La miniserie, que acaba de estrenar en Netflix, apela a recursos para salir de lo convencional y lo esperable, aunque con un resultado no del todo feliz
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La residencia (The Residence, Estados Unidos/2025). Creación: Paul William Davies. Elenco: Uzo Aduba, Giancarlo Espósito, Ken Marino, Randall Park, Molly Griggs, Susan Kelechi Watson, Al Mitchell. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Después de haber colonizado las series de médicos (Grey’s Anatomy), los melodramas históricos (Bridgerton), los thrillers políticos (Scandal), y la nueva moda de ficciones sobre estafadores (Inventing Anna), la insaciable Shonda Rhimes ha puesto sus garras sobre uno de los géneros más legendarios y transitados por la cultura popular como lo es el policial del enigma. El whodunnit, tal como se ha popularizado, se desprende de la ágil prosa de dos grandes escritores como Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, con sus célebres detectives-sabueso, Sherlock Holmes y Hercule Poirot, y sus raíces se hunden en el positivismo naciente de fines del siglo XIX y en la vocación de atribuir sentido y razón a lo más primitivo y visceral del hombre como es el crimen. Sus constantes son: un espacio cerrado, un cadáver y una amplia galería de sospechosos con motivos y oportunidad para asesinar. Solo resta saber quién fue. El sagaz detective está allí para develarlo.
Sin embargo, a Shonda le gusta dar vuelta los códigos de los géneros, retorcerlos en un camino de apropiación y explotación para un público que, en su perspectiva, siempre demanda algo nuevo, diferente, canchero, ajeno a lo previsible y lo convencional. Lo que sucede es que Shonda Rhimes se ha convertido en lo “convencional” y esas operaciones de apropiación pueden ser vistas hoy como parte de una misma y cansina estrategia. Quizás las primeras temporadas de Grey’s Anatomy estaban más cerca del molde de ER Emergencias y la dinámica médica en un hospital, pero sus infinitas temporadas fueron rizando el rizo al extremo, sacando y poniendo personajes, acumulando accidentes y desgracias novelescas, cruzando parejas y aniquilando amistades, hasta transformar ese producto espiralado en su “marca personal”.

La residencia es eso para los policiales del enigma, una versión sobrecargada de todas sus constantes pero vista desde una parodia que ansía contenerlo todo. El cadáver de A. B. Wynter (Giancarlo Espósito) aparece en una de las habitaciones de la Casa Blanca durante una cena de Estado que incluye al Primer Ministro australiano y su delegación, a Kylie Minogue y un falso Hugh Jackman, al Presidente de Estados Unidos y su excéntrica familia (una suegra que lo odia, un marido indeciso, un hermano hippie), y a un desfile de políticos, miembros del FBI, funcionarios policiales locales y personal de servicio de la residencia presidencial que son todos en sí mismos un arquetipo retorcido para la risa. La lógica es la de esa investigación del asesinato, pero contenida en un tiempo posterior: el de una audiencia frente al Senado donde todos los involucrados dan cuenta de lo que pasó (y el presidente del Senado y una adversaria por el condado de Colorado se pelean a los gritos). Una capa sobre otra, y otra más, en ese espiral infinito en el que Shonda reclama -aunque figure Paul William Davies como creador- todo para su propia explotación.

Si hay un problema en La residencia es justamente ese camino insaciable hacia el descubrimiento de algo más cool, más canchero o divertido, más astuto o inolvidable, que paradójicamente nace de algo ya conocido, adaptable a la previsibilidad del streaming y a la suma infinita del algoritmo. Entonces todo es más y más: los chistes de australianos, el gag del avistaje de pájaros, la estupidez de algunos personajes, las escenas de sexo clandestino como slapstick, las tomas aéreas con drones. Y la propia Cordelia Cupp, interpretada con la asidua intensidad de Uzo Aduba, es una parodia solemne del detective, con ojos saltones bien abiertos, concentración implacable, un caminar altivo pero relajado, que la define con la hipérbole de “la mejor detective del mundo”. Aún como parte de la policía metropolitana de Washington, fuerza menoscabada por la pedantería del FBI, de la CIA y de los asesores del presidente, Cordelia -como Shonda- no se deja intimidar.

Y, en el fondo, la miniserie es la historia de esa disputa: la de Cordelia con el autor del crimen, pero también con un mundo que la menosprecia -aunque haya resuelto un crimen imposible justamente en Australia-, y la de la Shonda Rhimes con ese género al que arrebata de sus cánones clásicos, lo acribilla a citas -que van desde Sherlock Holmes a Miss Marple, pasando por Hitchcock, Gosford Park de Altman, hasta llegar a la saga Knives Out de Rian Johnson- y lo impregna de la realidad de los Estados Unidos, de la historia de esa morada presidencial – tomada de The Residence: Inside the Private World of the White House, de Kate Andersen Brower- y de los temas de la agenda contemporánea. Entonces cada episodio lleva un título-referencia cinéfila -Dial M for Murder, el título original de La llamada fatal de Hitchcock, Entre navajas y secretos, el de la de Johnson, o El tercer hombre de Graham Greene- y las razones para asesinar a la víctima, el ujier de la Casa Blanca, el jefe del todo el personal, son demasiadas y de demasiados personajes. Lo que queda es seguir la pesquisa, divertirse con los guiños y no mucho más que aquello a lo que Shonda aspira: un éxito propio y un funcionamiento aceitado en la lógica del streaming.
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