Euphoria: la exitosa y polémica segunda temporada se despidió con sabor a poco
La serie de Sam Levinson tuvo una segunda parte con muchos desniveles; sin embargo, logró posicionarse como uno de los fenómenos televisivos del año y ratificó el talento de Zendaya
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La vara estaba muy alta. Sam Levinson se había gastado todos los cartuchos en el penúltimo capítulo de Euphoria (cuyas dos temporadas ya están disponibles en HBO Max), “The Theater and Its Double”, en el que Lexi (Maude Apatow) presentaba su obra en el colegio East Highland como tributo a su círculo íntimo de amigas, como una forma de extender un puente hacia su hermana Cassie (Sydney Sweeney), pero también para exponer la hipocresía de otras figuras de ese microcosmos en el que es muy complejo ser fiel a uno mismo. Tras pasar años en un rol de observadora, Lexi había tomado la batuta y esa obra fue el testimonio más insoslayable de su capacidad para ser empática con el sufrimiento ajeno. ATENCIÓN: ESTA NOTA TIENE SPOILERS
La puesta en escena de dicho capítulo fue sencillamente descomunal, con ese cruce constante de realidad y ficción con el que Levinson demostró que, cuando no pierde el foco, puede estar a la altura del fenómeno, uno que atrajo niveles de audiencia infinitamente superiores a los de su primera temporada, y con esa súplica constante de que el espectador no solo consuma los episodios sino también se entregue a “la experiencia Euphoria”, que incluye podcasts con las canciones en Spotify y debates en Twitter tan apasionados como necesarios tras el visionado.
Así como la segunda entrega de la ficción protagonizada por Zendaya -la pieza que no puede faltarle nunca a Levinson, quien ahora es productora ejecutiva de la serie que le valió el Emmy- ratificó que la ficción dejó de ser de nicho, también expuso la contracara de las ambiciones de su showrunner. En consecuencia, es imposible pensarla como una obra homogénea, y los problemas de montaje, los bruscos cambios de tono y el deseo inamovible de Levinson por mantener el control absoluto de la historia (la serie ya está pidiendo a gritos un equipo de guionistas que lo apuntale y le edite ciertos delirios de grandeza) les han jugado en contra a personajes cuya naturaleza el director traicionó amparado en el argumento de que muchos debían “evolucionar” para beneficio de la ficción.
De esta manera, el creador cortó sustancialmente escenas del personaje de Kat (Barbie Ferreira) por supuestas disputas con la actriz, convirtió a Cassie en un exponente más de figura femenina dominada por Nate (Jacob Elordi), y le brindó poco protagonismo a Jules (Hunter Schafer), cuya identidad estuvo supeditada a la adicción de Rue y a los vaivenes de una suerte de triángulo amoroso innecesario que tuvo como tercer actante al músico Dominic Fike en el rol de Elliot. De hecho, el final de la segunda temporada le da más espacio a Fike para lucirse con una canción que a un momento mucho más significativo: el esperado reencuentro entre Rue y Lexi, dos grandes amigas que la obra de la segunda logra reunir. La charla entre ambas, en la que hablan sobre sus respectivos padres, es conmovedora, especialmente cuando Rue le confiesa que la obra la ayudó a no odiarse a sí misma por primera vez. Como en tantos otros capítulos, Levinson consigue esos instantes genuinos, pero deja trunco su potencial al regodearse con caprichos estéticos cada vez más pronunciados.
La secuencia de la muerte de Ashtray (Javon Walton) y lo que implica para Fez (Angus Cloud, en una interpretación que cobró merecida relevancia) pudo haberse filmado con mayor urgencia y contundencia y, sin embargo, Levinson optó por estilizarla y prolongarla innecesariamente, restándole impacto. Podríamos decir que las fichas siempre estuvieron puestas en esa dupla, desde el momento en que la segunda temporada comenzó con su historia de origen, una suerte de cortometraje que incluyó Levinson de manera acertada, y que definitivamente no merecía ese cambio en el approach de su caída en desgracia.
El último episodio intenta cerrar algunas historias pero apenas acariciando lo áspero, como cuando Maddie (Alexa Demie) le advierte a Cassie que la manipulación que ejerece Nate sobre ella es tan solo la punta del ovillo; o como cuando Nate entrega a su padre Cal (Eric Dane) a la policía y Levinson vuelve a adentrarse en un terreno complejo: el de querer redimir a un personaje disfrazando esa decisión narrativa con una vacua lectura del ciclo del abuso.
Pero cuando poco parece haberse dicho, allí aparece Zendaya, quien suelta a Jules y aprende a despedirse para, ni más menos, intentar descubrir su identidad estando sobria. Esa caminata final -que marca un claro contraste con el bombástico desenlance de la primera entrega- es un ejemplo de cómo Euphoria sí puede bajar los decibeles y entrar en un escenario de madurez. Para ello, Levinson necesita imperiosamente a su protagonista, quien tanto en un capítulo donde despotrica contra su entorno como en otro donde se reconcilia con lo que es y lo que quiere ser, siempre brilla por igual.
Zendaya incluso interpreta una bella rendición de “I´m Tired”, la canción de Labrinth que marcó a fuego el cuarto capítulo, en un final de temporada un tanto disonante con lo que se venía proponiendo. Aunque la obra de Lexi haya sido un éxito, Euphoria empieza y acaba con Rue, el único personaje con el que Levinson, gracias a su actriz, no descarrila nunca.
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