Griselda: aciertos y traspiés de la miniserie con Sofía Vergara sobre “la madrina” del narcotráfico
La producción de Doug Miro, showrunner de Narcos, cuenta con una comprometida actuación de la exModern Family y ya se encuentra disponible en Netflix
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Griselda (Estados Unidos/2024). Creadores: Doug Miro, Eric Newman, Carlo Bernard, Ingrid Escajeda. Dirección: Andrés Baiz. Música: Carlos Rafael Rivera. Fotografía: Armando Salas. Elenco: Sofía Vergara, Alberto Guerra, Vanessa Ferlito, Christian Tappan, Martin Rodríguez, Juliana Aidén Martinez. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
La flamante creación del showrunner de Narcos Doug Miro, sortea todos los riesgos que conlleva la concepción de una bioserie con la que pueden trazarse ineludibles comparaciones con su predecesora, aquella centrada en la figura de Pablo Escobar. En este punto, el también coguionista de la serie no pretende hacer borrón y cuenta nueva así como tampoco distanciarse totalmente de la ficción de Netflix que lo puso en el mapa.
Por el contrario, con mucha astucia, Miro concibe Griselda como una suerte de complemento de Narcos, y abre el primer episodio precisamente con una cita de Escobar en la que el colombiano aludía a esa mujer que, sin temor a las represalias de los hombres que manejaban los territorios de venta de droga, se abrió paso con una frialdad extrema: “El único hombre al que temo en este mundo es una mujer y se llama Griselda Blanco”, dijo Escobar sobre la denominada “madrina” del narcotráfico. Por fuera de esa famosa frase, sin embargo, Miro evita mencionar al “patrón del mal” porque su miniserie es propulsada desde la óptica femenina, lo que genera secuencias atractivas y otras un tanto problemáticas en relación con los personajes secundarios.
La actriz Sofía Vergara, también productora de Griselda, tiene en sus manos la ardua tarea de mostrar cabalmente la transformación de esa mujer que debe huir de Medellín con sus tres hijos tras una fallida operación vinculada al negocio del narcotráfico que dirigía su esposo, Alberto. Con un disparo en el abdomen que intenta disimular en un pesadillesco viaje en avión, Blanco arriba a los Estados Unidos, esa Tierra Prometida en la que buscará sobrevivir, inicialmente, con bajo perfil y escapando de un peligroso clan.
En algunos tramos, la serie recuerda a la gran Caracortada de Brian De Palma, con Miami como epicentro de las transacciones y con el éxodo de Mariel como eje de varios episodios. En cuanto a esos riesgos que debió afrontar Miro para lograr una producción cohesiva y de pulso narrativo sostenido (acaso el mayor de sus problemas), se encuentra el primer gran paso que sufre Griselda cuando, aburrida de un trabajo en una agencia de viajes, se aferra a un kilo de cocaína que traficó de Medellín para poder encontrar un atajo que le permita brindarles un techo a sus hijos, una vida por fuera de moteles y exenta de las constantes privaciones.
Luego de un violento episodio que se suscita en plena transacción, Blanco esboza un plan que la ubica un paso por delante de sus competidores: adentrarse en la alta sociedad para, a través de impensados dealers, “sacarlos de sus vidas aburridas”, como ella misma describe, ingresando la droga sin que la elite deba moverse de la comodidad de sus yates. La manera en la que Blanco idea su primer plan, el puntapié de sus diferentes jugadas en el mundo del narcotráfico, tenía un gran potencial que la serie, lamentablemente, pasa por alto al recurrir al recurso de “tres meses después” como manera de resolver rápidamente una parte central de lo que hizo de Griselda una de las figuras más respetadas y temidas en la Miami de los años 70 y 80.
Cuando nos reencontramos con ella, el imperio está construido y a Miro le quedan pocos capítulos para registrar el inevitable ocaso de una mujer de una complejidad que muchas veces no se traduce en la bioserie. Como ejemplo de esto nos encontramos con el vínculo que tiene con sus hijos, quienes son indefectiblemente arrastrados al narcotráfico, y a su naturaleza paranoica que la conduce a quemar puentes con sus seres queridos y figuras protectoras, desde su tercer esposo, Darío Sepúlveda (Alberto Guerra) a su sicario principal, Jorge “Rivi” Ayala-Rivera (el argentino Martín Rodríguez, en una interpretación lúdica y efectiva).
Por lo tanto, Vergara debe resultar convincente en los abruptos cambios que presenta la serie, especialmente cuando Blanco se desboca, perdiendo cualquier clase de código en el ámbito que logra dominar, lo que la convierte en un verdadero monstruo. En esos momentos, Vergara no logra lucirse tanto como en el inicio de la narrativa, quizá porque le falta bravura para transmitir ese miedo que Blanco les generaba tanto a aliados como a enemigos. En lo referente a la perspectiva feminista, Griselda traza un paralelismo fallido entre su protagonista y la detective que se obsesiona con encontrarla y ponerla tras las rejas. Para la miniserie, ambas están condicionadas por el mismo problema: no logran el respeto de los hombres en sus respectivos ecosistemas.
Al intentar unir a ambas figuras queda al descubierto el approach simplista con el que Miro las observa, como si entre ellas no existiera un verdadero abismo. Por fuera de esos traspiés, el humor negro que por momentos maneja la serie y la brutalidad de muchas de sus secuencias remiten a lo mejor de Narcos, por lo que resultó desacertado haber querido narrar una historia de ascenso y caída en tan solo seis capítulos, la verdadera limitación con la que Griselda debe lidiar.
Griselda ya se encuentra disponible en Netflix.
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