Elle Fanning, Nicholas Hoult y las estrellas infantiles que lograron triunfar a pesar de todo
La historia de Hollywood está repleta de relatos sobre las trágicas vidas de algunas de sus estrellas infantiles más exitosas. La ambición de los estudios que trataban a los niños como mercancía que les generaban ingresos inmensos, los padres que canalizaban todas sus ambiciones en sus talentosos hijos y vidas enteras que transcurrían dentro de un set de filmación, exprimiendo al máximo la fugaz inocencia de muchos. Se sabe que la transición de niño actor a intérprete adulto fue complicada y traumática para Judy Garland, Elizabeth Taylor y Natalie Wood, por citar nombres emblemáticos de la era dorada de Hollywood. Y también se conoce en escabroso detalle los conflictos de Macauley Culkin–el taquillero niño del cine de los años 90–, a cuyo padre acusó de maltrato y de querer quedarse con el dinero que ganó en aquellos productivos años. Durante muchos años, Culkin se mantuvo alejado de la industria que lo había celebrado cuando era el tierno Kevin de Mi pobre angelito y que años después ya no lo necesitaba más que para utilizarlo como advertencia para las estrellitas por venir. Y aun así, su historia todavía puede tener un final feliz. Ése que no consiguieron que River Phoenix ni Corey Haim, chicos de póster de los años 80, actores con talento enorme, y víctimas de sus propios demonios azuzados por la maquinaria de Hollywood.
Pero claro, no todos los intérpretes infantiles sucumben ante las presiones de la industria y al hecho de crecer frente a las cámaras. Para algunos, la precocidad se traduce en años de experiencia, en habilidad y buen olfato para elegir proyectos y construir una carrera como adultos. En The Great, la brillante serie que está disponible desde hoy en la plataforma de streaming StarzPlay, sus protagonistas, Elle Fanning y Nicholas Hoult, demuestran que ser una estrella infantil puede no ser una maldición. Y hasta, a veces, resulta todo lo contrario.
La ficción reconstruye, con muchas licencias históricas, la vida de la emperatriz Catalina la Grande en sus primeros años como consorte del emperador Pedro en la corte rusa, y utiliza el humor para mostrar los excesos del poder absoluto. Sin abusar de los anacronismos pero con una mirada contemporánea, el guionista y dramaturgo Tony McNamara (La favorita), logra pintar un cuadro fascinante y hacer de Catalina y Pedro dos de los personajes más interesantes de los últimos tiempos. Y en gran medida lo son gracias a Fanning y Hoult, despojados ya de todos los modos infantiles que los hicieron famosos al principio de sus carreras. Espléndida como la inocente, inteligente, romántica y astuta Catalina, Fanning ya no es la niña preadolescente que se lucía en Somewhere-En un rincón del corazón, de Sofia Coppola, ni la versión literalmente en pañales de su hermana mayor Dakota en Mi nombre es Sam.
Hoult, como el emperador déspota, por momentos bufón y por momentos cruel verdugo, solo comparte con el Markus que interpretaba en Un gran chico, esos ojos enormes que en aquel tiempo transmitían ternura y ahora, en The Great, son capaces de proyectar un desdén que de tan absurdo resulta desopilante. Antes, en las primeras temporadas de la serie británica Skins, el actor había demostrado que estaba listo para estar en el centro de la escena y durante más de una década se dedicó a probarlo con papeles secundarios en grandes producciones como las películas de los X-Men, Mad Max: furia en el camino y hasta en La favorita, donde se destacó entre un elenco excepcional encabezado por Olivia Colman.
Claro que si los protagonistas de The Great son dos excepciones a la regla de los actores infantiles, no son los únicos. Lejos de eso: desde Leonardo DiCaprio hasta Natalie Portman, pasando por Drew Barrymore, Jason Bateman, Jodie Foster, Reese Witherspoon y Kristen Stewart, muchos de los intérpretes que comenzaron sus carreras en la niñez no solo se convirtieron en los grandes actores de su generación sino como en el caso de Barrymore, Bateman, Witherspoon y Foster, también utilizaron su vasta experiencia para ponerse detrás de las cámaras. Y su ejemplo hizo escuela.
En pocas semanas se estrenará por DirecTV la miniserie On Becoming a God in Central Florida que protagoniza Kirsten Dunst, que comenzó a trabajar a los 3 años y que para cuando cumplió los doce ya tenía una nominación a los Globo de Oro por su papel en Entrevista con un vampiro donde compartía cartel con Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas. Protagonista de cuanta película juvenil se filmara en Hollywood durante años, Dunst nunca dejó de trabajar, aunque al dejar la adolescencia sus apariciones se fueron espaciando y su participación en grandes tanques de Hollywood como El hombre araña dejaron lugar a proyectos independientes con directores de renombre como Sofia Coppola –con la que ya había trabajado en el debut de la realizadora, Las vírgenes suicidas y con la que repetiría en María Antonieta: la reina adolescente y la más reciente El seductor–, y Lars Von Trier. Pero fue gracias a la TV que la actriz volvió al centro de la escena por sus papeles en Fargo y On Becoming a God in Central Florida, por los que recibió dos nuevas nominaciones al Globo de Oro. Un recorrido similar al que hizo Anna Paquin que después de ganar el Oscar a la mejor actriz de reparto por su papel en La lección de piano siguió trabajando en cine durante toda su adolescencia, pero con la serie True Blood se confirmó como actriz adulta.
Mientras algunos intérpretes infantiles deciden no seguir actuando una vez que el juego se transforma en un trabajo y el teléfono deja de sonar, otros no se acostumbran al anonimato. Por cada historia de éxito y vidas equilibradas como las de Daniel Radcliffe y Emma Watson hay muchas otras en las que las jóvenes promesas se transformar en adultos que no consiguen cumplir con las expectativas. Así sucedió con Lindsay Lohan y Amanda Bynes, dos actrices con un potencial enorme que perdieron el rumbo entre conflictos familiares, malas decisiones creativas y la falta de contención de la misma industria que ganó mucho dinero con ellas mucho antes de que llegaran a la mayoría de edad.
Está claro que no parecen existir fórmulas para alcanzar como adultos el mismo éxito que tuvieron como niños actores y que si el mundo del espectáculo no ofrece garantías para nadie, mucho menos las extiende a los principiantes. Sin embargo, si hay una carrera que cualquier chico aspirante a actor debería conocer es la de Saoirse Ronan. La intérprete irlandesa tiene 26 años, cuatro nominaciones al Oscar y casi nula presencia en los tabloides británicos, siempre al acecho de los famosos. Especialmente si son tan exitosos como la actriz de Mujercitas, que tuvo su primera gran oportunidad en cine a los doce años, cuando formó parte del elenco de Expiación: deseo y pecado, la película de Joe Wright por la que consiguió su primera nominación al Oscar.
Desde aquella niña curiosa a la adolescente en el centro de la desigual Desde mi cielo, de Peter Jackson hasta la joven entrenada para matar de Hanna también de Wright y la joven inmigrante de Brooklyn que la llevó nuevamente a los premios de la Academia de Hollywood esta vez ya como actriz protagónica, Saoirse Ronan siempre demostró una madurez interpretativa que iba más allá de sus años. Al verla en Lady Bird y Mujercitas de Greta Gerwig, esa impresión resulta más intensa que nunca y en su caso, como en el de unos cuantos otros de sus colegas precoces, haber sido una niña estrella es apenas el primer capítulo de muchos en su exitosa carrera.
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