Game of Thrones: una gran historia con un final decepcionante
"¿Qué es lo que une a las personas? ¿Son los ejércitos? ¿El oro? ¿Las banderas? Son las historias. Nada en el mundo es más poderoso que una buena historia", lo dijo Tyrion Lannister (Peter Dinklage) en una de las escenas decisivas del final de Game of Thrones . Y lo atestiguaron las millones de personas en todo el mundo que ayer se reunieron en una comunidad sin fronteras para ser testigos de la despedida de una serie que captó la atención de todos de un modo, con una sincronía, que probablemente no vuelva a repetirse. Así como tantos estuvieron de acuerdo en que la conclusión de las ocho temporadas del relato basado en el universo de George R.R, Martin podría haberse hecho mejor, los mismos tendrán que admitir que en principio la historia que contaron David Benioff y D.B. Weiss fue lo suficientemente buena como para unir a los espectadores. Y lo hicieron con los métodos de la televisión tradicional que, como los dragones, están camino de extinguirse, y teniendo que campear las tormentas de las redes sociales. El invierno ya llegó y llegó para quedarse.
"Una buena historia no es una buena historia si tiene un mal final. Por supuesto que nos preocupa eso.También es parte de la diversión de cualquier serie sobre la que la gente ama discutir", decía Benioff en una entrevista con Entertainment Weekly algunos meses antes del estreno de la última temporada de la ficción, que demostró que el showrunner tenía razón: un mal final puede arruinar o al menos oscurecer el legado de una serie que tuvo a todo el mundo a sus pies. Hasta que decidió prenderlo fuego. Sin que nadie entendiera muy bien por qué.
La suerte de Daenerys Targaryen ( Emilia Clarke ) fue la suerte del programa. Un personaje digno de la dinastía HBO , quizás la última en su especie.La heredera natural de Tony Soprano, el rey de los antihéroes de moral ambigua que ahora abundan en la TV. Del padre de los mafiosos y a la madre de los dragones, Game of Thrones utilizó la fantasía para contar la historia de sus protagonistas volubles, llenos de defectos y acciones cuestionables del modo en que David Chase aprovechó el universo del crimen organizado para hablar de la familia. La principal diferencia, entre muchas otras, fue que Chase siempre pareció tener –tuvo–, un manejo total de los tiempos y las resoluciones de su historia, mientras que Benioff y Weiss dejaron de tenerlos, siendo generosos, durante las últimas dos temporadas.
En el apuro por cerrar el relato, por colocar las piezas donde querían que quedaran, al modo en que se acomodaban en la bellísima escena de títulos, los creadores de la serie aceleraron las trayectorias dramáticas de sus personajes principales al punto de negar muchas de sus motivaciones pasadas, el sentido de sus decisiones y hasta su esencia. El problema no fue que Daenerys no llegara a sentarse en el Trono de Hierro; ni siquiera que su obsesión con el poder y con "romper la rueda" de opresión y sufrimiento en Westeros la llevara a inflingirlo sin remordimientos: el problema fue retratar todo eso como si fuera un cambio de último momento, un descenso a la locura repentino e injustificable. El trazo grueso de los guiones de la séptima y octava temporada perjudicaron a la mayoría de los personajes no porque los hicieran distintos a lo que eran sino porque en algunos casos, como durante las despedidas de Tyrion, Jamie, Brianne y Cersei en el quinto episodio, con elementos del melodrama algo torpe, intentaron que Game of Thrones fuera lo que nunca fue.
Cuando Drogon derritió el Trono de Hierro fue inevitable pensar esa imagen como una metáfora –poco imaginativa pero metáfora al fin– del derrumbe de las ilusiones del sentido que los espectadores esperaban encontrar en el desenlace de Game of Thrones. En lugar de una despedida consistente, lo que quedó fue una masa amorfa, desplazándose sin dirección. Todo empezó –o terminó– con la poca lógica con la que se resolvió batalla con el Ejército de la Noche. La satisfacción de que fuera Arya ( Maisie Williams ) quién terminara con el malévolo Rey no compensó las inconsistencias del guion que la depositaron allí y, sobre todo, no equilibró el cierre de esa línea del relato con los años que el programa pasó construyéndola minuciosamente.
"Hace semanas que lo único que hago es pensar en esto", explicó Tyrion antes de exponer sus razones para proponer que Bran Stark fuera elegido como el nuevo monarca de los Siete Reinos. Después de nueve años, ocho temporadas y 73 episodios, que la resolución del mayor conflicto de la serie –ese que durante mucho tiempo la convirtió en un notable exponente de las mecánicas del poder, la ambición y la política– se apoyara en un argumento pensando durante algunas semanas fuera de cámara no sólo derribó dinastías, profecías y fantasías de una estocada sino que, pecado de pecados, se apoyó en una falacia. "Nadie puede detener una buena historia. Ningún enemigo puede derrotarla. ¿Y quién tiene mejor historia que Bran, el Roto?", se preguntaba Tyrion.
La mayor sorpresa del final fue que ninguno de los presentes le contestara que cualquiera de sus vidas conformaría una mejor historia que la de Bran. Como lo demostraron las últimas imágenes de Sansa ( Sophie Turner ), coronada como la Reina del Norte independiente; las de Arya emprendiendo un viaje más allá de Westeros y hasta las Jon Snow ( Kit Harington ) marchando a la la tierra más allá del muro con Tormund y Ghost, su fiel lobo huargo. Ese reencuentro que, al menos por unos segundos, debe haber alegrado a la mayoría de los espectadores desesperados desde el cuarto episodio por la frialdad con la que Jon había despedido a su protector y mascota.
Más allá del final fallido y decepcionante de la serie más popular de los últimos años, lo cierto es que su lugar en la historia de las ficción televisiva está asegurado. Game of Thrones fue una bisagra entre los hábitos de consumo tradicionales y el dominio del streaming y aportó mucho para cambiar la mirada sobre la fantasía como vehículo para contar una buena historia. Aun cuando su despedida nos haya hecho olvidar un poco lo buena que fue.
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