Encerrado con el diablo: una historia carcelaria oscura e inquietante que refuerza la moda del true crime
Basada en un caso real, cuenta con muy buenos trabajos de sus dos protagonistas, Taron Egerton y Paul Walter Hauser, y un sólido guion de Dennis Lehane, autor también de las historias de Río Místico y La isla siniestra
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Encerrado con el diablo (Black Bird, Estados Unidos, 2022). Dirección: Michael R. Roskam, Joe Chappelle, Jim Mackay. Guion: Dennis Lehane. Elenco: Taron Egerton, Paul Walter Hauser, Sepideh Moafi, Greg Kinnear, Ray Liotta, Joe Williamson. Disponible en: AppleTV+. Nuestra opinión: muy buena.
Había una expectativa justificada antes del lanzamiento de esta serie de AppleTV+, apoyada en dos razones evidentes: el auge del true crime como formato estrella de esta era de las plataformas de streaming, y la aparición de un nuevo guion de Dennis Lehane, autor de varias historias que terminaron convirtiéndose en buenas películas: Río Místico, de Clint Eastwood, Desapareció una noche y Vivir de noche -ambas de Ben Affleck-, La isla siniestra, de Martin Scorsese.
Encerrado con el diablo es la traducción nada sutil para el mercado latino de Black Bird, el título original de esta atrapante ficción basada en la novela autobiográfica In with the Devil: a Fallen Hero, a Serial Killer, A Dangerous Bargain for Redemption que en 2010 publicó James Keene, un traficante de drogas intrépido, apuesto y con fama de playboy, con la colaboración del periodista Hillel Levin. Porque con su tono explícito y conclusivo, ese título en español contradice el clima más elusivo y sugerente de una serie que juega todo el tiempo con las dualidades, los engaños, los subtextos y las ambigüedades.
Jimmy Keane, hijo de un veterano policía retirado, se dedica al tráfico de drogas y a vivir a fondo su papel de sex machine forrado en billetes hasta que lo pescan on off side. Le tocan diez años de cárcel, pero surge una posibilidad singular, que es el disparador que abre la zona de conflictos del relato: instalarse en una prisión de máxima seguridad como infiltrado del FBI para obtener la confesión definitiva de un asesino serial. Taron Egerton interpreta ese papel con solvencia y convicción, revela además una notable capacidad de mutación si pensamos en su protagónico en la reciente biopic de Elton John. Su tenso interlocutor es Larry Hall, un personaje visiblemente alterado, encarnado por Paul Walter Hauser, el celebrado protagonista de Richard Jewell, de Clint Eastwood. Hall es un hombre que oscila entre los modales infantiles y otros más amenazantes y/o tenebrosos. Hauser controla cómo pasar con fluidez de un estado al otro y logra entonces construir un villano complejo e inquietante.
Naturalmente, Hall tiene un pasado que lo determina, pero los crímenes de los que es acusado (la violación y el asesinato de una docena de menores) disipan cualquier chance de empatía. Sobre todo porque se trata de una historia real y bastante difundida por la prensa norteamericana. Pero una de las fortalezas de la serie es, justamente, sobreponerse al spoiler: la información sobre la responsabilidad y el destino de Larry Hall está disponible para el que quiera buscarla en Google, entonces podemos sospechar que las intrincadas estrategias que despliega en sus conversaciones con el topo introducido por los federales tienen el objetivo principal de desviar la atención. Pero la serie también propone que esas maquinaciones del criminal están, en muchas ocasiones, fuera de su propio control.
La psicología de Larry funciona de una manera muy particular, y no parece haber manera de que eso cambie. En el proceso gradual durante el cual Jimmy se va ganando la confianza de ese vecino de celda errático y por momentos enajenado, aparecen muchos de los matices que sostienen el andamiaje dramático de la serie: porque los dos protagonistas consiguen establecer, aunque sea intermitentemente, una conexión genuina, aun cuando el clima de la trampa sobrevuele el ambiente. Es un clásico juego de gato y ratón, pero con un cazador que no puede ocultar atisbos de piedad con su presa.
Fuera de los límites del encierro, por otra parte, hay todo un mundo con el que los protagonistas están comunicados. Y esas líneas narrativas están bien desarrolladas, son la señal inequívoca de un guion elaborado con inteligencia. Un hermano excesivamente compasivo que niega la realidad durante mucho tiempo, una agente del FBI que no se resiste al flirteo que le propone un condenado convertido en socio ocasional (muy buen trabajo de Sepideh Moafi, una actriz de origen iraní nacida en Alemania y crecida en Estados Unidos) y un padre asediado por los problemas de salud y los dilemas morales. Todos ellos juegan roles importantes en la trama.
Resulta especialmente conmovedor que Ray Liotta haya cerrado su gran carrera con un rol tan exigente, el de un hombre cansado y acechado por la muerte, que además lo sorprendió en mayo pasado en eso que solemos llamar “la vida real” durante el rodaje de una película en República Dominicana que no llegó a terminar. A él decidió dedicarle la serie todo el equipo que la llevó a cabo. Y la verdad es que Liotta se luce en su último papel: deja entrever el volcán que lleva por dentro ese padre que, además de sentirse débil y avejentado, empieza a torturarse con la memoria más oscura de un pasado que sabe reprochable y para colmo se frustra por no poder ayudar a su hijo a que salga del fango.
Hay un cúmulo poderoso de energías que circulan a lo largo de Black Bird: malignas, “culpógenas”, eróticas, redentoras, destructivas, perversas, piadosas… En seis capítulos intensos, con muy pocos pasajes desprovistos de tensión y narrados con una sobriedad y un refinamiento que no es tan habitual en el true crime, la serie exprime al máximo el guion de Lehane, un experto que ya había dejado constancia de su talento en Boardwalk Empire y en tres capítulos de The Wire. Y no deja ningún resquicio para que se filtre ni siquiera un haz de luz. El mundo que pinta es frío, desolador, fatalmente oscuro.
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