Elvis Presley, entre su búsqueda artística, su fragilidad anímica, la relación con su madre y su villano manager
Hacemos un repaso por el documental del músico que desembarcó en Netflix y también por otras grandes producciones que ponen en el centro la creatividad musical
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La llegada de Elvis Presley: el rey del rock and roll al catálogo de Netflix es un acontecimiento que merece destacarse por su notable contribución al acercamiento cada vez más frecuente del género documental a acontecimientos relacionados con la música. En este tiempo crecen y se afirman en las plataformas de streaming los retratos artísticos humanos de grandes artistas y también las pinturas documentales de hechos, momentos, corrientes o tendencias decisivas en la vida musical contemporánea.
Es una pena que Netflix no haya respetado el título original de esta producción de 2018, algo que sí ocurría cuando el documental se estrenó en HBO. Al incluirlo recientemente, la plataforma prefirió caer en la obviedad de repetir lo que todos saben desde siempre, que Elvis es el rey del rock. Más allá del innecesario tropiezo en un lugar común, este muy recomendable documental se llama The Searcher (El buscador), definición que surge naturalmente después de ver sus 205 minutos (una primera parte de 108 y una segunda de 97).
La búsqueda a la que alude el título es musical y humana. Elvis sale a encontrar su lugar en el mundo y encuentra que su inmenso talento como artista le permite encararla a través de distintos caminos. No llegaría a completarla porque la muerte le llegó demasiado temprano. El documental no está interesado en conocer las razones profundas que precipitaron ese ocaso prematuro (aquí están apenas insinuadas), sino en saber hasta dónde llegó la exploración a la que Elvis dedicó su vida. El resultado es una síntesis musical y creativa extraordinaria que ningún artista popular de los Estados Unidos había logrado alcanzar hasta ese momento.
Hay que ver The Searcher como testimonio de ese incansable trabajo que Elvis lleva adelante en procura de una identidad, que no es otra cosa que la identidad de la música popular estadounidense del siglo XX. Y también hay que verla desde la perspectiva de un modo de narrar que no resulta habitual en los documentales sobre música: The Searcher es la historia oral de la vida musical de Elvis.
No es contradictorio afirmar que este documental es al mismo tiempo el resultado de una historia oficial (suerte de biografía autorizada) y a la vez constituye el retrato definitivo del artista. Todas las voces que participan lo hacen en off, sin aparecer frente a las cámaras. Elvis es el protagonista exclusivo de las imágenes, a través de filmaciones caseras o familiares, registros de archivo y extractos de sus actuaciones y películas. Entre quienes hablan sobresale el testimonio de Priscilla Presley, su esposa. Y también hablan amigos, compañeros musicales de ruta, ilustres colegas (Bruce Springsteen, el fallecido Tom Petty) e historiadores que ponen en contexto cada uno de los pasos de Elvis dentro del canon cultural y musical de los Estados Unidos.
Lo que The Searcher nos dice es que la suma de circunstancias que precipitaron la tragedia y la caída final (algo que conocemos de sobra) interrumpieron el fecundo camino de integración musical que Elvis había encarado mejor que ningún otro artista desde sus comienzos. El gospel (sobre todo), los ritmos negros, el clásico american songbook (ahí está su encuentro con Frank Sinatra para certificarlo), el pop, el country y el rock and roll, todo en una integración inédita y superlativa.
Con calma y una rara capacidad para detenerse y reflexionar sobre lo importante, dejando de lado el foco en los detalles mundanos, The Searcher rescata el aspecto más humano de Elvis y pone la lupa sobre su fragilidad anímica, el lado opuesto de su poderosa luminosidad artística. El apego a su madre y la comunión con algunos de sus compañeros de la primera hora fortalecen sus convicciones. La dependencia de su manager, el “coronel” Tom Parker (un hombre mezquino y calculador, el certero villano del relato), y su frustrante paso por el cine las debilita. No hace falta hacerlo explícito porque esa conclusión se desprende de todo lo narrado.
La inmensidad artística de Elvis se sintetiza en un doble rescate. El primero es más sutil y corresponde al mejor de los álbumes de estudio de Elvis: His Hand in Mine (Su Mano en la mía), una excepcional grabación de clásicos del gospel. Allí, la voz de Elvis suena mejor que nunca. El otro, que funciona como gran guía del relato, es el programa especial para la TV grabado en 1968 (conocido como The Comeback), un documento colosal por lo que ofrece allí Elvis y también por su notable puesta en escena. El escenario es un pequeño dispositivo con las dimensiones de un cuadrado, que al estar ubicado en el centro del estudio facilita los planos cortos, lo que favorece al máximo el registro cercano de la intensidad expresiva de Elvis. Su repertorio es la guía desde la cual se arma todo el recorrido del documental, una síntesis de la vida musical de su artífice.
Más musicales
Abundan por estos días propuestas de documentales musicales muy interesantes, disponibles en las plataformas de streaming. La docuserie This Is Pop (Netflix) tiene la virtud de proponer a lo largo de sus ocho capítulos las diversificadas posibilidades de acercamiento a un género siempre elusivo cuando tratamos de definirlo. Ese intento es posible aquí a través de miradas que a simple vista pueden sonar lejanas y hasta contradictorias: la música country, la canción de protesta, los festivales, el grunge o el sonido ABBA.
La diversificación también es posible cuando tratamos de entender tendencias o corrientes musicales por medio de la reducción a la unidad. Es lo que ocurre en 1971: The Year That Music Changed Everything (Apple TV+). El equipo liderado por el gran documentalista Asif Kapadia (responsable de retratos visuales de excepción sobre Amy Winehouse, Diego Maradona y Ayrton Senna) necesita ocho episodios de una hora cada uno para mostrar que en un solo año cambió todo en la música y a partir de la música. Y que los ecos y las consecuencias sociales y políticas de todos esos movimientos transformadores, con figuras protagónicas que van desde John Lennon y David Bowie hasta Marvin Gaye y Bob Dylan, llegan hasta la actualidad.
A ese tiempo también pertenecen muchas de las imágenes del retrato musical de Sergio Mendes, uno de los nombres fundamentales de lo que todavía hoy se conoce como World Music. Activo y vital a sus 80 años, el creador brasileño cuenta su vida en primera persona a través de Sergio Mendes en el tono de la alegría (HBO Max). Hay lugar allí para mostrar las posibilidades infinitas que ofrece la fusión, de la que Mendes es uno de sus mayores artífices. El optimismo inveterado de Mendes se muestra sobre todo en la confianza ciega que tiene en la integración entre su estilo (el pop brasileño abierto al mundo) y cualquier otra expresión musical. El documental, a la vez, es una pintura de los cambios musicales en Brasil a partir de los años 60, con la aparición de la bossa nova, y del arduo camino de un músico latino tratando de afirmarse en los Estados Unidos. Es otra historia oficial (los momentos más ingratos de la vida de Mendes aparecen bastante suavizados) con algunos detalles de color muy ricos, entre los que se destaca el testimonio de Harrison Ford, que antes de ser estrella era un flacucho aspirante a actor que trabajó como carpintero para Mendes en los años 70.
En Gloria Estefan: sangre yoruba (HBO Max) la cantante cubana hace el camino inverso. Viaja desde Miami hacia Brasil en busca de la confluencia entre los sonidos de su tierra natal y las corrientes afrobrasileñas. Empieza a descubrirlas a través del sincretismo religioso (descripto con mucho espíritu didáctico) y continúa con el encuentro con varios músicos, algunos legendarios, que la ayudaron a configurar su álbum más reciente, Brazil305, en el que propone versiones “a la brasileña” de viejos éxitos de Miami Sound Machine y sobre todo de su obra insignia: Mi tierra. El recorrido tiene un gran momento cuando Estefan se encuentra con los viejos baluartes de Portela, una de las históricas escolas do samba cariocas, y alcanza todavía más vuelo en el fin de fiesta compartido en Salvador de Bahía con el gran Carlinhos Brown. En el medio, Estefan comparte emotivos recuerdos familiares que adquieren todavía más sentido en estos días, cuando vuelve a ponerse la lupa sobre la dramática situación política, histórica y social de Cuba.
Desde este lado del mundo también llega Entre mar y palmeras (HBO Max), que a diferencia de los anteriores es el registro documental de un recital completo, casi sin agregado de palabras entre tema y tema. Sus protagonistas son Juan Luis Guerra y 4.40, que en plena pandemia dejaron grabados 100 minutos de música en un escenario improvisado junto a las orillas del mar Caribe, en la República Dominicana, con excelentes resultados en materia de sonido directo. Junto a 14 impecables músicos, Guerra ofrece aquí una antología de su carrera musical con un repertorio de merengues y bachatas que incluye sus temas más populares y algunas composiciones recientes. Además, por supuesto, del tributo a un compromiso evangélico que descubrimos por primera vez en 2003 cuando Guerra formo parte de la embajada artística que acompañó al predicador argentino Luis Palau en su multitudinaria presentación junto al Obelisco.
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