y en ese anhelo tan fuerte y tan vital por ser libres luego de años de opresión. Así encontramos a los tres protagonistas de esta historia: Ritchie (esa estrella en ascenso que es Olly Alexander, quien ya había brillado en God Help the Girl), quien fue criado en el seno de una familia homofóbica; Roscoe (Omari Douglas), hijo de inmigrantes nigerianos que oculta su orientación sexual en un contexto donde prima la religión católica; y Colin (Callum Scott Howells, quien brinda una actuación extraordinaria), el más tímido de los tres, quien vive con una madre liberal pero desea salir del pequeño pueblo de Gales para conocer Londres, trabajar, y disfrutar de una vida apacible.
Los tres se conocen y la serie se expande como sucede con otras producciones de Davies, con el foco en el marco histórico, en este caso con esa pulsión por las fiestas, la efervescencia, la amistad incondicional, la avidez por absorber los placeres de la juventud, los sueños por cumplir, cada uno a su manera, pero siempre juntos en esa casa como epicentro donde no se despiden con un “¡Chau!” sino un “¡La!”, una expresión musical, optimista, cómplice, pero más breve. El preludio a ese instante donde dejamos de sentirnos eternos.
Hay un detalle visual interesante en la serie, que en cierto modo la divide en dos: en la taza rosa de Ritchie en homenaje a ese microcosmos que nuclea a los amigos luego se proyectará la paranoia por la ignorancia de la época, y eventualmente se romperá en pedazos. Los primeros casos de VIH empiezan a surgir en el Reino Unido, pero los jóvenes se van enterando a través de episodios desgarradores con los que Davies hace un magistral uso de las elipsis y no cae en lo didáctico. A fin de cuentas, estamos presenciando el comienzo de los contagios del virus a través de la mirada de ese grupo de jóvenes, todo resulta dolorosamente nuevo. Un día un conocido deja de asistir a la casa, otro día escuchan historias a través de terceros, y otro día la enfermedad irrumpe sin intermediarios, con las marcas en su piel, y ya no hay escape.
Davies muestra las diferentes experiencias con un enorme respeto por cada uno de esos personajes y sus idiosincrasias, sin juzgar, manteniéndose fiel a esos individuos que transitan el miedo y el sufrimiento de acuerdo a su naturaleza. Algunos deciden ocultarse, otros advierten tardíamente lo que les sucede y allí, en el medio de todo, está Jill, la única mujer de grupo (un enorme papel para Lydia West, una actriz que está a la altura del desafío, como ya había demostrado en Years and Years), quien acompaña desde la amistad más genuina, desde la compasión, desde la militancia. Asimismo la desinformación, las abismales políticas del thatcherismo y la falta de cuidado de los enfermos no son artistas que Davies eluda, están bien a la vista, incluso desde lo más sutil hasta un gag más explícito. En ese aspecto, es Jill el hilo que conecta ese momento con la actualidad, con un pedido de inclusión que las minorías no van a permitir que se silencie.
Es muy difícil llegar al final de una miniserie como It’s a Sin (en la que somos testigos de cómo se va apagando la llama de la juventud, y de cómo el bullicio da paso al silencio) porque la palabra “final” también nos habla de pérdidas concretas. Por lo tanto, como no es solemne, como sabe que hay que celebrar la vida ante todo, Davies le regala un brillante monólogo a un personaje, con el que festeja el haber experimentado con intensidad y, sobre todo, sin arrepentimientos, con el título de la serie (y de esa memorable canción de los Pet Shop Boys) como la forma más hermosa e irónica de aludir al aquí y ahora. No es un pecado ser fiel a uno mismo. No es un pecado vivir sin ataduras. La última imagen, de comunión, de diversión, de pureza e inocencia, es el mejor homenaje para quienes vivieron con valentía en medio de la bruma.
Dónde verla. It’s a Sin ya se encuentra disponible en HBO Max.
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