House of the Dragon: un final de temporada con más dragones que inteligencia
Como los Targaryen a los que retrata, el desenlace de La casa del dragón demostró confiar más en los impulsos, la megalomanía y los equívocos que en la estrategia narrativa de cara a la próxima temporada, que no llegaría antes de 2024; atención: hay spoilers
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Hacia el final del décimo y ultimo episodio de la primera temporada de House of the Dragon -entre tragedias, dragones y los tambores de guerra- finalmente quedó claro qué es lo que a esta serie le falta, en comparación con su ilustre antecesora, Game of Thrones: inteligencia. Y no es porque los guiones no estén a la altura de la original, que al menos en la primera temporada tampoco eran extraordinarios, o porque los actores de este ciclo sean peores que los anteriores. De hecho, en el rubro interpretativo los actores de esta serie están a la par e incluso a un nivel más alto que los de la anterior gracias a Emma D’ Arcy, Matt Smith, Eve Best, Olivia Cooke y Steve Toussaint. A partir de aquí, spoilers sobre el capítulo 10 de la primera temporada, “La reina negra”.
Sin embargo, lo que los actores no pudieron ofrecer en esta vuelta fue la deliciosa intriga palaciega y los maquiavélicos tejes y manejes de Cersei Lannister (Lena Headey) y su aborrecido hermano Tyrion (Peter Dinklage) ni los de Lord Varys (Conleth Hill) y sus curiosos “pajaritos”.
Lo dicho: sin la inteligencia de algunos de los personajes más recordados de la saga creada por George R.R. Martin, en House of the Dragon lo que reinó fue la pasión de los Targaryen, la casa que gracias a sus dragones cree estar más cerca de los dioses que de los hombres. Y no están equivocados: la mayoría de los platinados personajes se comportan como unos dioses caprichosos regidos por sus impulsos, las supersticiones y la violencia. Su historia, contada primero en la novela Fuego y sangre y ahora en la serie de HBO Max, refleja ese carácter mientras avanza a tropezones, más por accidente que por genuina construcción narrativa.
Así, la guerra civil que se avecina por el control del trono de hierro -que será el eje de la segunda temporada y las que vengan después-, es retratada como la consecuencia de un par de “accidentes” fácilmente evitables. En el octavo capítulo, en su lecho de muerte y confundido por los menjunjes que mantenían a raya su agonía, el rey Viserys (Paddy Considine) le reveló la profecía de los Caminantes Blancos a su esposa Alicent (Cooke) creyendo estar hablando con su hija y verdadera heredera; en el episodio de anoche, todo intento de mantener unido al reino voló por los aires cuando el dragón del príncipe Lucerys (Elliot Grihault) se desorientó en la tormenta y atacó al gigantesco dragón del príncipe Aemond (Ewan Mitchell), que lo despedazó sin oír las órdenes de su jinete.
El destino de todo Westeros, de los Targaryen y de los Siete Reinos depende de los humores de estas bestias, que les prestan su poder y también se los quitan sin advertencia. Y ese sinsentido, ese aire de que “todo puede pasar” impregna cada escena de la serie. Para bien y para mal. Cuando funciona, le otorga al relato un suspenso y una impredictibilidad que parece encarnarse el personaje de Smith, el inesperado héroe romántico de la serie. Ambicioso, resentido y violento, en teoría el príncipe Daemon era uno de esos villanos encantadores que quedan en la memoria del público, pero gracias a la interpretación de Smith, el personaje logró que los espectadores dejaran de lado todo el asunto del incesto entre tío y sobrina para transformarse en un seductor aliado de Rhaenyra (D’Arcy). El cuento de la pareja feliz que lucha contra la injusticia, claro, duró poco. En el último episodio, entusiasmado por la posibilidad de la guerra, Daemon no solo abandonó a su sobrina/esposa sino que la atacó cuando entendió sus intenciones de buscar una solución pacífica a la usurpación de su trono.
Después de diez episodios, y aun cuando en la comparación con Game of Thrones, House of the Dragon no sale demasiado favorecida, lo que sí consiguió la nueva serie es darle interesantes, profundos y reconocibles arcos dramáticos a sus personajes femeninos más importantes.
En una historia que empezó con las mujeres de las casas reales siendo poco más que incubadoras de futuros reyes, poniendo sus cuerpos -y en varios casos sus vidas- al servicio de la corona, la cruenta escena del capítulo final, en la que Rhaenyra toma la decisión sobre el parto -prematuro- de su hijo, completa un trayecto narrativo que había comenzado con su propia madre, sacrificada en el alumbramiento del heredero que no fue. Y la reivindicación de Rhaenys como la más sabia y leal entre los pomposos y orgullosos hombres -empezando por su marido Corlys- resultó uno de los momentos más satisfactorios de toda la serie que debería darle mucho más que hacer al personaje -y a la fantástica Eve Best-, la única verdadera heroína en todo este enredo.
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