En La maldición, dos estrellas de reality están decididas a cambiar la vida de los pobres con una avalancha de barbaridades
Nathan Fielder y Emma Stone son los desarrolladores inmobiliarios decididos a “hacer la diferencia” con un supuesto proyecto ecológico; la comedia provoca un nivel de ridículo y vergüenza ajena dignos del mejor Ricky Gervais
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La maldición (The Curse, Estados Unidos/2023). Creadores: Nathan Fielder y Benny Safdie. Dirección: Nathan Fieder. Guion: Nathan Fielder, Benny Safdie y Carrie Kemper. Musica: John Medeski. Fotografía: Maceo Bishop. Elenco: Nathan Fielder, Emma Stone, Benny Safdie, Barkhad Abdi. Disponible en: Paramount+. Nuestra opinión: muy buena.
Las escenas de La maldición suelen comenzar con un traspié o un malentendido que no desentonaría en Curb Your Enthusiasm, solo que en vez de explotarlo para hacer un gag y luego pasar a otra cosa, aquí el alivio de un corte se demora todo lo posible: se nos fuerza a permanecer con un personaje humillado o ridiculizado mucho más allá del remate con el fin de potenciar la sensación agobiante de vergüenza ajena, un recurso al que nos acostumbró Ricky Gervais en The Office.
No puede decirse que La maldición sea tan graciosa como cualquiera de esas dos series, aunque ciertamente las supera en el grado de incomodidad que infringe a los espectadores, una sensación que los creadores Nathan Fielder (autor de la inclasificable The Rehearsal) y Benny Safdie (autor, con su hermano Josh, de la maníaca Diamantes en bruto) conocen bien. De acuerdo al sentido del humor y a la tolerancia de cada uno, tal cosa puede ser un mérito o un problema.
Si bien los tres relatos mencionados tienen factores comunes, como su vínculo con el registro documental o que pueden ser considerados, en diferente grado, sátiras sobre el progresismo hipócrita de los privilegiados, La maldición presenta una agenda más densa que también se fija en la manipulación de las personas a través de los reality shows, la utilización política de las minorías, la dinámica de poder en la pareja y la gentrificación y la destrucción de la comunidades en nombre de la expansión del mercado.
La primera escena establece el tono de lo que vendrá. Un expandillero hiperobeso llamado Fernando es entrevistado para el piloto de un reality show al estilo de Fixer Upper protagonizado por la pareja de desarrolladores inmobiliarios Asher y Whitney Siegel (Fielder y Emma Stone), que pretenden promocionar en el programa su proyecto para renovar con casas ecológicamente sustentables y comercios para hipsters un barrio empobrecido de latinos y aborígenes. Ante la mirada dolida del dúo, Fernando explica que, por su aspecto y condición social, no consigue trabajo y no puede pagar los remedios de su madre enferma, quien lo acompaña en silencio. En ese momento, Whitney revela la sorpresa que tenía guardada: van a abrir el primer café de especialidad del área y le ofrecen un puesto. Si bien Fernando se muestra agradecido, su madre, que no habla inglés, no comprende la situación y permanece indiferente. El productor Dougie (Safdie) corta la grabación y pide una reacción más emotiva de la mujer. Como ella sigue sin entender, propone mojarle las mejillas con agua mineral para que parezca que llora de felicidad. Asher y Whitney se oponen terminantemente pero no le cuesta mucho a Dougie convencerlos. Tras volcarle el agua en la cara a la anciana petrificada, también la rocía con un spray mentolado que le enrojece los ojos para mayor realismo. El efecto sigue sin ser el buscado, de modo que hay que repetir todo.
Despiadada sátira
Más que una progresión narrativa, la serie se siente como un conjunto de variaciones sobre este tema. Los protagonistas ricos y blancos sobreactúan su repudio al privilegio blanco y su empatía con los pobres y oprimidos para, inmediatamente, quedar expuestos en su hipocresía. A partir de ahí, para ellos la situación empeora y luego vuelve a empeorar. A pesar de que la mecánica se vuelve familiar, no deja de ser efectiva, en particular cuando se empieza a revelar la oscuridad y el dolor que subyacen bajo el “cringe”.
Aunque la serie desmonta el postureo políticamente correcto, al mismo tiempo no otorga demasiado poder a sus minorías, que funcionan casi como un elemento escenográfico. Los negros o aborígenes no suelen hacer mucho más que contemplar azorados las acciones de Asher y Whitney, que suelen estar motivadas por la necesidad de obtener aprobación por parte de los desfavorecidos. La cámara disiente con el punto de vista que estos personajes tienen de sí mismos y suele registrarlos desde lejos, como si fueran intrusos o invasores en un espacio ajeno. Esta idea aparece reforzada por la arquitectura de los hogares “sustentables” de Whitney: son cubos de paredes espejadas que reflejan los alrededores de modo distorsionado, así como su intento de gentrificación y de cooptación de los pobres para fines propios es una disrupción en una comunidad que no los necesita.
Si bien la ridiculización de los blancos políticamente correctos es el motivo central, también existe en su retrato despiadado una cuota de compasión, a la vez que los “oprimidos” no son monolíticamente víctimas o santos sino que no evitan el cálculo para sacar el mayor provecho de la “empatía” de sus pretendidos benefactores. Es decir, la serie tiende a correrse de los lugares más previsibles. Tras Nathan For You y The Rehersal, este nuevo proyecto confirma a Nathan Fielder como uno de los creadores más originales de la comedia norteamericana actual.
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