Game of Thrones: los secretos detrás de la escena de la serie más popular
Durante muchos meses los aires del final flotaban en el aire. La última temporada de Game of Thrones , el primer último capítulo, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y finalmente el sexto y último, la despedida definitiva de la serie de HBO que desde 2011 atrapó el interés de millones de espectadores en todo el mundo.
Claro que obsesionados en el modo en que los creadores del programa basado en las novelas de George R.R. Martin concluirían el relato que construyeron a través de ocho temporadas y más de setenta capítulos, y con sus propias conjeturas e hipótesis sobre cómo debía terminar, gran parte del público perdió de vista –quizás para evitarse el duro golpe–, que el resultado final podía ser devastador pero nunca tanto como el hecho mismo de que la serie ya no volvería a la pantalla.
Un sentimiento que el documental La última guardia que emitió ayer HBO (ya está disponible en HBO Go) consiguió plasmar con precisión. Dirigido por la británica Jeanie Finlay, el especial comienza con un bello tapiz que reproduce algunas de los mejores momentos de la serie y sus frases más memorables para meterse de lleno allí dónde cualquier fanático siempre soñó estar: en el día a día del trabajo que implica realizar su serie favorita. Con un acceso inédito, la cineasta pasea su cámara por los estudios Titanic en Belfast, Irlanda del Norte, sede central de toda la gigantesca producción de Game of Thrones, y allí entre los talleres dónde se construyen los decorados, el vestuario y las imágenes de los extras en distintos estados de transformación una productora se pregunta: "¿Cuán rápido corre un lobo huargo?" Una inquietud completamente normal entre el equipo de la serie que durante casi una década tuvo que lidiar con cuestiones mágicas y criaturas mitológicas y resolverlas para beneficio de los espectadores.
Si las redes se revolucionaron por la ya famosa vaso de café y las botellitas de agua que aparecieron en pantalla es posible que al ver la cantidad de gente, recursos y trabajo que se necesitaba para grabar cada escena puedan dejar de lado la indignación de sillón que esos errores les provocaron. Y, con suerte, las imágenes de archivo de la primera lectura de guion de la primera temporada junto con la última en la que Kit Harington iba descubriendo la suerte de la historia que protagonizó como Jon Snow in situ también hayan contribuido a aliviar la furia de la semana pasada. Los suspiros, aplausos y emoción del actor fueron casi un espejo de lo que sucedió cuando los fanáticos vieron todo en pantalla.
El detrás de escena que mostró el documental, más allá de revelar el arduo proceso de transformar a Emilia Clarke en Daenerys Targaryen, le dio espacio para brillar a aquellos personajes anónimos que formaron parte esencial de la producción del programa. Como Del Reid, el supervisor de la omnipresente nieve, el hombre encargado de asegurarse que la llegada del invierno se viera lo más realista posible aunque la nieve estuviera hecha de papel y agua. Y Andy McClay, un extra y el mayor defensor de Game of Thrones, un orgulloso integrante del ejército de la familia Stark cuyo compromiso con el programa estaba a la altura de sus productores y directores como David Nutter, que en su juventud soñaba con ser el próximo Barry Manilow, una ilusión que habilitó uno de los momentos más graciosos del documental: la escena de las piras mortuorias después de la batalla contra el ejército de la Noche musicalizada con una canción del meloso cantante norteamericano.
En los largos meses entre que se grabó la última temporada y el estreno del primer episodio poco se sabía de la trama y del desenlace de la historia pero sí se repetía como un mantra el relato de las 55 noches que había llevado filmar la gran batalla del tercer episodio. Claro que saber del esfuerzo y verlo son dos cosas muy distintas. El documental le dedica varias escenas al arduo esfuerzo del director Miguel Sapochnik y todo el equipo transformados en vampiros durante más de quince semanas de grabaciones nocturnas. Todo mientras un batallón de productores y artesanos dedicaban siete meses a construir cada rincón de King's Landing, para que luego otros la destruyeran por completo en nombre de la locura Targaryen.
Una serie trotamundos, la producción de Game of Thrones fue de Belfast a Islandia y de allí a Sevilla dónde se grabó la criticada escena del último episodio en la que Tyrion ( Peter Dinklage ) convence al consejo de notables de que Bran "el roto" Stark (Isaac Hempstead Wright) debía ser el nuevo monarca. Y fue en la ciudad del sur de España dónde se armó una estrategia de distracción para los fanáticos que incluyó la presencia en el lugar de Kit Harington, Tom Wlaschiha, el actor alemán que interpretaba al misterioso Jaqen H'ghar y Vladimir Furdik, el mísmisimo Rey de la Noche, aunque no tuvieran ninguna escena que grabar.
"La última vez, la última vez", repiten Clarke y la peluquera dedicada a peinarla esa última mañana de la actriz como la madre de los dragones. Una frase recurrente durante todo el desarrollo del documental que logró, a pesar del gusto algo amargo que dejó el último episodio, que ya empecemos a extrañarla con menos enojo, más emoción y bastante melancolía.
Watching #KitHarrington reading the last scene & his reaction when he realized that he was killing Dany was #priceless. It was the best part of the #LastWatch#GameofThrones#GOT He was in tears! #JonSnowpic.twitter.com/MVu5Dbjhlo&— enid c (@enidinthecity) 27 de mayo de 2019
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