En Downward Dog, a una conflictuada millenial solo la entiende su mascota
Downward Dog (Estados Unidos, 2017). Creadores: Samm Hodges, Michael Killen. Elenco: Allison Tolman, Samm Hodges, Lucas Neff, Kirby Howell-Baptiste, Barry Rothbart, Ned The Dog. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: muy buena.
En la novela de Anne Tyler, El turista accidental –cuya versión cinematográfica aquí se estrenó como Un tropiezo llamado amor en 1988-, un hombre que ha perdido a su hijo y atraviesa la consecuente separación de su esposa lidia con la irreverencia de su perro Edward como síntesis de su difícil presente. Las manías de Edward de atacar a carteros y transeúntes no dejan de ser el retrato más fiel de esa furia contenida que el silencioso escritor de guías para hombres de negocios no sabe cómo expresar. En Downward Dog no hay hombre ni duelo, sino una activa Nan (Allison Tolman) que lidia con su vida amorosa y su trabajo demandante en una Pittsburgh provinciana y otoñal. Pero en su vida también hay un perro con nombre de humano: Martin. Un perro que no solo se come unas botas lindísimas y destruye una maqueta lista para entregar sino que nos habla con el descaro de aquellos que todo lo saben.
La vida de Nan elude la sorda tragedia de aquel turista accidental pero recrea ese vínculo íntimo que une a humanos y caninos desde una mirada excepcional: la del perro. Martin –cuya voz es la de uno de los creadores de la serie, Samm Hodges- nos habla en primera persona sobre los avatares de su vida hogareña, sobre los secretos motivos de sus travesuras, sobre el trasfondo filosófico de sus reacciones. Su mirada no solo es el centro de la serie creada por Hodges y Michael Killen sino la que establece el punto de vista, el mismo que ofrece desde la sátira de costumbres y la aguda observación del entorno un retrato atípico y divertido del mundo contemporáneo.
En solo media hora cada episodio escalona el vínculo de Nan y Martin, desde su primer encuentro entre el bullicio de los caniles de un refugio hasta las silenciosas mañanas en las que despiertan y desayunan juntos. Los monólogos del perro subvierten el sentido opaco de sus actos, otorgándoles una jugosa motivación a cada uno, desde la fascinación por la basura hasta una inesperada atracción por un jefe insoportable que Nan intenta sacarse de encima. Todas las relaciones de Nan, su trabajo para una marca de ropa, un viaje a Nueva York, el coqueteo con un estirado entrenador de perros, las idas y vueltas con el infantil Jason, son observadas con el rigor de un árbitro en cuatro patas que todo lo analiza e interpreta.
Divertida y ocurrente, la construcción de Downward Dog es más efectiva cuando integra las intervenciones del perro al relato, en lugar de colocarlo mirando a cámara y moviendo los labios. Allí el contrapunto entre el jovial andar del animal y sus sesudas reflexiones sintetizan ese misterio de nuestra propia imagen, esa que sus enormes ojos siempre nos devuelven.
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