Grandes esperanzas: el clásico de Charles Dickens es revisitado en una versión sombría, que apunta al horror estilizado y el golpe moral certero
Creada por Steven Knight (Peaky Blinders), esta miniserie de Star+ apuesta por la sordidez y pierde la riqueza narrativa de la obra literaria
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Grandes esperanzas (Great Expectations, Reino Unido-Estados Unidos/2023). Creador: Steven Knight. Elenco: Olivia Colman, Fionn Whitehead, Shalom Brune-Franklin, Ashley Thomas, Owell McDonnell, Haley Squires, Johnny Harris, Trystan Gravelle, Matt Berry, Laurie Ogden. Disponible en: Star+. Nuestra opinión: regular.
Cada tanto la BBC recicla alguno de los clásicos de la literatura inglesa. Esta vez le llegó el turno a Grandes esperanzas, novela insignia de Charles Dickens que había llegado al cine de la mano de David Lean en 1946 -versión todavía hoy insuperable- y de Alfonso Cuarón en 1998, aggiornada entonces a la frontera entre Estados Unidos y México. La novedad en este caso es que la adaptación está a cargo de Steven Knight, el singular creador de Peaky Blinders. Y su impronta se siente en la construcción del ambiente, sórdido y opaco, teñido de una paleta de grises y azules que intentan cristalizar la sombría era victoriana retratada por el autor de Oliver Twist. Sin embargo, ese gesto se torna demasiado omnipresente en la representación (corrupción, extorsión, sadismo en dosis generosas), sostenido en los discursos de varios personajes (“A los inferiores se los usa”), y en una idea no demasiado virtuosa de trocar el cuño realista de la novela en un horror calculado al milímetro, estilizado al servicio del certero impacto en la moral del espectador.
En la primera escena de la miniserie -de tan solo seis episodios, todos disponibles en Star+-, descubrimos a Pip (interpretado por Fionn Whitehead en la versión adolescente) con una soga al cuello. Siete años antes lo reencontramos como lo presenta Dickens, niño e inocente. ¿Quién lo condujo al suicidio? ¿El desamor de Estella? ¿La venganza de la señorita Havisham? Para quien conoce la novela, de entrada hay un primer desplazamiento. Lo que en la prosa de Dickens exuda una perfecta alquimia entre los horrores del capitalismo de mediados del siglo XIX y el registro gótico que todavía latía en la literatura de su tiempo, dando al universo un aire de fatalidad irrenunciable, en la perspectiva de Knight se tiñe de una pretendida lectura social que escinde ciudad y campo -asentando en Londres una especie de Sodoma dantesca- y convierte la desigualdad en una herramienta del exploit .
En ese sentido, hay una clara influencia de directores contemporáneos como el sueco Ruben Östlund o el griego Yorgos Lanthimos en el retrato de esas tensiones a partir de un diseño visual frío y desangelado que aspira a la conmoción a través de un quirúrgico exhibicionismo. Incluso el uso de algunos planos “ojos de buey”, de las composiciones abigarradas en interiores y el histrionismo del montaje contribuye a ese paralelismo. La onda “Guy Richie” que podía definir el espíritu de Peaky Blinders aquí se transforma en un abordaje hereje del cine histórico, que aspira menos a retratar las complejas corrientes de una época signada por cruciales transformaciones -sociales, culturales, artísticas- que a dar un veredicto sobre el trasfondo de la obra. La clave quizás esté en el personaje de la señorita Havisham, interpretada por Olivia Colman como estrella del show y con una clara sintonía con su personaje de La favorita (2018). Su presencia no es la del despecho como signo anacrónico de un romanticismo ya perimido, sino la de un poder racional y omnímodo que tiene su expresión no en el capricho, sino en el sometimiento.
De niño, Pip es abordado en el cementerio por un fugitivo de un barco-prisión destinado a Australia (entonces colonia carcelaria del Imperio) y, luego del forcejeo inicial, brinda ayuda al misterioso Magwitch (Johnny Harris), quien escapa de las autoridades y de otro prisionero, el despiadado Compeyson (Trystan Gravelle). Casi al mismo tiempo, Pip recibe un atractivo ofrecimiento de Mr. Pumblechuck (Matt Berry) -autodenominado eslabón entre ricos y pobres en aquella ruralidad desgraciada- para convertirse en el acompañante de Estella (Shalom Brune-Franklin), con cuya paga podrá sortear su destino de herrero. Pero además de un divertimento para Estella será el títere de la señorita Havisham, confinada junto a su hija adoptiva en el caserón de su infancia. Allí donde la dejaron plantada el día de su casamiento, vestida con el raído traje de novia. Lo que sigue es la educación de Pip para convertirse en un caballero a costa de perder su inocencia y quizás los restos de su humanidad. Cuando deja atrás la vida humilde que rechaza, se precipita a una ciudad que no es más que corrupción e inmoralidad. La prueba no será solo perder el amor de Estella, sino también la estima por sí mismo. Por ello Knight modela al abogado Jaggers (Ashley Thomas) como el Mefistófeles del Fausto, ofreciendo una y otra vez a Pip la riqueza y el éxito a cambio de su alma.
Lo que hace ruido en la miniserie, sobre todo a medida que avanzan los episodios, es su cualidad programática. La insistencia en la sordidez como un recurso que no deja de nutrir la espectacularidad visual de la propuesta y la intención aleccionadora de su “mensaje”. Jaggers funciona como un cínico contemporáneo, que lamenta los males del sistema mientras exprime sus falencias para su propio provecho. Si bien nos queda Pip para salvarnos, Knight se encarga de aclimatar su inocencia a la injusticia y la traición, dejando en claro que la candidez no es arma para enfrentar esos males. Esclavos y opio de un lado, conciencia social y una pisca de feminismo del otro. Los compromisos morales en la búsqueda del ascenso social que preocupaban a Dickens se han transformado en opuestos claros para Knight, una maniquea conclusión para una obra plena de riquezas.
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