La recordada serie de ciencia ficción fue un éxito efímero que dejó huella y que se acrecentó con los años como el buen mito en el que se convirtió; los costos millonarios, el error garrafal en el cambio de planes y los intentos de nuevas versiones
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En 1978, una ambiciosa serie se convirtió en uno de los éxitos (fugaces) más importantes de la televisión. Galáctica: astronave de combate fue una idea cuya importancia aún hace eco en la pantalla chica. Pero detrás de ese relato de apenas 22 episodios se escondió una saga de denuncias cruzadas y la mirada de un autor que planteó una épica de legado ineludible.
Glen A. Larson, el padre de la astronave
Escribir (y leer) sobre televisión, en buena medida, es nombrar a Glen A. Larson. Este productor, creador de enormes éxitos como Las aventuras del sheriff Lobo, Magnum P.I., El auto fantástico o Manimal, empezó a idear a finales de los sesenta una historia en la que pretendía plasmar mitos mormones. Larson era mormón, y el folclore de su religión le resultaba tan atractivo que quería volcarlo en una saga de ficción. Así surgió una premisa llamada El arca de Adam, un relato sobre cómo luego de un ataque a la Tierra, los últimos representantes de la raza humana se embarcaban en una viaje galáctico con el objetivo de encontrar un nuevo hogar. Mientras el guionista elaboraba esa historia, le pidió consejo a Gene Coon, uno de los nombres clave detrás del éxito de la Star Trek clásica.
El tiempo pasó, y Larson le dio las últimas pinceladas a su idea. La trama había cambiado en varios aspectos. Esta vez, la historia se traslada a un futuro lejano, en el que los hombres vivían en doce colonias. Pero el ataque de un poderoso ejército de androides conocidos como Cylones, dejaba a unos pocos humanos a bordo de un puñado de naves. Al frente de esa flota se encontraba la Galáctica, una nave de guerra comandada por el Comandante Adama. La misión era la de encontrar un mítico planeta que mucho tiempo atrás había albergado a los humanos: la Tierra.
Larson le presentó la idea a ABC y el interés fue inmediato. Pero la intención del productor era que Galáctica: astronave de combate estuviera compuesta por tres películas realizadas para televisión. El canal dio luz verde a esa idea y comenzó la producción. La señal destinó a la realización del primer especial la suma de ocho millones de dólares, un monto extraordinario que convirtió a Galáctica en el proyecto de televisión más costoso hasta ese momento. Y es que la ABC creía que luego del éxito de la primera Star Wars, en 1977, Galáctica podía capturar el creciente interés del público por ese tipo de propuestas, y que también podía generar suculentas ganancias en venta de merchandising.
El Starbuck que no fue
Al frente de Galáctica, tanto de la nave como de la serie, se encontraba Lorne Greene, un veterano actor mayormente conocido por su trabajo como el patriarca del clan Cartwright en Bonanza. Greene era uno de esos intérpretes de porte clásico, atractivo para el público de todas las edades y dueño del carisma que su personaje, Adama, necesitaba. Para el papel de Starbuck, un talentoso piloto de guerra, el elegido originalmente había sido Don Johnson, pero Larson lo rechazó a último momento debido a su acento sureño, y se decantó por otra incipiente estrella llamada Dirk Benedict (que luego ganaría mucha fama por su papel de Faz en Brigada A).
Al elenco se sumaron Richard Hatch, en el personaje de Apolo, otro experto piloto, confidente de Starbuck e hijo de Adama; Herbert Jefferson Jr. como Boomer, Maren Jensen como la teniente Athena y Laurette Spang como Casiopea. El villano de la historia era Baltar, un traidor a la causa humana que se aliaba con los cylones y que fue personificado por John Colicos, un veterano artista que había participado de Hospital general y Star Trek. El dato poco conocido vinculado al elenco de Galáctica, es que el protagonista de Los Vengadores, Patrick Mcnee, no solo fue invitado a un episodio, sino que también le prestó su voz al líder de los cylones. También locutó la narración inicial de la trama.
Un éxito acompañado de denuncias y contradenuncias
El 17 de septiembre de 1978 llegó a la pantalla de ABC la primera entrega de Galáctica: astronave de combate, cuyo episodio inicial tuvo una duración de 148 minutos y que debía formar parte de una trilogía de especiales. Pero el rating fue abrumador y el canal tomó una decisión clave. No podían reducir el interés por Galáctica a tres películas para televisión y se le ordenó a Larson que la historia debía continuar mediante capítulos semanales. Ese desafío era enorme, los efectos especiales, las locaciones, el vestuario y poner en movimiento a los cylones demandaban unos costos muy superiores a los habituales para la pantalla chica. De ese modo, Universal, la productora de la ficción, decidió pautar un presupuesto de un millón de dólares por episodio, un suma inédita para la televisión de Estados Unidos.
Batallas de naves en el espacio, androides y villanos y héroes de todo tipo, para muchos era innegable que Galáctica era una copia de Star Wars, y George Lucas no iba a quedarse de brazos cruzados. El director demandó a Universal y denunció que entre ambas historias había 34 similitudes que evidenciaban plagio. Pero lejos de dejarse amedrentar, la respuesta de Larson y Universal fue la de una contrademanda, asegurando que Star Wars también había copiado obras anteriores. Citó como ejemplos al film Silent Running y al viejo serial de los años treinta, Buck Rogers.
La intención de la contrademanda, era demostrar que las similitudes con relatos anteriores son inevitables y que en algún punto todas las obras se copian entre sí, sin que eso signifique “robar” o “plagiar”. La demanda fue desestimada y la partes involucradas llegaron a un acuerdo de manera privada. Pero ni George Lucas ni los cylones eran una verdadera amenaza para Galáctica: astronave de combate, porque su principal rival era uno muy distinto: sus costos de producción.
Una serie con legado
A lo largo de 22 episodios, Galáctica: astronave de combate presentó aventuras sólidas, de héroes intrépidos y efectos especiales avanzados. Los personajes eran carismáticos y los villanos atractivos, pero el millón de dólares que significaba cada capítulo era una suma que Universal pronto descubrió que no podía afrontar. Con el objetivo de reducir costos, se recurrieron a trucos que atentaban contra la calidad del producto, como descuidos técnicos (cables que sostenían a personajes que presuntamente flotaban), o reciclar planos indiscriminadamente. El público no tardó en condenar esos recursos y, poco a poco, el furor por Galáctica comenzó a desinflarse. Ante ese panorama, ABC levantó la serie luego de su capítulo número 21, emitido en abril de 1979. Poco tiempo después, un desilusionado Larson confesó que quizá el error fue no respetar el esquema de tres especiales de televisión.
Galáctica: astronave de combate fue uno de los primeros títulos que dio nacimiento a un culto televisivo. Alrededor del mundo había personas que conocían a la perfección cada episodio, cada personaje y línea de diálogo. Lamentablemente, la nota trágica vinculada a ese fanatismo sucedió en Minnesota, cuando un joven de quince años se suicidó al enterarse de que su serie favorita había sido levantada. Con la intención de ver material nuevo, los fans escribían miles de cartas pidiendo por el regreso de Galáctica: astronave de combate, pero en Universal consideraban que la historia necesitaba varios cambios y una trama que no exigiera costos de producción tan elevados. De ese modo, al año siguiente de su cancelación, se estrenó Galáctica 1980, una secuela que tuvo muy poco éxito (duró apenas 10 episodios) y que traicionó el espíritu de la propuesta original.
La versión definitiva de Battlestar Galactica
El paso de las décadas le permitió al mito crecer y nuevas generaciones descubrían las aventuras de Adama y su tripulación. Por ese motivo, los intentos por reflotar esa idea nunca cesaron y, en el 2000, el director Bryan Singer estuvo muy cerca de encabezar un reboot que a último momento fue cancelado. Pero un joven productor llamado Ronald D. Moore decidió tomar la posta y trabajar incansablemente con el objetivo de lograr una nueva versión de Galáctica.
En el año 2003, llegó a la televisión una miniserie que relanzaba Battlestar Galactica, pero con varias modificaciones. Si bien la premisa era la misma, ahora algunos cylones podían adquirir aspecto humano; el género de determinados personajes se había modificado (Boomer y Starbuck eran mujeres y no hombres), y la trama política ganaba un protagonismo muchísimo mayor. La serie fue un verdadero éxito y dio pie a un renovado interés por la saga, aunque fans tradicionales de la versión original repudiaron las modificaciones.
Esta segunda serie, sin lugar a dudas, se mostró mucho más ambiciosa que la original. La visión del productor Ronald D. Moore (que contó con la colaboración del propio Larson) tomaba los tópicos de la ciencia ficción y los convertía en el marco de una historia que, en esencia, hablaba sobre los mecanismos de una sociedad en proceso de construcción. La política, la religión, los vínculos afectivos, las sexualidades, las traiciones, los golpes de estado, la corrupción, los sindicatos, todos esos temas eran susceptibles de verse reflejados en esta reversión de Galáctica. Por la perfección de sus guiones, el tipo de vínculo establecido entre los personajes y el retrato del estado y la ley como mundos inherentemente burocráticos hasta el hartazgo, bien se puede hablar de esta Galáctica como una suerte de The Wire en el espacio, comprendiendo que este título está elaborado con la misma minuciosidad que la prestigiosa serie de HBO.
De este modo, a través de versiones originales, remakes o continuaciones, es indudable que la creación de Glen A. Larson aún resuena en la mente de espectadores de varias generaciones, fascinados por una historia centrada en la lucha de la humanidad por sobrevivir como especie (dominante).
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