Flipper: el libro que nadie quiso comprar, el canto de un ave exótica y el trágico destino de un delfín con depresión
Fue uno de los animales que marcó la agenda del entretenimiento durante los años 60; con sus aventuras submarinas y familiares, se convirtió en éxito cinematográfico e ícono televisivo, pero unos de los cetáceos que lo interpretó fue víctima de estrés y angustia
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Una novela infantil que no se publicó, dos películas súper exitosas y una serie que hizo historia en la televisión mundial. Tres impresionantes logros para el delfín Nariz de Botella que conquistó a la generación infantil de fines de los años ‘60. Explotando el catálogo de la aventura familiar, Flipper incorporó a sus tramas cuestiones ecológicas, científicas, sociales y políticas, mientras iba contando la inquebrantable amistad entre un niño y un mamífero acuático con inteligencia superior al promedio de su especie y una sensibilidad equiparable a la del ser humano. Tanto, que por la exigencia de la industria del espectáculo, terminó sumido en el estrés, la angustia y la depresión. Un estado irreversible que lo llevó a dejarse morir.
Lassie acuática
Fue uno de los personajes legendarios del séptimo arte y, sin embargo, muy pocos llegaron a conocer su cara. Ricou Browning dio vida submarina al Monstruo de la Laguna Negra en la trilogía original de mediados de los años ‘50, pero sólo sus compañeros de trabajo lo vieron sin la icónica máscara. Actor, director, doble de riesgo y nadador experto, Browning se había hecho indispensable en Hollywood por sus talentos bajo el agua. Sabía moverse rápido, con un estilo estético insuperable ante las cámaras, y podía mantener la respiración dos minutos más que el resto de los profesionales.
Apasionado por los ecosistemas marinos, solía recorrer el mundo con su maestro Newt Perry, guardavidas de la Cruz Roja y autor de los manuales de seguridad acuática distribuidos por la ONG. En 1956, como corolario de una excursión científica por el Amazonas, los dos llevaron un par de delfines sudamericanos a los Estados Unidos. “Los tuve en mi casa y me transformé en una especie de padre para ellos -contó Browning en 2013-. Un día, mientras mis hijos miraban la serie de Lassie en TV, se me ocurrió una idea. ¿Por qué no hacer lo mismo, pero con un delfín?”, explicó.
Llamó a su cuñado Jack Cowden y entre los dos escribieron un libro ambientado en las playas de la Florida. Bautizó al delfín protagonista como Flipper, en alusión al término anglosajón que da nombre a algunas aletas de los peces; y al verbo inglés “to flip”, que graficaba la capacidad del mamífero para saltar y darse vuelta en el aire sin ningún esfuerzo. Esperanzado, ofreció su obra a distintas editoriales especializadas en literatura infanto-juvenil, pero ninguna se mostró interesada en la novela. Golpeado pero no vencido, según sus propias palabras, se reunió con Ivan Tors, director y productor que se estaba forjando un nombre en la industria gracias a su capacidad para filmar escenas de acción subacuáticas de alta calidad y a muy bajo costo. “Habíamos trabajado juntos en algunos episodios de Caza submarina, la serie de TV que lanzó al estrellato a Lloyd Bridges -contó-. Por eso me animé a mostrarle mi Flipper. La leyó de un tirón y le gustó. Acá hay una película, me dijo”.
Mi amigo delfín
En Florida, Tors y Browning fueron a visitar la Santini Porpoise School, escuela de adiestramiento de delfines fundada por Milton y Virginia Santini en 1958. Después de recorrer las instalaciones y ver el espectáculo oceanográfico coreografiado por Ric O’Barry, Tors y Browning quedaron prendados de Mitzie, delfín hembra estrella de la casa. Perteneciente a la especie mular, popularmente conocida como Nariz de Botella, Mitzie mostraba una inteligencia y curiosidad más elevada que la media, era altamente sociable y amistosa. “La protagonista ideal -escribió Tors en su autobiografía My Life in the Wild-, la más humana de las delfines”.
Mitzie cubriría con creces las demandas actorales del film, interpretando a un animal capaz de “dialogar” con las personas, comprender aquello que le decían y hacer entender sus pensamientos e ideas. Pero para cubrir las exigencias físicas, Browning terminó seleccionando, al menos, otros ocho delfines: las hembras Susie, Kathy, Patty, Scotty y Squirt, sumamente efectivas a la hora de maniobrar bajo el agua, saltar y hacer piruetas varias; el macho Mr. Giper, especialista en nado a alta velocidad; y el macho Clown, único capaz de “caminar” sobre el agua apoyando su cola para avanzar sobre la superficie. Esa destreza, la más difícil de lograr, terminó convertida en la imagen icónica de Flipper. E hizo de O’Barry el entrenador oficial de la producción.
La película seguiría el nudo argumental de la novela inédita, ampliado y reescrito por Arthur Weiss. En los Cayos de la Florida, el joven Sandy Ricks rescata a un delfín herido por un arpón. Lo cura y lo cuida a espaldas de sus padres, el pescador Porter Ricks y su esposa Martha, que no querían saber nada con el cariñoso cetáceo. Hasta que el delfín salva a Sandy del ataque de un tiburón y entonces sí, Flipper pasa a formar parte de la prototípica familia de trabajadores estadounidenses. “Más que la historia, me interesaba la química entre los protagonistas”, confió Tors, que dedicó largas jornadas al casting, realizado en las locaciones naturales de Miami donde se iba a rodar la película.
Entre todos los postulantes para Sandy, el chico que debía interactuar con Flipper, Tors eligió a Luke Halpin, con bastante experiencia televisiva y teatral. “No me importaron sus condiciones actorales, que eran realmente buenas -aseguró-, sino el vínculo que enseguida entabló con los delfines. Además, nadaba muy bien. Y eso también nos servía”. Con el principal problema resuelto, el resto se acomodó rápidamente. Para el rol de Porter Ricks, quedó seleccionado Chuck Connors, que venía de romperla toda como Lucas McCain, El hombre del rifle encargado de criar a su hijo en el salvaje oeste; y Kathleen Maguire tuvo a su cargo el decorativo papel de su esposa Martha.
Detrás de cámara, Tors colocó a James B. Clark, experto a la hora de plasmar en pantalla la relación entre niños y animales. Suyos eran los éxitos de Vínculos extraños (1959), Un sueño imposible (1960) y Herencia salvaje (1961), que habían hecho estragos emocionales entre la platea menuda con animales como protagonistas. También solucionó el problema que tenía a maltraer a toda la producción: la “voz” de Flipper. “Probamos con infinidad de delfines, pero ninguno de esos sonidos tenían la presencia dramática que estábamos buscando”, reveló Browning. En un catálogo sonoro de aves, Clark encontró el canto que necesitaba; Flipper hablaría con el registro de un cucaburra, especie de martín pescador que habita en Australia y Nueva Guinea.
Finalmente, Metro-Goldwyn-Mayer estrenó Flipper en los cines norteamericanos el 14 de agosto de 1963. Los chicos la amaron, los padres invirtieron sus sueldos en infinidad de productos comerciales derivados del delfín; y la crítica terminó por convalidar como mérito artístico el escandaloso éxito de taquilla. “De inmediato, nos pusimos a trabajar en una secuela”, contó Tors. Pero no esperaba que la MGM le redoblara la apuesta.
Bajo el mar
Mientras se escribía el guion para el segundo largometraje, el departamento televisivo de MGM se acercó a Tors y Browning con una propuesta que no iban a poder rechazar: la serie de Flipper. Con Chuck Connors alejado del proyecto por decisión propia, ambos entendieron que era el momento ideal para hacerle algunos ajustes a la saga. Personificado por el desconocido Brian Kelly, Porter Ricks dejó de ser el pescador felizmente casado para establecerse como un guardacosta recién graduado y viudo. A cargo de la ficticia reserva natural del Parque Coral Key, debería proteger el medioambiente junto con Sandy y Flipper.
Bajo esta reformulada premisa, La nueva aventura de Flipper (Flipper’s New Adventure) se estrenó el 24 de junio de 1964. “Si bien duplicó el resultado económico y popular de la primera película, MGM pidió algunos cambios específicos, en vista del perfil más aventurero que querían imprimirle a la serie”, explicó Tors a TV Guide. De la nada, Porter pasó a ser padre de dos hijos, Sandy (el mismo Luke Halpin), reconvertido en un atlético adolescente capaz de asumir tareas y responsabilidades de adulto; y su hermano menor Bud (Tommy Norden), revoltoso pelirrojo siempre listo para meterse en problemas y ser rescatado por Flipper.
Capitalizando la repercusión popular del segundo largometraje, la serie Flipper debutó el 19 de septiembre de 1964 a las 19:30 hs, abriendo el prime time nocturno de la NBC. Ubicada entre los 25 programas más vistos del día, mantuvo ese rango en la medición del rating hasta su última emisión.
Abocado a ampliar su catálogo de animales fílmicos, Tors delegó gran parte de la responsabilidad creativa de Flipper en Browning, que además de ocuparse de todas las escenas submarinas, pasó a escribir y dirigir episodios completos del programa. Bajo su mando, el rango temático de las aventuras amplió notablemente su abanico, tomando posición sobre cuestiones climáticas, ecológicas, científicas, sociales y políticas, sin descuidar nunca las tramas aventureras, conservacionistas y de corte policial. También se dio el gusto de aparecer delante de cámaras, cerrando su ciclo como criatura submarina al interpretar al protagonista del film de terror que se estaba rodando en el Parque Coral Key, referencia directa al Monstruo de la Laguna Negra.
Evolución y cambio
Una de las cosas que más le interesó a Browning fue “mostrar el desarrollo de los protagonistas, que pudieran ir creciendo junto con los espectadores”. En ese sentido, a partir de la segunda temporada (1965-1966), empezó a dedicarle mucho tiempo de aire a las relaciones sentimentales de Porter Ricks y el propio Flipper. Pensando en ellos, introdujo a la oceanógrafa Ulla Norstrand (interpretada por la sueca Ulla Strömstedt) y la delfín Lorelei. “Evolución y cambio. Nunca quedarnos en el mismo lugar. Acordamos con NBC que el protagonismo humano fuera rotando, abriendo nuevas posibilidades a la ficción. Como la vida misma”, argumentó Browning.
Por ese motivo, sobre el cierre de la tercera temporada (1966-1967), los Ricks se alejaban en busca de nuevos horizontes. Porter cambiaba su destino laboral, Sandy partía a Connecticut para cursar sus estudios en la Academia de Guardacostas; y Bud ingresaba a una escuela privada en Massachusetts. Su lugar en Coral Key era ocupado por la viuda Fran Whitman y sus hijos Dirk y Liz (Karen Steele, Stuart Getz y Chris Charney). Flipper, por supuesto, quedaba a cargo de enseñarle a los chicos los secretos de la vida marítima.
“Yo no estaba al tanto de nada -afirmó años después Tors-. Ocupado con Daktari, me enteré de los cambios viendo la edición final de los episodios. Y como nunca hubiera aprobado algo así, simplemente cancelé la serie”. Sin mucha publicidad, el 15 de abril de 1967, Flipper salió del aire, tras tres temporadas y 88 capítulos.
El impacto de la serie, de todas formas, continuó marcando la vida de productores, actores y técnicos. Tors se comprometió con la conservación del medio ambiente; Luke Halpin se recibió de buzo y coordinador marino; y los delfines pasaron a formar parte del staff de los distintos acuarios de la Florida, protagonizando espectáculos de acrobacia como Flipper. En el Centro de Investigación de Delfines (ex Santini Porpoise School), Little Bit y Mr. Gipper dieron a luz a Tursi, que continuó con su tradición actoral. Kathy y Ric O’Barry, su principal entrenador, fueron destinados al Acuario de Miami, pero su historia no tuvo un final feliz.
Siendo una de las delfines más exigidas por el ritmo de las filmaciones, Kathy llegó al acuario con un altísimo nivel de estrés y angustia. Diagnosticada con depresión, en 1968 se recluyó en su tanque personal y ya no salió.
“Un día -escribió O’Barry en su libro Behind the Dolphin’s Smile- me miró directamente a los ojos, respiró hondo y contuvo la respiración. Simplemente se dejó hundir hasta el fondo del agua. Eso tuvo un profundo efecto en mí. Así que al día siguiente empecé mi campaña personal para detener la captura y la explotación circense de los animales”. Al frente de la organización internacional Dolphin Project, O’Barry sigue rescatando y rehabilitando delfines. “La muerte de Flipper me hizo dar cuenta de que los delfines no deberían estar en cautiverio. Eso no sólo es cruel -dijo-. También es moralmente inaceptable”.
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