Amazon: en Muy viejo para morir joven, el nihilismo estrangula el suspenso
Muy viejo para morir joven (Too Old To Die Young, Estados Unidos, 2019). Creadores: Nicolas Winding Refn, Ed Brubaker. Elenco: Miles Teller, Babs Olusanmokun, Nell Tiger Free, Augusto Aguilera, Jena Malone, John Hawkes, William Baldwin. Disponible en:Amazon Prime Video . Nuestra opinión: regular.
Dos policías esperan a la vera de un camino en Los Ángeles. Deambulan por esa ciudad desierta en la que ya no parece haber ley alguna. Exigen sus sobornos, destilan su agria misoginia, patrullan guiados por el asco y el hastío. La nueva serie del danés Nicolas Winding Refn (Drive, Only God Forgives, The Neon Demon) instala de entrada el apacible ritmo de la espera, de la dilación, de una espesa densidad que solo tiene el nihilismo. No importan demasiado los crímenes que se celebren en esas oscuras calles, ni las sorpresas que esperen a esos antihéroes malditos, sino la puesta en escena de una estética exuberante pero vacía de contenido, definida por prolongados travellings laterales, colores empastados y alternancias de foco. Winding Refn elige esa cáscara y la lleva hasta las últimas consecuencias.
Desde la presentación de dos episodios de Too Old to Die Young en el último Festival de Cannes que la comparación con David Lynch parece obligada. No solo la decisión de ambos de sortear las viejas barreras entre cine y televisión a la hora de pensar sus creaciones, sino la apropiación del neonoir de los 70 en clave fantástica, desplazada. Pero el mundo Lynch que condensa Twin Peaks tiene una serie de aristas de las que carece Winding Refn: el misterio se despliega más allá de la belleza de los planos, del calculado enrarecimiento del clima. En cambio, la sugerencia de un horror indecible nunca logra cobrar forma en el derrotero del detective Martin Jones ( Miles Teller ), quien se sumerge en el mundo del crimen con la misma apatía que pasa de un color a otro en el plano.
El universo al que refiere Winding Refn es fronterizo, como puede serlo el de la literatura de Cormac McCarthy o Thomas Pynchon, escritores de los que se nutre. Pero su mirada se detiene ahí, en la superficie de esas indagaciones, tiñendo al relato en una solemnidad desesperante que lo hace parecer todo importante. Ese es el mayor problema de la serie, su consciente ambición de importancia, su agobiante aspiración de grandeza estética. El cartel narco en México, el sicario moribundo, la femme fatale con valores morales, las madres muertas y vengadas deambulan en una ficción que se torna morosa por capricho sin conseguir nada a cambio.
Todos los personajes se convierten en títeres de un diseño que nunca asoma más allá de esa pulida superficie que inunda la pantalla. Si consigue algunos destellos de intensidad, algunos momentos de espeluznante inquietud –como algunas apariciones de John Hawkes- es apenas un atisbo de lo que podía haber sido una historia de muertes y venganzas en un mundo de contornos reales.
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