Eric: una gran actuación de Benedict Cumberbatch no puede salvar una miniserie confusa que pierde el rumbo
La producción original de Netflix creada por Abi Morgan parte de una premisa interesante y luego se corre de su eje con una excesiva cantidad de subtramas
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Eric (Reino Unido/2024). Creadora: Abi Morgan. Guion: Abi Morgan. Dirección: Lucy Forbes. Elenco: Benedict Cumberbatch, Gaby Hoffmann, McKinley Belcher III, Mark Gillis, Dan Fogler, Ivan Morris Howe, Wade Allain-Marcus. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
En el primer episodio de Eric, la flamante serie de Netflix de la prolífica showrunner Abi Morgan -responsable de excelentes ficciones televisivas como The Hour y River- vemos una secuencia en la que la guionista demuestra que se mueve con comodidad en los códigos del thriller y los vaivenes de una investigación policial, temáticas recurrentes en sus producciones para la pantalla chica. Benedict Cumberbatch interpreta a Vincent, un famoso titiritero responsable de la creación de un programa infantil que es disfrutado por los niños pero corrompido por las fuerzas políticas que utilizan a los títeres para imponer una ideología y lavar su imagen en una Nueva York de los 80 lúgubre, socialmente golpeada y con personas en situación de calle que son constantemente violentadas.
Uno de los responsables de ese caldo de cultivo que lleva a la sociedad a un estado de indefensión (y eventualmente de violencia) es el padre de Vincent, el rostro de la difusión de un presunto cambio positivo en la ciudad que no es más que un inevitable proceso de gentrificación que terminará de hundir a quienes no tiene un espacio seguro, a los que están privados de una visión a futuro.
La rebeldía de Vincent lo conduce al arte, al cuestionamiento de esa familia de peso en la ciudad de la que emancipa al punto tal de no promover encuentros entre su hijo Edgar (Ivan Morris Howe) y esos padres nocivos que tampoco manifiestan demasiado interés por el bienestar de su nieto. Ese espíritu contestatario de Vincent se le va de las manos cuando su adicción al alcohol empeora y su matrimonio con Cassie (Gaby Hoffmann, siempre excelente) se resquebraja delante de la mirada de ese niño que escucha esas discusiones y luego plasma la angustia que le generan con dibujos que reflejan su rutina y todos los espacios que observa diariamente.
De esta forma, Morgan y la directora de los seis episodios de la ficción, Lucy Forbes, conciben con solvencia ese microclima en el que se desarrollarán varias subtramas, esa ciudad oscura y sucia que no es más que el fiel reflejo de lo que sucede puertas adentro en espacios periféricos y en la que, en una caminata al colegio, el pequeño Edgar desaparece. Forbes registra de manera inquietante el efecto dominó que provoca que el niño no pueda regresar a la casa de sus padres, trazando un mapa de lugares que luego cobrarán una relevancia mayor, desde un turbio club que es monitoreado por un oficial de policía hasta el mundo subterráneo que sirve de refugio para quienes no tienen techo.
La desaparición de Edgar y las limitaciones de su padre eran suficientes para que Eric se desarrolle como un efectivo thriller con un antihéroe al mando, con una actuación brillante de Benedict Cumberbatch que mucho le debe a otro de sus grandes trabajos, aquel que brindó en la inolvidable serie Patrick Melrose, donde también personificó a un hombre traumado por una infancia compleja que navega la cotidianidad jugando siempre con fuego y arrasando con sus vínculos fruto de sus aires de superioridad.
Sin embargo, Morgan no confía lo suficiente en su material y le suma a su miniserie un tono absurdo cuando Vincent decide confeccionar un títere inspirado en dibujos de su hijo, con el propósito de que él lo vea y vuelva al hogar. El manejo del humor en esos tramos de la miniserie es fallido, sobre todo cuando los simbolismos adquieren un aire pomposo y se nos reitera que esa criatura llamada Eric es la voz de lo irracional, de los demonios de Vincent. Al mismo tiempo, se les da espacio a otras subtramas muy duras que, fusionadas con la aparición de ese ácido títere resultan, cuanto menos, desconcertantes. La guionista se adentra en episodios de abuso sexual infantil, en otro caso de desaparición de un menor y en una posible conexión con lo que le sucedió a Edgar, y lo hace con una superficialidad pasmosa.
Asimismo, poco ayuda que la investigación policial de la desaparición del niño (investigación que está atada a muchas otras, con demasiados personajes saliendo y entrando de la ficción sin coherencia alguna) sea propulsada por un agente inexperto cuya ingenuidad es llevada a lugares irrisorios. Por lo tanto, en su afán de querer concebir una serie arriesgada, ambiciosa, con momentos de sarcasmo para alivianar el peso de escenas dolorosas, Morgan descarrila cuando utiliza al personaje de Edgar como una excusa para brindar un pantallazo de la interconexión entre el poder político y lo que sucede en cada casa. Así, lejos de ser una miniserie cohesiva, Eric se asemeja más a un sueño febril, con una resolución torpe que se prolonga, como toda la historia y sus intersecciones, mucho más de lo debido.
Los seis episodios de Eric, de Abi Morgan, ya están disponibles en Netflix.
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