Fama: un personaje eliminado por puro prejuicio, la incomodidad de Janet Jackson y la disparatada participación de Iggy Pop que no fue
Entre bailes y canciones, la franquicia iniciada en el cine por Alan Parker llevó la fiebre por la música disco a la pantalla chica y, durante seis años, despertó pasiones, sembró conciencia sobre los prejuicios y los malos hábitos que escondía la industria del espectáculo y motivó a varias generaciones a abrazar las artes escénicas
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Comedia musical destinada a romper el paradigma hollywoodense de las comedias musicales. Fue motivacional sin ser condescendiente con la industria del espectáculo. Alimentó la idea del camino del estudio y el esfuerzo, sin ocultar el maltrato y la humillación que la escuela podía infligir a cientos de adolescentes hijos de inmigrantes y trabajadores. Hizo de la conquista del sueño americano una mezcla de ambición y rechazo, cimentada en prejuicios identitarios, raciales y sexuales de toda clase. Entre canciones y coreografías corales, Fama puso en primer plano temáticas que el cine y la televisión de los años ‘80 no estaban acostumbrados a tratar, como el embarazo adolescente, el aborto, el abuso sexual, los trastornos alimentarios, las enfermedades mentales y la prostitución infantil. Ligada indisolublemente a la música disco, esta serie se dio el lujo de empardar el récord histórico que sólo ostentaban Los Beatles; nada mal para una franquicia tocada por la varita de David Bowie, John Lennon, Janet Jackson y (casi) Iggy Pop.
Recuerda mi nombre
Sentado en la oscuridad del Shubert Theatre, escuchando a Diana Morales cantar sobre el maltrato sufrido a manos de una profesora de arte escénico, el productor David De Silva tuvo una revelación. Al terminar la función de A Chorus Line, mientras se alejaba del Distrito de los Teatros de Manhattan, aquel pálpito empezó a tomar forma de comedia musical. El retrato de una generación juvenil de estudiantes, hijos e hijas de trabajadores e inmigrantes, abriéndose paso en el ambiente artístico de la Gran Manzana, buscando ser reconocidos y admirados por el mundo entero. Un relato realista, duro pero esperanzador, sobre la conquista del esquivo sueño americano. Lo llamó Hot Lunch y, según la leyenda urbana forjada ese 1976, primero le vendió su idea a la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) y después le encargó una propuesta al guionista Christopher Gore.
Cuando la MGM le ofreció el film a Alan Parker, el director británico estaba buscando una película de estilo y temática opuestos a Expreso de Medianoche, el gran éxito que lo había colocado en el centro de Hollywood. “Me gustó que fuera un musical; y lo que más me interesó fue la posibilidad de hacer un musical distinto a todos los que se habían hecho antes, donde las canciones emergieran de situaciones reales y no aparecieran artificialmente plantadas en la trama”, declaró Parker en ese entonces. De todas maneras, exigió cambios en la historia y él mismo metió mano en el guion, incorporando los efectos de la ambición y el rechazo en la psiquis juvenil. “Yo me había enfocado en la alegría de los alumnos por ir al colegio de sus sueños -contó Gore-; y Alan quería reflejar el dolor que la escuela sembraba en el desarrollo de sus caminos profesionales”.
Ambientada en los pasillos de la Escuela de Artes de New York, a mitad de camino entre Times Square y Broadway, la trama seguía el derrotero de un grupo de estudiantes inscriptos en los cursos de Inglés, Teatro, Música y Danza, respectivamente a cargo de la Sra. Sherwood (Anne Meara), el Sr. Farrell (Jim Moody), el Sr. Shorofsky (Albert Hague) y el equipo conformado por la Sra. Berg (Joanna Merlin) y su ayudante Lydia Grant (Debbie Allen), algo conservadores y con requisitos educativos rayanos con el destrato y la crueldad. Del otro lado, ocho adolescentes que debían pelear contra una exigencia social cargada de prejuicios identitarios, raciales, sexuales y de clase: los latinos Coco Hernández (Irene Cara) y Raúl García (Barry Miller), que esconde su ascendencia tras el seudónimo de Ralph Garci; el hipertalentoso bailarín afroamericano Leroy Johnson (Gene Anthony Ray), acomplejado por su semianalfabetismo; la nerviosa y parlanchina Lisa Monroe (Laura Dean); el joven Montgomery MacNeil (Paul McCrane), que vive su homosexualidad con reprimida culpa; la tímida judía Doris Finsecker (Maureen Teefy), en el medio de una crisis religiosa provocada por el autoritarismo de su madre; el introvertido Bruno Martelli (Lee Curreri), genio para la música electrónica; y la millonaria rebelde Hilary Van Doren (Antonia Franceschi).
Con este ensamble, entre canción y canción, Parker montó un drama cuasi shakesperiano, capaz de abordar el suicidio juvenil, los romances interraciales, los consumos conflictivos, el embarazo adolescente, el aborto y el abuso sexual. “Nunca quise filmar un documental, sino una ficción basada en la observación de ciertos hechos reales. Y después de hablar con alumnos de escuelas artísticas, nos dimos cuenta que sus vidas eran una letanía basada en la humillación, el menosprecio, las inseguridades, las lastimaduras físicas causadas por el entrenamiento y una crisis nerviosa siempre a punto de estallar. Lo opuesto al glamoroso preconcepto que se tiene del showbusiness”, aseguró el director.
Iniciado el rodaje, Parker descubrió que el título del film, Hot Lunch, era la frase callejera que los neoyorquinos utilizaban para nombrar al sexo oral. “Había que cambiarlo -recordó-. Los directivos del estudio nos propusieron un par, Sueños de neón, Que te quiebres una pierna, Estrellas fugaces y cosas así, pero ninguno funcionaba. Hasta que se me ocurrió Fama (Fame) y ese quedó. Muchos años después, David Bowie me dijo que lo había tomado de la canción que él había compuesto con John Lennon en 1975, lo que probablemente sea cierto”. Con el título definitivo, Dean Pitchford y Michael Gore firmaron letra y música del tema principal, improvisando en el estudio de grabación las dos líneas que quedarían en la historia: “I’m gonna live forever / Baby, remember my name” (”Voy a vivir para siempre / Cariño, recuerda mi nombre”).
Estrenada en los Estados Unidos el 20 de junio de 1980, Fama (la película) se consagró como un suceso rotundo, a pesar de que sus protagonistas eran todos actores y actrices noveles y desconocidos. Convertida en himno de la música disco, el tema “Fame” trepó a los primeros puestos de los charts de todo el mundo, se alzó con los premios Oscar y Globo de Oro; y catapultó al estrellato a Irene Cara, que un par de años después volvería a la cima de los rankings con el tema central de Flashdance.
La fama cuesta
“Si van a hacer una serie de Fama, no cuenten conmigo. No me interesa”, dicen que Alan Parker le dijo a los gerentes de la división televisiva de MGM cuando le sugirieron la posibilidad. Ni lentos ni perezosos, los productores Bill Blinn y Mel Swope contactaron a Christopher Gore y le dieron carta blanca para reformular el argumento de la película y adaptarlo para la pequeña pantalla. Con una sola condición: el grupo de protagonistas tendría que mezclar a personajes del film con otros totalmente nuevos, creados para el programa. “Lo importante es que pude mantener el retrato realista y equilibrado de esperanzas, aspiraciones y sueños de los adolescentes de todo Estados Unidos”, aseguró Gore.
De la película trajo a Coco Hernández (ahora en la piel de Erica Gimpel), Leroy Johnson (Gene Anthony Ray), Bruno Martelli (Lee Curreri), Montgomery MacNeil (P.R. Paul), Doris Finsecker (Valerie Landsburg), que sin ningún tipo de explicaciones cambió su apellido original por el de Schwartz; el Sr. Shorofsky (Albert Hague), la Sra. Sherwood (Carol Mayo Jenkins) y la Sra. Berg (Ann Nelson). También rescató a Lydia Grant (Debbie Allen), ascendida ahora de ayudante a instructora plena de Danza. A ella le tocará decir el leitmotiv de la serie, repetido en cada introducción como un mantra sagrado: “La fama cuesta. Y aquí es donde empiezan a pagarla”. Del pelotón de recién llegados, sólo dos alcanzarán algún peso decisivo con el correr de los episodios: la violoncellista Julie Miller (Lori Singer) y el aspirante a standupero Danny Amatullo (Carlo Imperato).
Si bien la serie buscaba conquistar al público infantojuvenil que conocía la película pero no la había visto, Gore se propuso mantener el tratamiento de ciertas problemáticas controversiales que estaban identificadas con la franquicia. Además del racismo, la drogadicción y el analfabetismo, incorporó conflictos relacionados con la discapacidad, los trastornos alimentarios, las enfermedades mentales y la prostitución infantil. Para Landsburg, “Fama fue tan innovadora como revolucionaria. Mi personaje, Doris, se hizo amiga de una niña obligada a prostituirse; y esa fue una subtrama que se desarrolló durante semanas, con muy buena respuesta del público”. Sin embargo, la apertura mental de la MGM tenía un límite: la homosexualidad de Montgomery MacNeil. El tema podía tratarse en el cine, pero nunca en la TV. “Que nos censuraran así fue frustrante -comentó Curreri-. Era obvio que Montgomery era gay, pero nunca nos dejaron explicitarlo. La patronal tenía miedo de que la clase media estadounidense les diera la espalda y boicoteara la empresa. Por eso, terminó eliminando al personaje al final de la primera temporada”.
El 7 de enero de 1982, en el horario central de las 20 hs, la cadena NBC estrenó Fama. Las críticas fueron unánimes y excelentes, pero el rating nunca llegó a alcanzar los niveles que esperaba la televisora. Aun así, sostuvo el programa durante dos años. “Nos dijeron que salíamos del aire porque la serie era demasiado cara de realizar”, aseguró Gore. El 7 de abril de 1983, con dos temporadas y 23 episodios, Fama se despidió de la pantalla. Pero no por mucho tiempo.
Quiero vivir para siempre
En Estados Unidos los números no cerraban, pero en Europa la historia era otra. En Italia, España y Alemania, la serie andaba muy bien. Y en el Reino Unido, todavía mejor. En junio de 1982, la BBC la había ubicado en la grilla después de Top of the Pops, donde los solistas y grupos más importantes del panorama musical británico se presentaban, en vivo, semana tras semana. Fama no sólo capitalizó ese alto encendido, sino que lo potenció a niveles impensados hasta convertirse en el programa más visto de todo el Reino Unido.
Montada sobre este éxito, BBC Records y RCA armaron el LP The Kids from Fame, compilando las canciones que se habían escuchado en la tele. El disco se publicó en julio y, durante doce semanas, lideró los rankings nacionales. Con la “famanía” disparada, en octubre salió a la venta The Kids from Fame: Again, nuevo trabajo discográfico desprendido del show, que al instante se ubicó en el segundo puesto de ventas. “Durante quince días, los discos de Fama fueron los dos más vendidos del país -escribió el periodista especializado John Earls-, una marca que sólo los Beatles habían alcanzado en 1965″.
Coronando semejante repercusión, The Kids from Fame se presentaron en vivo a lo largo de Inglaterra e Irlanda. El grupo, conformado por Debbie Allen, Valerie Landsburgh, Erica Gimpel, Carlo Imperato, Gene Anthony Ray, Lee Curreri y Lori Singer, cerró la gira con un recital en el Royal Albert Hall de Londres, transmitido por TV y editado en disco y VHS. “No teníamos idea de lo grande que era Fama en el Reino Unido hasta ese show en el Royal Albert Hall -contó Curreri-. No podíamos salir del teatro porque las calles estaban abarrotadas de gente. Los productores nos dijeron que no habían visto una histeria como esa desde los Beatles y los Rolling Stones. Una escala que para nosotros no tenía sentido”.
Pero para la BBC sí. Por ese motivo, cuando NBC anunció la cancelación de la serie, BBC, MGM y la italiana RAI acordaron continuar con el programa, que a partir del 15 de octubre de 1983 empezó a verse a través de diferentes estaciones locales televisivas de los Estados Unidos. A pesar del rating fluctuante a ambos lados del Atlántico, la nueva gerencia logró mantener la serie al aire durante otros cuatro años. Y lo hizo apelando a cambios bastante notorios. “A nivel creativo, las historias perdieron parte de la energía motivacional que las caracterizaba y se fueron volcando hacia el terreno de la comedia de enredos”, se lamentó Gore. En el campo presupuestario, el recorte salarial fue brutal y alcanzó principalmente a actores, técnicos y productores ejecutivos. Lori Singer no aceptó las nuevas condiciones, y su personaje abandonó la escuela. Erica Gimpel y Lee Curreri redujeron sus apariciones en pantalla y dejaron la serie al final de la tercera temporada. Valerie Landsburg los siguió un año después.
La alta rotación de nuevos alumnos se volvió una constante en esta etapa. Por la escuela pasaron avanzados estudiantes y eximios bailarines que, por lo general, entablaron duelos personales con los protagonistas históricos. Entre todas las incorporaciones, la más trascendente fue la de Janet Jackson para la cuarta temporada. Antes de convertirse en globalizado icono pop, la menor de la familia Jackson interpretó a Cleo Hewitt, una cantante con posibilidades de triunfar como solista. “Yo no quería estar en Fama, no quería hacer la serie. Los chicos eran geniales, pero yo simplemente no quería estar allí, sólo lo hice por mi padre”, contó la estrella en Janet Jackson, su documental del año pasado para la cadena A&E. Según Allen, “era evidente que Janet tenía un talento muy especial a pesar de ser tan joven. Pero también se notaba que no estaba cómoda en el set, porque se quedaba muy callada. No pudo sacar lo mejor de sí, algo que después exhibió de manera rotunda”.
Para 1986, quedó en claro que la serie estaba agotada, por más que intentara abarcar temas coyunturales como la delincuencia juvenil, la Guerra Fría, la carrera armamentista y la paranoia nuclear. La caída permanente del rating sólo sirvió para confirmar lo ya sabido, la serie había llegado a su fin. Con todo jugado, el guionista Ira Steven Behr convenció a productores y elenco de despedirse a lo grande. “Íbamos a hacer un cruce entre Mad Max y Fama -reveló-, con una historia ambientada en el futuro, en una sociedad fascista e hiperviolenta, donde sólo se podía cantar para el Estado. Iggy Pop ya nos había asegurado su participación, pero cuando la MGM se enteró del plan, lo canceló de inmediato”. En su lugar, el último episodio logró reunir a los históricos con los nuevos. Con la excusa de un trabajo documental sobre la escuela, Erica Gimpel, Lee Curreri, Carol Mayo Jenkins, Valerie Landsburg y P.R. Paul, regresaron con sus personajes sólo para despedirse del público.
El 18 de mayo de 1987, con seis temporadas y 136 episodios, Fama cantó las hurras y se retiró de la pantalla. “Nos fuimos tristes pero satisfechos -reveló Gore poco antes de fallecer, en 1988-. Logramos que, al menos, una generación de jóvenes eligiera las artes escénicas como medio de vida, dejamos nuestra marca en la industria del cine, la música y la moda. Al final, alcanzamos el sueño que perseguían nuestros personajes, vivir para siempre”.
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