En The End of the F***ing World, un psicópata se da a la fuga con la chica de sus sueños
The End of the F***ing World. Creada por Jonathan Entwistle. Con Jessica Bardem, Alex Lawther, Steve Oram y otros. Disponible en Netflix. Nuestra calificación: muy buena.
Jean Luc Godard escribió que todo lo que hace falta para hacer una película es “una chica y un arma”, reconociendo el tópico de los amantes en fuga como uno de los más productivos de la historia del cine (de hecho, él mismo lo usó al menos dos veces en pocos años, en dos de sus mejores films: Al final de la escapada y Pierrot, el loco). El amor fou y el delito son análogos en cuanto a la intensidad de la vivencia, a la sensación de desafío a la normalidad y a la reglas. La fuga convierte en acción la percepción de los amantes apasionados de que viven en un mundo propio, ajeno a todo. Desde los años 50, fue un tópico de los “misfits”, los inadaptados repletos de angustia existencial, presente en obras maestras como Bonnie & Clyde, la mejor película de Arthur Penn o Badlands, la mejor película de Terrence Malick. Luego, fue la manifestación del amor punk, más desesperado y con menos necesidad de explicarse a si mismo o de justificar el comportamiento antisocial: basta mirar a la sociedad para que se explique solo. “Le robé el novio a mi hermana. Todo fue torbellino, calor y destello. En una semana, matamos a nuestros padres y nos lanzamos a la ruta” se lee en la viñeta que ilustra la tapa de Goo, disco de Sonic Youth. La misma actitud expresada en esa tapa de rock es la que se respira en el cómic The End Of The F***ing World, creado por el norteamericano Charles Forsman en 2013, en el que se basa esta serie.
El cómic es una suerte de Badlands, pero reescrita con el nihilismo deshumanizado del novelista Dennis Cooper: los protagonistas son James, un chico convencido de que es un sociópata (y está a la busqueda de una víctima para su primer homicidio) y Alyssa, una chica que quiere una experiencia que salga del aburrimiento y la previsibilidad (y que no imagina lo cerca que está de obtenerla en su vínculo con James). Los adolescentes se dan a la fuga porque sí, para vivir algo, y en su derrotero sólo se cruzan con personajes siniestros: un pedófilo, un asesino serial, miembros de un culto satánico: el mundo adulto de esta particular novela (gráfica) de iniciación es aterrador. La historieta, de un tono desafectado, asordinado, no pierde tiempo intentando encontrar justificaciones familiares o motivaciones psicológicas a sus personajes: muestra acciones narradas de modo minimalista que suceden orgánicamente pero sin el sobrepeso de la explicación, por eso se mueve a toda velocidad y sus 160 páginas se devoran en minutos.
La adaptación, producida por el británico Channel 4 y estrenada internacionalmente por Netflix , es muy fiel a la línea general del cómic pero no tiene más remedio (de otro modo sería imposible extender la historia por ocho episodios, aunque duren apenas 22 minutos) que llenar todos los huecos y proporcionar una biografía a cada personaje. Al engordar la narración, también modificaron el tono: el exceso de nihilismo se volvió una comedia negra y la desafectación en humor deadpan, inexpresivo. Siguiendo la analogía previa, la serie podría ser Badlands pero reescrita por un Tarantino light, sin monólogos sobre el cuarto de libra con queso (de hecho hay una escena de baile que remite claramente a la clásica de Pulp Fiction y el aspecto de los protagonistas tras sus primeros delitos se vuelve una cita al de los de True Romance). El resultado es una historia menos opresiva, pero también ya digerida, más normalizada, donde todo está explicado y donde no solo hay lugar para la redención en el amor sacrificial de los protagonistas, sino también en el mundo. De hecho, ya se habla de una segunda temporada, algo que sería imposible –sin entrar en mayores spoilers– con el final del cómic. Los dos protagonistas, Alan Lawther (el joven Alan Turing en El código enigma) y Jessica Barden (Justine en Penny Dreadful) resultan insuperables en sus caracterizaciones y si la serie funciona se debe en gran parte a sus interpretaciones virtuosas.
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