Netflix: Guardaespaldas, una inquietante serie que no te podés perder
Guardaespaldas (Bodyguard, Gran Bretaña, 2018). Creador: Jed Mercurio. Elenco: Richard Madden, Keeley Hawes, Gina McKee, Sophie Rundle, Paul Ready, Vincent Franklin, Stuart Bowman. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Guardaespaldas llega a Netflix con el preámbulo de su éxito británico –es allí la serie más vista de la última década y fue creciendo en audiencia a lo largo de sus seis episodios- y confirma a Jed Mercurio como uno de los showrunners más astutos y con mayor sentido de la narrativa de la actualidad. Situada en la Londres de la paranoia terrorista contemporánea, usa el contexto como tema y lo expande a partir de las relaciones que se establecen entre sus distintos actores sociales: políticos, policías, exsoldados, servicio secreto. Todo comienza cuando el policía y excombatiente de Afganistán, David Budd (Richard Madden), interviene heroicamente en el atentado a un tren local y luego es asignado como guardaespaldas de una importante figura del gabinete gubernamental, la ambiciosa y glacial ministra del Interior, Julia Montague (Keeley Hawes). Ese doble anclaje del protagonista, entre los residuos traumáticos de su pasado en Medio Oriente y su titánico sentido del deber, lo convierte en una pieza rígida en apariencia e inestable en profundidad, que ofrece en el inquietante vínculo con su protegida lo mejor de la serie. Podría resumirse en una de las mejores frases de la ministra: "No necesito que votes por mí, solo que me protejas".
Mercurio, como en Line of Duty lo hizo con los entretelones de la corrupción policial, se apropia de la geopolítica europea en virtud de las exigencias de su relato, moviendo a los personajes como peones en función de la intriga, restringiendo sus ambigüedades en vista de las resoluciones argumentales, despistando al espectador de manera gradual e imperceptible hasta el golpe de efecto final. En la elección de esa estrategia radican sus fortalezas y debilidades. El gran mérito es convertir ese complejo entramado en un juego de ajedrez (como la guerra se había convertido en el TEG de nuestra infancia), en el que todos son sospechosos y tienen motivos suficientes para ser parte de una gran conspiración. Las falencias se hacen evidentes en el episodio final, donde algunos cabos se atan con pulso flojo, donde algunos personajes decantan en estereotipos y donde la supuesta transgresión peca de demasiado tranquilizadora.
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