Fargo vuelve a sus orígenes con exquisitas actuaciones y una brutal y divertida mirada sobre el abismo cotidiano
Con los protagónicos de Jon Hamm, Juno Temple, y Jennifer Jason Leigh, la quinta entrega de la serie basada en la película homónima de los hermanos Coen demuestra que aún hay muchas historias posibles que contar
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La serie Fargo, creada por Noah Hawley (Legion), fue una de las grandes ficciones inspiradas en una película. No todas esas apuestas salieron airosas –basta ver los últimos intentos con algunos hits de los 80 como American Gigolo y Atracción Fatal–, pero quienes mejor supieron aprovechar la premisa fueron aquellos que apostaron a la reinvención de un espíritu –la genial Irma Vep– o a la elaboración de alguna forma de exégesis de su origen –la propuesta de The Offer con El Padrino-, quizás a sabiendas de que la mera actualización argumental –la misma historia pero en las coordenadas del presente– puede ser un camino sin salida.
Fargo hizo todo bien: no solo imaginó una serie de antología, con nuevas historias temporada tras temporada, nacidas del imaginario que los hermanos Coen pusieron a punto en su exitosa Fargo (1996), sino que la lograda puesta en escena de Hawley –director de muchos de los episodios de la saga– le brindó una vuelta de tuerca, un salto hacia adelante.
Esta nueva temporada –que llega a través de OnDirecTV y DirecTV Go– nos encuentra nuevamente en Minnesota, la cuna de los populares realizadores y de donde salió su frondosa imaginería, pero además la historia recoge varios hilos de la película original, que no solo tienen que ver con el ambiente, el tono de las interpretaciones y el absurdo y violento devenir de los acontecimientos, sino con la idea de un mundo cerrado, del que no se puede escapar. La primera temporada –disponible, como las siguientes, en la plataforma DirecTV Go para todos los usuarios– contó con Billy Bob Thornton, sicarios y crímenes impredecibles en las praderas nevadas, que asentaban las raíces de la serie en un universo próximo a la película y sus humores. Luego, la segunda temporada amplió las ambiciones: viajó en el tiempo hacia los tardíos 70, exploró la matanza de Sioux Falls y ofreció como marco la visita de Ronald Reagan a Fargo durante su campaña presidencial. La serie asumía entonces algunas claves de la agenda pública: el progresivo ascenso de la figura de Donald Trump en las filas republicanas, el revisionismo histórico de los traumas raciales del pasado y el clima de violencia social creciente.
La tercera temporada, estrenada en 2017, fue la mejor hasta entonces. Noah Hawley delineaba en la historia de dos hermanos gemelos –interpretados por Ewan McGregor– el mejor retrato de las contradicciones de una sociedad que los Coen supieron explorar con inteligencia. Reaparecían los crímenes absurdos, el humor iracundo y algunos íconos de la película como la policía que interpretaba Carrie Coon revistando a la Marge de Frances McDormand. La cuarta temporada volvió a viajar al pasado, esta vez en la ciudad de Kansas City, retratando los enfrentamientos entre facciones criminales en los Estados Unidos del siglo pasado. Primero entre judíos e irlandeses, luego con los italianos, todos con sus rituales de dominio y vendetta, sus disputas gangsteriles y sus acuerdos de supervivencia. En un presente situado en los años 50, la temporada usaba la mirada de una adolescente negra como tamiz reflexivo de una historia de injusticias y crueldades. El inicio siempre era el mismo: “Esta es una historia real”. Nada que la ficción pudiera superar.
La quinta temporada agrega una nueva leyenda a aquella clásica: una breve explicación del ánimo de los habitantes del condado de Minnesota: “Un comportamiento agresivamente agradable, a menudo forzado, en el que la persona es alegre y modesta, sin importar lo mal que se pongan las cosas”. Es una certera radiografía del clima que arrecia en una reunión escolar entre padres y maestros. Sillazos y un ensordecedor griterío dominan el lugar hasta que una mujer intenta escapar de la reyerta. Ella es Dot Lyon (Juno Temple), un ama de casa remilgada que por error aplica una pistola taser al maestro de matemáticas y luego a un policía. Conclusión: termina en la comisaría. El evento parece no pasar a mayores, salvo los comentarios suspicaces de su suegra Lorraine (Jennifer Jason Leigh), una matriarca reptiliana del Medio Oeste que maneja los negocios y la familia a fuego y sangre. La foto con ametralladoras en la celebración de Halloween parece anunciar su espíritu: no hay nada mejor que la familia protegida.
El puntapié inicial del relato tiene mucho del nudo de la película inaugural para la fama de los Coen: un secuestro fallido y una serie de errores que dan origen a una matanza. En aquella era el marido pusilánime interpretado por William H. Macy, tapado de deudas, quien arreglaba el secuestro de su esposa con dos lúmpenes para conseguir el dinero de su suegro y así salir forrado. Un trámite que parecía fácil pero salía pésimo. En esta oportunidad, Dot regresa a su casa luego de la breve estancia en la prisión, el registro de sus huellas dactilares y la despectiva reprimenda de su suegra, para recibir la visita de dos encapuchados. Con una alquimia efectiva entre el horror de Los extraños (2008) de Bryan Bertino y el humor caótico de Mi pobre angelito (1990), Dot deberá sortear con astucia y destreza la violencia de sus secuestradores. “No es mi primera fuga” dirá luego, convencida de que una vieja historia se reinicia y que aquel pasado olvidado regresa para saldar las cuentas pendientes.
Esta nueva entrega de la serie de antología vuelve a conectar, en un laberinto que conduce al centro, varias líneas dramáticas. Por un lado tenemos a Dot y su familia, marido e hija, que deben afrontar el desconcierto del secuestro negado y las imprevistas consecuencias. En segundo lugar, su suegra, su abogado –con un simbólico parche en el ojo– y la pesquisa por un falso rapto del que ella cree ser el objetivo –en realidad, su dinero– y Dot, la mente maestra. ¿Será su hijo un idiota útil para ese plan maquiavélico o el artero cómplice de su esposa para estafar a su madre? Como siempre ocurre en el mundo de los Coen, es más frecuente la casualidad que la inteligencia. Esas dos líneas se complementan en el primer episodio con la aparición de una policía, la oficial de raíces indígenas Indira Olmstead (Richa Moorjani), encargada primero de la detención de Dot en el colegio y luego de la investigación de su supuesto secuestro. Tras su desaparición aparecieron rastros de sangre, un pasamontaña incinerado y otros indicios de una intrusión. Pese a la insistencia de Dot en su salida voluntaria de la casa, la policía no está dispuesta a cerrar el caso.
El segundo episodio presenta la clave argumental de esta historia y a la estrella de la temporada. Jon Hamm interpreta a un ranchero elegido sheriff del condado de Dakota del Norte. Roy Tillman es el amo y señor de su región y sus métodos policiales distan bastante de la legalidad, pero parecen asegurar una placentera seguridad para los terratenientes. El férreo código moral le asegura la propiedad sobre lo material y también sobre su esposa, fugada del hogar desde hace diez años. Por supuesto que ella no es otra que Dot, blanqueada en el sistema luego de su detención en la batalla escolar. Lo que resta es sumar a la pesquisa los últimos dos eslabones: al propio Roy y su hijo, sabuesos tras la mujer perdida, y al secuestrador sobreviviente de la fallida incursión hogareña, dispuesto a cobrar lo que le corresponde. Los hilos del drama se mueven con perfecta sagacidad, afirmando el absurdo en la misma lógica del mundo que delinearon los Coen y en la que el Mal siempre es impredecible.
Si bien el arco narrativo parece inspirarse en una cruza entre el neo-noir y el true crime, el tono impuesto por Hawley a los acontecimientos siempre se nutre de la comedia más disparatada, con personajes que intentan aferrarse a una verdad únicamente modelada en su propia creencia. La convicción que cada artífice de las líneas narrativas –Dot, su suegra, la policía, el sheriff despechado y el sicario sediento de venganza– tiene en su misión se afirma en un clima político enrarecido, situado en los meses previos a la irrupción de la pandemia y en medio de una creciente paranoia en los estados más conservadores de Estados Unidos. La inteligencia de Hawley radica en saber reinventar la mirada crítica de los Coen sobre la sociedad de los 90 en el contexto presente, signado por oscuridades más profundas y arraigadas. Lo que entonces resultaba una novedad en el estilo de los directores de Simplemente sangre (1984) y una amalgama de la sátira y el horror, aquí resulta una apropiada radiografía de los tiempos inciertos que solo el humor más salvaje parece reflejar.
El concepto de ‘Minnesota Nice’ que empuja la gresca escolar del comienzo no es solo el motivo dramático para el hallazgo del paradero de Dot, sino un enclave perfecto para entender cómo debajo de esa ruralidad campechana se encuentran pasiones reprimidas cuya liberación puede ser devastadora. La batalla a todo o nada que se celebra promediando la temporada en la casa de Dot no es solo una excusa para una instalación similar a la de Macaulay Culkin en sus vacaciones solitarias, sino un retrato feroz de cómo el territorio doméstico es el escenario en disputa. Brutal y divertida, esta nueva Fargo vuelve a su mejor forma, con personajes extravagantes como el Ole Munch de Sam Spruell, una presencia casi sobrenatural, y los retratos mundanos vestidos de muecas histriónicas sobre su horror escondido. A todo se suma las exquisitas actuaciones- no solo de Hamm sino de Juno Temple y la excelente Jennifer Jason Leigh- que dan a la serie su toque de distinción. Una mirada sobre el abismo cotidiano, sus contornos más imprevistos, su voracidad inevitable. Un perfecto espejo de una época esquiva a las medias tintas.
La quinta temporada de Fargo estrena este jueves a las 21 por On DirecTV. Y luego estará disponible en DirecTV Go, al igual que las cuatro temporadas anteriores.
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