Fue novela popular, película de éxito global y una producción televisiva de culto, metió a la ciencia ficción en la agenda del activismo de los ‘70, se volvió objeto de consumo masivo y perdió el rumbo mientras intentaba conquistar la pantalla chica
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En el futuro, la superpoblación ya no es un problema. Después de 20 años de vida disoluta y dedicada al disfrute del placer personal, todas las personas mueren al cumplir 21. Sin cuestionamientos, aceptan someterse al proceso de eutanasia programada que administra el Estado. Con esta premisa, los escritores William F. Nolan y George Clayton Johnson crearon Fuga en el siglo XXIII, clásico de la ciencia-ficción distópica que Hollywood reconvirtió en altavoz generacional del activismo contracultural de los ‘70. Participó de las protestas juveniles contra la Guerra de Vietnam, el consumismo capitalista y las corporaciones de mercado, pero sucumbió ante un ilógico sistema de grilla televisiva.
Purga programada
Geometría versus aritmética. Para el economista británico Thomas Malthus (1766-1834), esa dicotomía explicaba la cuestión demográfica. A grandes rasgos, en su libro Ensayo sobre el principio de la población (1798), argumentó que la cantidad de habitantes crece de manera exponencial, mientras los alimentos aumentan por progresión lineal. Motivo por el cual los medios de subsistencia nunca alcanzarán para cubrir las necesidades de las personas. Por ende, al ser humano le corresponde mitigar sus costumbres reproductivas si quiere encontrar un civilizado punto de equilibrio. “Siempre me atrajo el concepto de ‘purga’ programada para evitar la catástrofe -contó el escritor William F. Nolan, prolífico autor de cómics, literatura y guiones televisivos-. La idea me vino durante una charla que estaba dando a principios de los ‘60 en la Universidad de California, pero de no ser por el empujón de mi amigo Ray, nunca se hubiera convertido en libro”.
El amigo Ray no es otro que Ray Bradbury, parte del grupete de fanáticos y profesionales de la ficción especulativa que también incluía a Richard Matheson y Robert Bloch, autores de Soy leyenda y Psicosis, respectivamente. Envalentonado por el impulso, Nolan llamó a su compinche George Clayton Johnson y entre los dos dieron forma a la distopía futurista que los haría famosos. En el año 2000, la superpoblación trajo el apocalipsis a la Tierra. Para el 2116, las computadoras gobernaban el planeta y los humanos sobrevivientes habían aceptado el imperio de una ley férrea: durante sus primeros veinte años de vida, todas las personas tenían derecho a una existencia hedonista e indulgente. Pero al cumplir los 21, aceptaban someterse al proceso de eutanasia social que permitiría mantener el número poblacional bajo estricto control.
“No todos los jóvenes estaban de acuerdo con esa política -explicó Johnson-. Existía un grupo de rebeldes que permanentemente intentaban escapar hacia el Santuario, mítica colonia espacial cercana a Marte en donde se podía vivir hasta envejecer”. A una de estas fugitivas, la siempre disconforme Jessica, va a perseguirla el implacable Logan, uno de los más eficientes efectivos policiales dedicados a exterminar a todos los díscolos. Durante la peripecia, Logan aprenderá a cuestionar el sistema que daba por cierto, terminando por enfrentar el punitivismo dictatorial que él representaba y que las máquinas habían camuflado bajo infinitas capas de discurso legalista, responsable y supuestamente humanitario. Logan’s Run se publicó en los Estados Unidos en 1967. Casi de inmediato, la comunidad hippie se sintió reflejada en la prédica contestataria que proponía la novela, elevándola al rango de clásico contemporáneo del nicho fantacientífico.
El activismo al poder
Saul David era devoto de la ciencia-ficción. Siempre lo había sido. Desde su niñez, como lector precoz, hasta su edad adulta, ya convertido en analista de manuscritos para la popular editora norteamericana Bantam Books, donde pudo trabajar con Issac Asimov, Philip K. Dick y Ray Bradbury, entre otros popes del género. De los libros saltó a la producción cinematográfica, pasando por Columbia, Warner y 20th Century Fox, antes de recalar en los ‘70 en la Metro Goldwyn Mayer. De su cabeza habían salido varios éxitos internacionales, como la saga del émulo bondiano Flint, peligro supremo; y la imaginativa Viaje fantástico, recordada principalmente por las curvas de Raquel Welch en su traje de neoprene blanco. Con estos pergaminos, nadie le dijo que no cuando, en 1974, propuso filmar Logan´s Run.
“Conocía la novela desde que se publicó -afirmó David en su autobiografía The Industry- y sabía que MGM tenía los derechos desde 1969. Hubo varios intentos por filmarla, pero ninguno se concretó. Yo sabía lo que tenía que hacer para llegar a buen puerto”. Lo primero fue contactar a Nolan y a Johnson para proponerles un par de cambios. Algunos formales, como trasladar la trama al lejano futuro del 2274, subir la edad límite a 30 años e incorporar símbolos místicos como el ankh del antiguo Egipto. El resto, apuntaban un poco más profundo. La sociedad debía ser post-apocalíptica, con la ciudadanía encerrada en unos domos urbanos que le evitaba el contacto con el exterior, mientras la iconografía citadina replicaba estética y dinámica de un shopping center. Lo más importante, el Santuario pasaría a ser un lugar metafísico antes que físico, un ideal a alcanzar que quedaría representado en la Tierra por un espacio agreste y selvático, enclavado en lo que alguna vez supo ser la ciudad de Washington, más específicamente el recinto del Senado de la Nación.
“Veníamos de Vietnam, que en la práctica resultó un ensayo gubernamental de eutanasia generacional. Nos pareció que era necesario reflejar ese momento político preciso, donde la libertad y el contacto con la naturaleza permitiera leer, de alguna manera, el poder del activismo antibélico, anticonsumista y anticorporativo que enarbolaba la contracultura juvenil”, aseveró Nolan.
Fuga en el siglo XXIII (Logan’s Run) llegó a los cines norteamericanos el 23 de junio de 1976. Dirigida por Michael Anderson, la película estuvo protagonizada por Michael York (Logan) y Jenny Agutter (Jessica), acompañados por Richard Jordan (Francis, el policía que persigue a la pareja protagónica) y Peter Ustinov como el único humano de edad avanzada. En un papel muy pequeño, Farrah Fawcett-Majors lucía los rulos y la sonrisa que la catapultarían al estrellato y a Los Ángeles de Charlie.
Entre las críticas al individualismo narcisista y el conformismo social diseñado en laboratorio, el film también abrió puertas para discutir la libertad sexual, el empoderamiento de la mujer y la identidad de género. “Cuestiones que aparecieron de casualidad, sin que nos diéramos cuenta -se sinceró David-. Y que demuestran el verdadero alcance de la ciencia-ficción”.
Rumbo perdido
Fuga en el siglo XXIII fue un éxito de taquilla y salvó a MGM de la bancarrota. La crítica le cayó bastante duro, pero el público juvenil la hizo propia. El merchandising se disparó, Marvel se quedó con la licencia para producir la adaptación al cómic; y Nolan escribió una secuela en forma de novela pero con los ojos puestos en la gran pantalla. “Logan’s World estaba muy bien, pero llevaba la historia para lugares que a la película no le servían, como la paternidad de Logan y Jessica. Además, MGM quería hacer una serie de TV y no otro film”, afirmó David. Después de una ardua discusión entre las partes, el productor y Nolan escribieron el capítulo piloto del nuevo programa, estableciendo el origen de la hecatombe primaria en una guerra nuclear.
Refritando escenas y decorados de la película, la serie bajó el tono de violencia explícita y alusiones sexuales, centrando la trama en la fuga de Logan y Jessica por el mundo exterior, siendo perseguidos de cerca por Francis. Cada semana, los protagonistas encontraban nuevos peligros, otras civilizaciones y continuaban su marcha ligera hacia el inexistente Santuario. “No estaba de acuerdo con el rumbo que tomaba la franquicia -expresó David-. Las formas eran reconocibles, pero los contenidos habían resignado profundidad. Expuse mis diferencias y la MGM tomó su decisión. Me despidió”.
La producción cayó en manos de Ivan Goff y Ben Roberts, que venían de crear y realizar Los Ángeles de Charlie. Suya fue la idea de sumar una tercera figura a la pareja principal de fugitivos: Rem, un androide que funcionaría como referente a mitad de camino entre el respiro cómico y la sentencia moralizante. Además, la ciudad dejaría de estar dominada por una computadora para pasar a ser gobernada por un consejo de ancianos que ocultaba su edad a los jóvenes que sometía a la eutanasia programada. Como York y Agutter se negaron a retomar sus personajes, el elenco quedó conformado por Gregory Harrison (Logan), Heather Menzies (Jessica), Donald Moffat (Rem) y Randy Powell (Francis).
Con un costo altísimo por episodio, Fuga en el siglo XXIII debutó en la pantalla de CBS el 16 de septiembre de 1977. El rating no acompañó, al menos no de la manera que esperaban el estudio y la cadena televisiva. “Yo lo viví todo desde afuera -recordó David-. Las reescrituras permanentes de los guiones, los recortes presupuestarios, los alocados cambios de día y horario de emisión. Se perdió el rumbo y era lógico que pasara lo que pasó”. Después de deambular por la grilla, dilapidando encendido con cada movimiento, la serie quedó compitiendo frente a frente con La familia Ingalls. Sin compasión, los colonos liderados por Michael Landon arrasaron con la aventura futurista, hundiéndola en las mediciones y anticipando su salida del aire. El 6 de febrero de 1978, después de emitir tan sólo 14 episodios, CBS levantó el programa sin ninguna consideración, dejando los tres últimos capítulos de la temporada, ya terminados, sin estrenar.
Con el paso del tiempo y las reposiciones, la serie de TV logró construir un público fiel de seguidores, que la elevaron al estatus de culto. Para ese nutrido grupo de fanáticos, Nolan continuó desarrollando la saga en forma literaria: Logan’s Search (1980) y Logan’s Return (2001), incursionando en el concepto de Multiverso para visitar realidades paralelas del siglo XXIII. En 2010, firmó dos nuevas novelas, Logan’s Journey y Logan’s Fall, en co-autoría con Paul McComas y Jason V. Brock, respectivamente, aunque ambas se mantienen todavía inéditas.
Desde mediados de los ‘90, de manera recurrente, cada vez que se anunciaba la esperada (y nunca concretada) remake cinematográfica de Fuga en el siglo XXIII, Nolan terminaba hablando de los tres capítulos no emitidos de la serie de TV. “Soy el único que pudo ver esos episodios. Los tengo en casa, pero no se los pienso mostrar a nadie, nunca”, sentenció enojado. Y cumplió. Tras su fallecimiento el 15 de julio de 2021, nunca nadie encontró ese material fílmico.
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