Feud: Capote vs. The Swans es un acertado retrato melancólico de un amor signado por la traición, la decepción y el destierro
La nueva serie de Ryan Murphy se vale de la mirada de Gus Van Sant para relatar el ascenso y la caída del romance entre el escritor de A sangre fría y un selecto grupo de elegantes y adineradas señoras neoyorkinas
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Feud: Capote vs. The Swans (Estados Unidos/2024). Creador: Ryan Murphy. Dirección: Gus van Sant. Guion: Jon Robin Baitz (basado en Capote y sus mujeres, de Laurence Leamer). Elenco: Tom Hollander, Naomi Watts, Diane Lane, Calista Flokhart, Chloe Sevigny, Demi Moore, Molly Ringwall. Disponible en: Star+. Nuestra opinión: muy buena.
Los años 60 alumbraron una nueva era para la literatura, y también para el corazón de la vida neoyorkina: una especie de alquimia entre el glamour y el encendido intelectualismo, el mismo que Woody Allen tomaría como eje de su parodia una década después. Pero entonces, sobre todo después de la publicación de A sangre fría en 1966, Truman Capote asomaba como el centro neurálgico de esa discusión literaria, y al mismo tiempo de un torbellino cultural signado por el tenue equilibrio entre el pensamiento y la frivolidad. Fue en ese año cuando firmó un contrato con Random House para escribir Plegarias atendidas, lo que imaginaba como una lúdica exégesis de esa aristocracia citadina que lo había convertido en su bufón. ¿Quiénes eran esas señoras elegantes, con maridos millonarios, afectas a las subastas de arte y a los viajes en yate que se fascinaron con la lengua viperina del escritor? The Swans, o Los Cisnes, como él las bautizó, aquella crême del Este que se daba cita en el restaurant La Côte Basque para ponerse al día con los chismes y hacer catarsis con sus pequeñas desgracias.
La nueva temporada de Feud, la serie de antología creada por Ryan Murphy, toma como eje aquella épica disputa entre el Capote más mundano y también observador agudo de su tiempo, y sus cisnes, aquellas damas que se convirtieron en material de su literatura y blanco de su exquisita perfidia. Murphy delega la gestación de los ocho episodios de la serie en el dramaturgo Jon Robin Baitz y absorbe la estructura narrativa del libro de chismes de Laurence Leamer, Capote y sus mujeres, un recorrido divertido sobre el trasfondo del escándalo de La Côte Basque, nombre con el que bautizó al capítulo de Plegarias atendidas publicado en la revista Esquire en 1975 como anticipo y disparador del conflicto. Allí Capote encubría apenas los nombres verdaderos de sus cisnes, protagonistas de las historias más escabrosas: infidelidades, estafas, incluso un asesinato. ¿El resultado? El enojo de sus fervorosas admiradoras y el destierro social para el escritor, último peldaño de la que sería su lenta decadencia en los tardíos 70 hasta su temprana muerte en 1984.
Pero la serie de Murphy y Baitz no está llena de cinismo y maledicencia sino de un amor trágico que recorre aquella unión. Sobre todo el que une al escritor y a la más amada de los cisnes, la ex editora de Vogue y esposa del magnate de la CBS, Babe Paley. Por ello, la dinámica principal del relato involucra a Tom Hollander como Capote, histriónico y algo camp, y a una frágil Naomi Watts como Babe, amantes sin sexo, confidentes desde el día en que se vieron hasta la inevitable traición. Junto a ellos orbitan las otras damas de esa corte, la exquisita Slim Keith (una extraordinaria Diane Lane), quien había sido esposa del director Howard Hawks –en ella se inspiró la Slim de Lauren Bacall en Tener y no tener (1944)-, la socialité CZ Guest (Chloë Sevigny), la hermana menor de Jacqueline Bouvier, Lee Radziwill (Calista Flockhart), y el patito feo de esa fábula, Ann Woodward (Demi Moore), tempranamente caída en desgracia. Todas ellas aman y ríen junto a Capote, lo invitan a las fiestas más exclusivas, a los salones de moda, pero cuando él las exponga bajo el filo de su escritura, serán las implacables guardianas de un paraíso al que ya nunca más podrá volver a entrar.
La serie va y viene en el tiempo, desde 1955 cuando Capote y Babe Paley se conocen en un avión privado y quedan encantados, como presos de un flechazo, hasta los días de su consuelo mutuo, enredado entre pastillas y alcohol. A lo que aspira la serie, antes que a entender lo que pasó -por qué Capote traicionó a las mujeres que amaba y por qué ellas nunca entendieron la inevitable tensión entre realidad y ficción-, es a un retrato exuberante de una época única, concentrada en Manhattan pero desbordante hacia un territorio simbólico en el que la literatura era materia de discusión y controversia. Con la cámara de Gus van Sant como rectora, la historia asume los contornos de la melancolía, la sensación de una vida soñada que se extingue, de una separación dolorosa que resulta inevitable. El retrato de Capote, desde su crisis creativa, sus amantes violentos, su devoción por una belleza esquiva que había anhelado desde su Alabama natal, resume el equilibrio perfecto entre el kitsch de Murphy, a menudo propenso al mal paso, y una ternura decadentista que lo hace genial.
Sin dudas es de lo mejor que ha salido de la usina de Ryan Murphy en los últimos tiempos, incluso mejor que la primera Feud sobre la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford, y también que el escabroso paneo por los crímenes espeluznantes de un serial killer en Dahmer (Netflix). Lo que aquí se dibuja es la esencia de una historia de amor, entre Capote y las mujeres que traicionó, entre su arte y ese mundo de desgracias y glamour que tanto lo fascinó, y entre la propia cultura neoyorkina y aquel príncipe que se fue demasiado rápido dejando solo las lágrimas de su última plegaria.
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