Homeland se despide de la mano de Claire Danes y envuelta en la paranoia contemporánea
En uno de los últimos episodios de la séptima temporada de Homeland, emitida en 2018, la agente de la CIA Carrie Mathison (Claire Danes) mantiene una discusión acalorada con el oficial ruso Yevgeny (Costa Ronin) sobre las traiciones que definen la complicada relación entre los Estados Unidos y Rusia desde los tiempos de la Guerra Fría. Las referencias a la caída del Muro de Berlín, a la expansión de los Estados Unidos en Europa Oriental en los años 90 y a las guerras en Medio Oriente con el apoyo de la OTAN resultan cuentas pendientes de un largo pasado que se actualiza en esa mesa de negociaciones convertida en un campo de batalla. "Nos traicionaron desde hace 30 años, nuestra historia conjunta es la historia de 30 años de agresiones". Ese juego de viejas oposiciones que incorporó Homeland en su último año, al reinstalar la Guerra Fría en el centro de su ficción, le permitió acoplarse nuevamente a la geopolítica contemporánea: pasar de los conflictos en el mundo islámico a la paranoia comandada por los viejos enemigos de la ex URSS. La serie se ajustaba a la coyuntura y revitalizaba su popularidad.
Ahora llega el tiempo de cerrar el círculo. La nueva temporada (que este lunes a las 1:30 AM emite su segundo episodio por FOX Premium) no solo propone barajar las cartas después de la renuncia de la presidenta Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel) tras el affaire Rusia y la necesidad de reconstruir la democracia occidental, sino abordar la recuperación de la propia Carrie luego de varios meses en las frías prisiones de Moscú. Propone también regresar al comienzo de la historia, recordar a los espectadores aquellos tiempos en los que las traiciones y la desconfianza no solo venían del exterior sino que se gestaban en el propio interior del organismo, en las filas de la CIA, en las cabezas de sus agentes. Cerrar el círculo implica volver a pensar una temporada en Oriente, en las calles que Carrie caminó en tantos episodios, resignificar aquel territorio y aquellas disputas después del tiempo y los conflictos recorridos, recuperar el ritmo después de tantas temporadas y dispersiones, terminar a lo grande.
La pionera de toda una era
Homeland (2011-2020) fue una serie innovadora en sus inicios. Creada por Howard Gordon y Alex Gansa e inspirada en una serie israelí, llegaba diez años después de los atentados a las Torres Gemelas, tomaba la estela de la locura instalada por la serie 24 con Jack Bauer a la cabeza, y recogía un estado de conmoción que afectaba a una sociedad desde sus mismas entrañas. La bipolaridad de Carrie Mathison, que en la séptima temporada se convirtió en una flanco clave sobre el que operaron los rusos en su detención, no solo era síntoma de ese estado de neurosis que definía al servicio de inteligencia, sino una metáfora del estado del tejido social en Occidente. Homeland precedió al retrato de la cacería de Osama Bin Laden que realizó Kathryn Bigelow en La noche más oscura (2012), dio un rostro posible a la participación de los Estados Unidos en las tensiones del mundo islámico, ofreció terreno fértil para la nueva fiebre sobre el espionaje de estos años, y movió el horror de los territorios lejanos y desconocidos a la escena cotidiana, a la vida de todos los días.
Homeland fue también un extraño termómetro de los cambios geopolíticos de los últimos tiempos: los dilemas de las guerras virtuales, las disputas intestinas en los parlamentos europeos, el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos y las desilusiones liberales, el miedo al enemigo interno. Todo se conjugó en sucesivas temporadas que ahora requieren una conclusión que equilibre ese recuerdo, que recoja sus mejores momentos y deje de lado sus desvíos narrativos, que sorprenda pese a la cantidad de muertes que ya sorprendieron, que encuentre una clausura apropiada. En definitiva, que cierre el círculo. Y esta octava temporada no podía hacer otra cosa que volver a Afganistán, de donde había emergido el soldado Nicholas Brody (Demian Lewis) convertido en un agente enemigo encubierto, en un musulmán converso, en un peligro dormido. Es ese hilo el que la serie decide recoger al reinstalar el mismo juego con nuevas reglas, ahora definidas por la presencia de los viejos fantasmas.
El camino hacia el final
En el final de la séptima temporada, Carrie Mathison era liberada por las autoridades rusas a cambio de un grupo de prisioneros. La última imagen que teníamos de ella la mostraba corriendo por un puente en plena noche, errática y desencajada, fruto de los prolongados interrogatorios y la ausencia de su medicación. En el comienzo de esta nueva temporada, Carrie es sometida a nuevos interrogatorios, ahora por parte de la misma CIA que intenta descifrar qué ha revelado a lo largo de esos meses borrados de su memoria. Sus fuerzas parecen haberse recuperado y una nueva misión en Oriente la demanda. Sin embargo, varios interrogantes la intranquilizan. ¿Qué secretos de estado puede haber confesado en aquellos largos meses de locura y aislamiento? ¿Qué se encierra en su memoria que no puede descifrar? ¿Puede haberse convertido en su propia enemiga interior, como había sido Brody a su regreso de aquel prolongado cautiverio? Esas son las claves que la serie despliega desde este nuevo comienzo, en un escenario comandado por el ahora presidente Warner (Beau Bridges), por el accionar de Saul Berenson (Mandy Patinkin) a cargo de la Seguridad Nacional, y por una serie de resistencias al proceso de pacificación en Afganistán que despiertan más dudas que certezas.
En honor a uno de sus grandes aciertos, la octava temporada retoma la compleja relación que unió a Carrie y Saul desde el comienzo. Berenson es una de las figuras más logradas del repertorio de Homeland, un hombre consciente de sus propias sombras, ominoso protector de su discípula al mismo tiempo que capaz de ponerla en riesgo, de sacrificarla en nombre de ideales y patriotismo. La notable interpretación de Patinkin, cuyo funcionamiento escurridizo en las zonas más áridas de la política exterior lo transforman en el único capaz de dar la talla con el trabajo de Claire Danes, demuestra que en ese inquietante vínculo está lo más prometedor de esta despedida. Y Claire Danes vuelve a ser el pilar sobre el que todo un andamiaje de estrategias y traiciones se edifica, la pieza clave de esa locura que se extiende por todo el ambiente pero que emerge de su convulsionado interior, consecuencia de una época cruenta y plagada de heridas.
Viejos miedos, nuevas tecnologías
Si hay algo que la serie ha conseguido en estos años es condensar los temores que las tecnologías y las formas contemporáneas de vigilancia han instalado en el horizonte de expectativas de los espectadores. El apogeo de los thrillers de la paranoia ocurrieron en los años 70, luego de la explosión del Watergate, la traumática experiencia de Vietnam y una creciente sensación de inseguridad que contagiaba a todos los ciudadanos. La Blow Up de Antonioni había instalado tempranamente la incertidumbre sobre la apariencia de la realidad, plantando un cadáver en un parque durante el colorido Swinging London, y Coppola y De Palma continuaron esa exploración en películas como La conversación y Blow Out, que convirtieron la percepción de lo real apenas en su simulacro de sus verdades ocultas. La convicción de un extendido complot internacional, alimentada por Estados cada vez más alienados y enemigos cada vez más indefinidos, llegó a su eclosión a comienzos del nuevo milenio con la palpable emergencia del terrorismo en el corazón de Nueva York. Lo que estos últimos años aportaron fueron las innovaciones en el terreno del control y la vigilancia de la población civil a través del uso de las cámaras en las ciudades, del perfeccionamiento en la elaboración de las fake news, del imperio de la posverdad y la apropiación de la intimidad que brindan las redes sociales. Ya nadie estaba seguro.
Homeland de entrada sintonizó con esos nuevos estados de ánimo y se convirtió en un exponente de esas nuevas formas de desestabilización social. Los ataques a la presidenta Keane, que fueron el epicentro de la séptima temporada, se nutrían de la manipulación de las noticias y los humores de la opinión pública. Los rusos no eran aquellas fuerzas misteriosas alojadas en el costado más frío del mundo, sino seductores operadores de noticias falsas y ejecutores de infiltraciones audaces cuyo campo de acción eran las modernas salas de observación. El miedo a la vigilancia y la creciente paranoia sobre la información disponible también define el nuevo estado mental de Carrie, quien intenta recomponer su memoria como un disco rígido dañado, en el que puede haberse instalado un dispositivo extraño sin su consentimiento. Ese regreso al territorio en el que la vimos en la primera temporada, al reencuentro con aquellos personajes de los que habíamos perdido la pista, es también el reconocimiento de que en ese origen se hallan las pistas invisibles que permiten vislumbrar ya no la verdad del mundo, sino la falsedad de sus representaciones.
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